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Un atentado contra el objetivo de construir una Argentina más justa

07 julio de 2019

Por Fernanda Vallejos Diputada nacional y economista

Lejos está el Gobierno de Mauricio Macri y Cambiemos de la poesía, sin embargo, sus funcionarios y referentes son profesionales del verso. El verso, la mentira, la estafa, el engaño. Con esas artes accedieron a la Presidencia, a la gobernación de Buenos Aires y a los distintos ámbitos de poder dentro del Estado que ocuparán hasta el 10 de diciembre.

En estos días, hemos asistido a la visibilización de las consecuencias más dolorosas de las políticas que han impuesto sobre Argentina. Cinco personas en situación de calle murieron víctimas del frío, abandonados por un Estado escandalosamente ausente. La muerte sacude. Nos sacude. Porque la vida es lo más preciado que tenemos y cuando ésta es arrebatada -más en condiciones que pudieron evitarse- el dolor nos abre los ojos de golpe y nos arranca de los lugares de confort.

La sociedad argentina reaccionó y se lanzó a un reverdecer de una ética de la solidaridad que está en las antípodas del individualismo, la “meritocracia” de los herederos o "el sálvese quien pueda" que el neoliberalismo viene inoculando sobre nosotros desde hace décadas y que, con el actual Gobierno, ha recrudecido al punto de hacer de la indiferencia y, más, del odio y la división entre hermanos, un puntal de su propio poder.

La respuesta oficial fue una furibunda campaña sucia que se expresó en las redes sociales y de la que no sólo participaron, como es habitual, los trolls comandados por el Jefe de Gabinete, sino funcionarios y referentes del oficialismo. Esa empatía con el que sufre, esa solidaridad que nos acerca, como argentinos, a la doctrina cristiana (y, en su traducción política, al peronismo, en cuyas raíces late la doctrina social de la Iglesia) y, por ende, nos distancia del neoliberalismo, desespera a los cultores de la desigualdad como norma, porque es, precisamente, con el barro de la solidaridad que podremos amasar las bases de una Argentina distinta, pero, sobre todo, más justa.

La mentira, entonces, se derrumba como un castillo de naipes y el relato oficial aparece como una cáscara vacía y agrietada, exponiendo la insensibilidad del Gobierno y la descarnada subversión de prioridades que han guiado la política económica en los últimos cuatro años: una política que sistemáticamente destruyó el trabajo, vació los bolsillos, arrebató los sueños y condicionó duramente el futuro con una deuda monstruosa que sirvió para financiar una fiesta privada donde unos pocos se apropiaron de la riqueza producida en un país que es efectivamente rico, la dolarizaron y fugaron, restándole potencia a nuestro circuito productivo mientras se alimentaba la especulación financiera. ¿Cómo es posible que, en el mismo país, unos pocos hayan fugado, en menos de 4 años, U$S 71.000 millones mientras otros dejaban la vida en la calle vencidos por el frío; mientras la pobreza -al primer trimestre de 2019- superó el 35% (9 puntos adicionales en un año) y mientras más de la mitad de nuestros niños y jóvenes son pobres y más de un millón quinientos mil chicos sufren hambre?

Son esas razones profundas, de fondo, las que ordenan las ideas, los posicionamientos políticos y, finalmente, el futuro que los argentinos empezaremos a construir desde este 10 de diciembre.

Porque, en esta Argentina que duele, mientras todos estos horrores se suceden, hemos visto a un gobierno cada día más desapegado de la realidad de los argentinos festejar un preacuerdo de libre comercio con la Unión Europea y lanzar en las últimas horas más fuegos de artificio apelando a otro con los Estados Unidos. Nos han preguntado, entonces, a quienes como legisladores y legisladoras tendremos la responsabilidad de aprobar o desechar ese acuerdo cuando deba tratarse su ratificación en el Congreso Nacional, ¿por qué lo rechazamos?

La realidad es que, junto con las enormes asimetrías que separan al Mercosur de la UE y el importante déficit comercial de nuestro país con la UE con la sangría de dólares que ello implica, el desplazamiento de la producción nacional en nuestro propio mercado interno -ya diezmado- y de nuestras exportaciones industriales en el Mercosur y Brasil, a manos de la competencia desigual europea, condenaría a la extinción a muchísimas industrias y economías regionales de nuestro país y, tras ello, más argentinos perderían su trabajo, se quedarían sin ingresos, el círculo vicioso de la recesión se agravaría, el Estado vería mermada su recaudación y su capacidad de intervenir para revertir las atrocidades del presente, el mayor déficit comercial cercenaría nuestra capacidad de generar divisas genuinas para sustentar nuestro crecimiento y, como lo social y lo económico no son capítulos independientes sino dos caras de una misma moneda, la pobreza, la desigualdad, el frío y el hambre, se enquistarían en nuestra nación.

¿Cómo podríamos no rechazarlo? Lo rechazamos como rechazamos cualquier política que atente contra la producción nacional y el empleo argentino, porque la Argentina que queremos construir es una donde todos tengan trabajo, salarios y jubilaciones dignas, abrigo y calefacción y un plato de comida caliente; una donde el Estado no sea un agente del ajuste dictado por el FMI, sino el garante de la felicidad de su pueblo con la misión ineludible de revertir estos niveles de desigualdad que matan.

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