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El plan económico para Palestina que armó el yerno de Trump

El proyecto que lidera Kushner, similar al Plan Marshall, busca “liberar el potencial” de Palestina. El objetivo final es generar un clima proclive a una negociación de paz en la región y que esa nueva realidad económica torne vacía la prédica de las dirigencias palestinas.

Atilio Molteni 03 julio de 2019

Por Atilio Molteni Embajador

Como todo el mundo sabe, resolver los conflictos del Medio Oriente es asunto sencillo. Sólo hace falta encontrar alguien dispuesto a ser líder del proyecto y un guión que, a la vista del público occidental, resulte placentero y consistente. Con tal premisa, los pasados 25 y 26 de junio se realizó en Manama, Bahréin, la presentación del Plan denominado “Paz para la Prosperidad”, cuyo objetivo es agregar el componente económico del acuerdo del siglo que concibió el jefe de la Casa Blanca para resolver el enfrentamiento israelí-palestino.

Las crónicas del hecho indican que los autores de semejante idea necesitaron tres años para darle la puntada final. El trabajo específico de ensamblar semejante criatura recayó en el yerno y asesor del actual inquilino de la Oficina Oval, Jared Kushner (foto), y vio la luz ante un auditorio que incluyó la asistencia del presidente del Banco Mundial y de la Directora Gerente del FMI (nuestra amiga Christine Lagarde); un amplio grupo de representantes del país anfitrión y de Egipto, Arabia Saudita, Jordania, así como de otras personalidades, entre ellas, del exprimer ministro británico Tony Blair y unos 300 hombres de negocios. Tampoco faltaron periodistas occidentales y regionales.

En consecuencia, el auditorio habría estado completo si además de los todos mencionados, se hubiese podido contar con la presencia oficial de representantes de Israel y Palestina, algo que por diversos motivos no se pudo lograr.

En Ramallah, los palestinos se opusieron y boicotearon tenazmente este plan alegando que sólo servía al propósito de impedir una solución política al conflicto, ya que está pensado para ofrecer una ilusión de prosperidad a cambio de garantizar la convivencia con un persistente estado de cautividad nacional. Del otro lado de la mesa, el Gobierno israelí no fue invitado a esta especie de elegante roadshow, ante la reticencia de algunos de los países concurrentes, cuyos gobiernos condicionaron el envío de sus delegaciones al requisito de no compartir el foro con el bando enemigo. En otras palabras, los puntos de vista de Ramallah fueron tenidos en cuenta a fin de evitar una colisión entre el compromiso árabe y la causa palestina.

El texto del plan se describe en un documento de 38 páginas difundido días antes por la Casa Blanca, donde se advierten tres grandes capítulos referidos a la sociedad palestina.

Liberar el potencial económico. A través del establecimiento de nuevos pilares para el crecimiento y la inversión comercial, la facilitación del acceso a la Margen Occidental y Gaza, escenario vinculado con la construcción de infraestructura esencial, promoviendo el crecimiento del sector privado y reforzando el desarrollo y la integración regional.

Capacitar al pueblo palestino. Por medio de una sustancial mejora en la educación, el ensanchamiento del mercado de trabajo, la inversión en servicios de salud y el fortalecimiento de la calidad de vida.

El desarrollo del pueblo palestino. A través de la creación de un mejor ambiente de negocios, el fortalecimiento de sus instituciones y con la mejora integral de su funcionamiento.

La idea núcleo del plan consiste en facilitar, por un decenio, inversiones regionales por más de US$ 50.000 millones a través de diversos esquemas financieros, con el propósito de duplicar el PNB de los palestinos, crear un millón de nuevos puestos de trabajo, reducir el desempleo a cifras de un sólo digito y disminuir 50% el porcentaje de personas que hoy están por debajo de la línea de pobreza. La transformación de Palestina tendría como destino mejorar su economía, imitando el ejemplo de los países que han creado un clima favorable a los negocios (adaptando el uso de tácticas como lo han hecho Corea del Sur, Taiwán Singapur y Japón). Sería una especie de Plan Marshall (plan que financió Estados Unidos para la recuperación de la economía de Europa tras la Segunda Guerra Mundial) a fin de atraer el interés del pueblo palestino hacia los incentivos económicos. La intención es que la nueva realidad induzca a generar un clima proclive a una negociación de paz, en la que los nuevos fundamentos tornen vacía la prédica de sus dirigencias. Sería un proceso mediante el que, hasta ahora, el Gobierno Trump se permitió ignorar algunas de las bases del proceso de paz y numerosas resoluciones de la ONU.

Los palestinos tienen una población estimada en unos 12.400.000 de individuos esparcidos por el mundo: 4.800.000 viven en la Margen Occidental del Río Jordán y Gaza, mientras otro 1.500.000 son ciudadanos israelíes integrados a su población, donde gozan de un satisfactorio estatus económico. Un dato a tener en cuenta es que cerca de 5.400.000 de palestinos tienen la condición de refugiados en los territorios palestinos, Jordania, Líbano y Siria, en donde viven en campamentos creados con vocación de asistencia temporaria, a pesar de que éstos existen desde 1947, antes de la creación del Estado de Israel, como consecuencia de los enfrentamientos sangrientos realizados bajo el mandato británico. Esos campos ahora albergan a sus descendientes, bajo la protección y ayuda económica de la Agencia de la ONU para los Refugiados de Palestina (UNWRA).

Mientras la Administración Palestina (AP), creada en 1994 por los Acuerdos de Oslo y presidida por Mahmoud Abbas (procedente de un movimiento secular como Fatah), controla gran parte de la Margen Occidental, desde 2007 Hamas lo hace en la denominada Franja de Gaza. Esta última es una organización islamista radicalizada (y rama sunita de los Hermanos Musulmanes), que niega la existencia de Israel. Agitando las banderas de la resistencia, la segunda de esas ramas la autoridad se enfrenta regularmente con ella, hecho que originó tres grandes operaciones militares israelíes sobre el aludido territorio. Esas acciones se suelen fundar en el deseo de contener sus acciones terroristas y las acciones de la Jihad Islámica, que es aún más extrema y está vinculada a Irán. Allí existe una situación humanitaria dramática y no se vislumbra siquiera la posibilidad de un cese del fuego a largo plazo.

Las administraciones estadounidenses que precedieron a Trump buscaron, con distinto grado de intensidad, una mediación entre las partes y apoyaron institucionalmente a la AP, sin lesionar su relación estratégica con Israel. En cambio, el actual jefe de la Casa Blanca desarrolló una serie de acciones que afectaron sus contactos con Abbas, pues en diciembre de 2017 reconoció a Jerusalén como capital de Israel, comenzó la reubicación de la Embajada de Washington a esa ciudad, redujo la ayuda bilateral a los palestinos, concluyó con sus contribuciones a los refugiados de UNRWA y cerró la representación de la OLP en Estados Unidos. Por otro lado, al reconocer los derechos israelíes a las Alturas del Golán, facilitó la argumentación israelí que busca, a cara descubierta, la anexión de los asentamientos palestinos.

Aún la presentación de su plan de paz sufrió varias postergaciones y ahora depende de las elecciones de Israel previstas para el 17 de septiembre, lo que incluye la constitución de un nuevo Gobierno, un proceso cuyo resultado es difícil de predecir y requiere más tiempo. Los palestinos señalaron reiteradamente su insatisfacción por el hecho de que en estos ejercicios no se tengan en cuenta sus derechos o puntos de vista, argumentando que las propuestas diplomáticas de la Casa Blanca tienden a priorizar los objetivos del Gobierno de Netanyahu, que es lejano a la idea de dos Estados para dos pueblos, ha logrado visibles y grandes entendimientos con el presidente Trump y lo incita a sostener una presión constante sobre los ayatolas. El resultado fue la actual crisis del Golfo Pérsico con Irán, donde los riesgos visibles son importantes.

Existen cinco problemas a resolver entre las partes que se vinculan entre sí, bajo el rótulo del esquema “Negociaciones sobre un Estatus Permanente”: fronteras (donde hay un cierto entendimiento); asentamientos; Jerusalén; refugiados (para Israel la creación del Estado Palestino es la solución del tema) y seguridad. Una cuestión fundamental es la condición israelí de que las partes reconozcan el carácter judío de su Estado, lo que es rechazado por los palestinos. Estos consideran que prejuzga, antes de dirimir el tema en la mesa de negociaciones, sobre lo que ellos llaman “el derecho al retorno “. No se trata de una cuestión religiosa, sino del mero reconocimiento de que los judíos, como pueblo, tienen derecho a un territorio; es decir el derecho de Israel de existir como Estado judío independiente.

La entidad de estos problemas es de tanta significación que difícilmente una propuesta de pzlan económico y de mayor bienestar para los palestinos los haga renunciar de sus aspiraciones nacionales. Si tomamos el ejemplo del Plan Marshall de Estados Unidos para Europa Occidental de los años cincuenta, podemos recordar que su éxito se debió no sólo a sus componentes de ayuda material, sino también a que Washington logró aplicar allí las ventajas de un orden mundial en favor de la paz, superando las políticas soviéticas que buscaron extender a esos países la interpretación del principio de “esferas de influencia” mediante la organización de gobiernos afines a su ideología.

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