El Economista - 70 años
Versión digital

jue 18 Abr

BUE 22°C

Entre dos democracias

29 julio de 2019

Por Constanza Mazzina Profesora de Ciencia Política de la USAL

Ante la inminencia del período electoral que se encuentra ya entre nosotros, algunas reflexiones sobre el concepto de democracia pueden ser útiles en este momento. Hacia el año 2013, Mario Serrafero ofreció en una conferencia una distinción entre dos formas de concebir la democracia que resultan pertinentes en estos tiempos de tanta confusión entre grieta y polarización. Por un lado, la democracia liberal republicana, del otro, la democracia populista.

La democracia liberal republicana es heredera de las tradiciones que le dan su nombre, y de cada una de ellas recupera y precisa los elementos que la definen. Los elementos fundantes de la primera son el respeto por los derechos de los individuos, entendidos como libertades básicas (reunión, opinión, asociación, prensa), los mecanismos de frenos y contrapesos (checks and balances), la temporalidad en el ejercicio del poder y la rotación en cargos públicos y la transparencia y rendición de cuentas (accountability) de los gobernantes. Si el liberalismo desconfía del poder, de allí su necesaria limitación, el republicanismo se define por oposición al cesarismo. En esta concepción de democracia ningún actor tiene jamás en sus manos todo el poder por un período de tiempo indefinido ni tiene la oportunidad de ejercerlo sin control ni contrapesos. En la genética de estas tradiciones está el respeto por quien piensa diferente (libertades) y la tolerancia. El estado de Derecho es la condición necesaria de este andamiaje y el gobierno (y el gobernante) no puede hacer y deshacer la ley a su antojo, sino que la ley está por encima de aquél.

La democracia populista, por su parte, precisa el mecanismo electoral para llegar al poder, pero una vez en el poder despliega cierto tipo de comportamientos diferentes. Empecemos por señalar que afecta primero la cultura pluralista (libertades, respeto, tolerancia) y las instituciones que promueven la limitación del poder y la rendición de cuentas. Así, Serrafero señalaba que la práctica de la democracia populista se centra  en: la personalización del régimen, el predominio del poder ejecutivo en desmedro de los otros poderes, los que son subordinados, colonizados, redefinidos o cooptados por la centralidad presidencial; hay una permanente descalificación de la oposición y de los medios de comunicación no afines, la aplicación de la ley es desigual por lo que se desdibuja el estado de derecho y hay un uso de la historia y de la conspiración como formas de relatar la realidad. El objetivo último es la refundación del Estado, del orden económico, político y social. De allí, las necesarias reformas constitucionales que den legitimidad a este nuevo orden. La violencia es una consecuencia de la omnipotencia de la mayoría y de la lógica pueblo-antipueblo. Como decía Serrafero, “la lógica de la polarización y el conflicto reemplaza a la lógica de la negociación y la resolución pacífica de controversias entre los distintos sectores e intereses”. La ley política reemplaza el estado de derecho.

En este camino, donde el ciudadano muchas veces olvida que la democracia es algo más que elecciones y que los gobernantes deben estar a su servicio y responder por sus actos u omisiones, el republicanismo nos interpela y el individuo no es solo individuo sino que es un ciudadano y el respeto cívico, su ADN. ¿Debemos entonces conformarnos con esto? No, la democracia presenta déficits, “promesas no cumplidas”, pero es también una oportunidad.  Entre estas tradiciones se debate la política argentina desde la vuelta a la democracia, quizás de una vez debamos definir en qué democracia queremos vivir.

En esta nota

últimas noticias

Seguí leyendo

Enterate primero

Economía + las noticias de Argentina y del mundo en tu correo

Indica tus temas de interés