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La política económica en años de elecciones

04 julio de 2019

Por Matías Carugati Economista jefe de M&F Consultora

En un año electoral, es lógico que los esfuerzos estén puestos en captar adhesiones. Después de todo, la teoría y la experiencia indican que los gobiernos buscan mejorar la realidad social y también mantenerse en el poder. La clase dirigente se ve ayudada por el hecho de que los ciudadanos tienen preferencias ideológicas, pero también votan con el bolsillo. Y suelen sufrir de “memoria corta”. No evalúan, en general, todo un mandato sino cómo está la situación (sobre todo la propia y la de su entorno cercano) en los meses previos a la elección. Las asimetrías de información también inciden. Resulta difícil discernir los resultados observados de los shocks exógenos, de la pericia del gobernante o, simplemente, de la suerte.

La política económica está influida por el hecho de que el Gobierno busca mantenerse en el poder (elecciones presidenciales) o aumentarlo (legislativas). La idea es mejorar la situación presente, con tal de influir sobre las preferencias de los votantes. ¿Y los desequilibrios? Problemas del futuro. En el mejor de los casos, tras las urnas habrá más poder político para hacer las correcciones necesarias. En el peor? le tocará resolver a otro gobierno. Se generan así los denominados ciclos electorales (political business cycles). Expansiones en años impares y correcciones en años pares. ¿Suena familiar? No es exclusivo de estas latitudes. La literatura académica referida a economía política identifica este fenómeno en economías en desarrollo y (¡sorpresa!) también en países desarrollados.

Simplificando en exceso, un gobierno tiene distintas formas para generar un boom económico (o intentarlo). Si la situación financiera lo permite, la herramienta más obvia es la política fiscal. Recortes impositivos que “pongan plata en el bolsillo de la gente” o, mejor aún, aumento del gasto público. Decimos mejor porque incrementos de gasto inyectan dinero de forma directa, sin estar intermediadas por las decisiones de consumo-ahorro de los agentes. El caso más común es la obra pública, que tiene efecto directo (la inversión en sí misma), indirecto (multiplicador) y político (la inauguración). Sin ir más lejos, la propia CFK reconoció que en 2015 aumentó el gasto público para mejorar las perspectivas electorales de Scioli, su candidato de entonces.

El BCRA también puede tener un rol en los ciclos electorales. En aquellas economías donde la independencia de la entidad se desdibuja un poco, la política monetaria puede ser utilizada para empujar un poco el crecimiento (a costa de un posible brote de inflación), si el relajamiento tiene el timing adecuado. El tipo de cambio también puede ser utilizado como herramienta de estímulo, ya que una apreciación real tiende a incrementar el consumo de los hogares. En este último caso, lo que se precisan son reservas para sostener temporariamente el desequilibrio.

¿Algo de todo esto sucede en la Argentina actual? El Gobierno está intentando aplicar algo de estímulo preelectoral, a pesar del escaso margen de maniobra. El acuerdo con el FMI permite desvíos de la meta de déficit cero si es para aumentar el gasto social o por obras de infraestructura financiadas con créditos de organismos multilaterales. Las proyecciones de consenso descuentan que se hará uso de esta posibilidad. Además, se está proporcionando financiamiento accesible, subsidios y otros beneficios al consumo a través del FGS-Anses, lo que no repercute en el resultado fiscal.

El BCRA tiene menos espacio para moverse, ya que continúa en “modo estabilización”. El tipo de cambio real se aprecia más por la lenta desinflación que por una baja nominal de la cotización de la divisa norteamericana. Tras la crisis de balanza de pagos del 2018, la autoridad monetaria se plantea contribuir evitando una nueva corrida cambiaria. Por eso es que la tasa de referencia cede muy gradualmente y el BCRA ha incrementado su poder de fuego (reservas y posición de futuros).

La economía llegará con un poco de aire a las elecciones, pero no demasiado. La recuperación del nivel de actividad está probando ser más lenta de lo anticipado. La inversión está frenada por la incertidumbre política y la demanda externa está por debajo de las expectativas. Y encima sufrimos un severo traspié en marzo, que terminó de activar las alarmas en el oficialismo y motivó una reacción símil 2017. Con los bolsillos más flacos, el consumo no repunta y el Gobierno busca “llenar el bache” mediante medidas que alguno etiquetaría de kirchneristas. Si repasaran la teoría y la evidencia de la economía política de las elecciones, verían que no son medidas para nada novedosas. Lo que no se sabe es si su impacto incidirá sobre la decisión de los votantes.

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