El Economista - 70 años
Versión digital

jue 18 Abr

BUE 18°C

Nuestros maravillosos celulares y sus apps no tan maravillosas

16 julio de 2019

Por Marcelo Torok Profesor de Informática en USAL @MarceloTorok

Una pregunta frecuente que hago en mis clases y charlas es “¿Quién tiene el peor teléfono celular del auditorio?”. Por lo general, alguien con cierta vergüenza, exhibe un aparato que nuestros niños rechazarían por antiguo.  Mi respuesta es felicitarlo, explicando que la computadora del Apollo 11 (AGC), con su 1 MHz de velocidad de procesador, 2KB de memoria y 32 KB de almacenamiento, era (como mínimo) 1.000 veces menos poderosa que el smartphone más humilde de la actualidad.

Nuestros teléfonos celulares serían la envidia de cualquier agente secreto de la Guerra Fría y el James Bond de los años '90 admiraría con placer sibarita las diversas funciones del celu de nuestro hijo, sobrino o nieto de 10 años. ¡Y ni hablar de Maxwell Smart con su zapatófono!.

Es que hasta hace pocos años, no era fácil pensar en un eficiente teléfono de bolsillo, que sea a su vez una microcomputadora, con enorme capacidad de memoria, cámara de fotos y video de alta resolución, grabador de audio y video, excelente comunicación a distancia, acceso a redes de datos, bajo consumo de batería y, para mejor, con el agregado de diversas opciones gratuitas de comunicación tales como Whatsapp, Telegram, Facebook Messenger y correo electrónico, entre otras aptitudes y que entre perfectamente en la cartera de la dama y el bolsillo del caballero.

A pesar de su pequeño tamaño y múltiples funciones, a nuestros celulares les sobra recursos por todos lados, por lo que los desarrolladores de programas pensaron en crear aplicaciones, no tan poderosas como Facebook o Twitter, pero atractivas desde las posibilidades que prometen, fáciles para ser descargadas e instaladas por los usuarios, aunque muchas de ellas de dudosa utilidad.  Y algunos hicieron las aplicaciones, tan parte de la vida diaria, que con familiaridad las llaman “apps”.  Un día, una señora con smartphone nuevo me preguntó: “¿Conocés alguna App para bajar de peso?”. “Sí, dejá el celular y salí a caminar”, contesté y luego de preguntarme de donde la descargaba, me preguntó sagazmente: “¿Es broma, no?”.

Es que creemos que las apps son gratuitas y están ahí para hacernos la vida fácil y nada más lejos de eso.  Todas nuestras aplicaciones se nutren de nuestra información. Facebook no solo sabe dónde y cuándo estuvo y que comió una persona, sino quién es su esposa, su amante y hasta a que otras mujeres le observa el perfil. No solo conoce lo que mensajea y con quien, sino también todos sus gustos y aficiones y si eso no fuera suficiente, también vende su reconocimiento facial a los Servicios de Inteligencia y a los productores de programas de seguridad.  Hace poco, nos invitaba a agregar una foto de hace 10 años casi como un juego pero era, en realidad, para estimar mediante algoritmos cómo nos veremos dentro de unos años.

Ya nadie casi nadie habla por teléfono de línea, llamamos por Whatsapp, o mandamos un Whatsapp, un Telegram o Messenger.  “Whatsappear” es un neologismo que hasta se convirtió en verbo.  Y con todo eso alimentamos la maquinaria de la información, los Servicios de Inteligencia y los grandes imperios empresarios conocen nuestra constelación de contactos, qué hablamos con ellos, con qué frecuencia, nuestras fotos y videos.  Todo queda en manos ajenas.

Es que no existen las “apps gratuitas”. Las pagamos con nuestra información y con el precio de lo que nos quieren vender. Durante la Guerra Fría, el valor de la información se pagaba con sangre, pero hoy vivimos alimentando la enorme maquinaria de la minería de datos, con cada aceptación de una aplicación. Nuestro celular habla más de nuestra vida que nuestra propia computadora.  Mucha gente pide que los archivos y notificaciones no se los envíen por e-mail sino vía Whatsapp, navegan por Internet y toda su red de contactos personales y profesionales los manejan por el celular.  Ya nadie dudaría en poner un antivirus a la computadora, pero pocos lo hacen con el celular.  Bajan aplicaciones de home banking y mantienen datos de sus finanzas en un celular muy expuesto a filtraciones y robos.  En otro artículo hablaremos de cómo proteger el teléfono.  Hoy tengamos en claro que mucha de la información más importante de tu vida pasa por tu celular, hasta tus documentos y los de tu auto.

Previo a instalar una nueva aplicación, tomemos un segundo para ver que nos exige a cambio y si no se justifica lo que requiere.  Es tu información, es tu vida la que se filtra.  Tus dispositivos valen mucho más por la información que contienen que por el costo de su compra.

Cierta vez, en una conferencia, en una hermosa provincia explicaba todo esto y daba como ejemplo, una aplicación de linterna que emplea el led de la cámara y que para ser instalada, exige permisos para consultar la agenda, tomar fotos, filmar y grabar audio. Y expliqué que lo interesante para los desarrolladores no es la luz, sino lo que uno está haciendo cuando necesita una linterna. Al término de la charla se me acercan tres mujeres preocupadas y me dicen: “Nuestra ginecóloga usa esa linternita”. Simplemente les contesté: “En la esquina hay un kiosko y vi que vende linternitas de una pila, vayan y cómprenle una”.

En esta nota

Seguí leyendo

Enterate primero

Economía + las noticias de Argentina y del mundo en tu correo

Indica tus temas de interés