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Construir un mercado financiero profundo es una tarea urgente

01 julio de 2019

Por Sebastián Senlle

“Timba”, “especulación” e, incluso, “joda”. Las palabras utilizadas popularmente para referirse al mercado financiero suelen conllevar un tono despectivo. Desde los medios y la política suelen elegirlo como blanco discursivo, escrutar sus ganancias con enojo y presentarlo como un antónimo de “la economía real”.

Probablemente allí radique una parte de la respuesta a una pregunta dolorosa: por qué Argentina no ha podido desarrollar un sistema financiero profundo y compatible con un crecimiento sostenido a largo plazo.

Un igualador de oportunidades

Permítanme arrancar la columna con una aseveración polémica: no hay elemento más progresista en la economía que contar con un sistema financiero desarrollado.

El rol esencial de las finanzas es movilizar recursos, desde aquel que tiene un excedente hoy (y desea conservar su valor real) a aquel que hoy no lo tiene, pero lo necesita, idealmente para un proyecto de inversión, aunque también para financiar la adquisición de bienes raíces o durables, consumos de mediano plazo, un viaje o una instancia de formación educativa. No por nada, macroeconómicamente, el ahorro y la inversión se tratan como dos caras de la misma moneda. Las dos partes (el ahorrista, que ve su ahorro remunerado, y el financiado, que accede a la posibilidad de realizar su proyecto) se benefician.

Un mundo sin mercado financiero sería un mundo más injusto y con menor igualdad de oportunidades. Imaginémoslo por un segundo: en tal mundo, sólo podría emprender un negocio, invertir en capacitación, comprarse una casa o hacer un viaje quién ya tuviera los recursos previamente o quién tuviera el contacto directo de alguien que se los preste. La riqueza sería mucho más estática, y la movilidad social, una quimera. Aquel que quisiera ahorrar, adicionalmente, no tendría cómo proteger en el tiempo sus activos ante procesos inflacionarios.

En la mayoría de los países del mundo, las finanzas son las que permiten que las personas se compren su casa, cursen una carrera universitaria sin morir de hambre en el intento, o monten su propio negocio. Y las que permiten que, aquel que tiene un ingreso superior a su gasto de hoy, y quiere poder disponer del valor real de ese ahorro mañana, pueda hacerlo, justamente porque al financiar otros proyectos hoy, permite la creación del valor necesario para retribuir su ahorro mañana. No hay “economía real” por un lado y “sector financiero” por otro: hay una simbiosis, donde difícilmente uno se desarrolle sin el otro.

Un mercado chico

El tamaño del mercado financiero argentino es insólitamente chico, sea cual sea la medida que se considere. De acuerdo a los indicadores del Banco Mundial, en el país el crédito al sector privado (a 2017) representa apenas un 16,1% del PIB (es de esperar que la situación no haya mejorado, sino incluso empeorado en 2018).

Esto lo ubica a una distancia sideral de la media mundial (104%) y de los niveles de los países líderes (en EE.UU., por ejemplo, el crédito privado representa 191% del PIB), pero también en una posición vergonzante en el plano latinoamericano. Es que en la región, manda Chile (112,5%), pero la mayoría de los vecinos superan nuestra marca holgadamente (Brasil, 59,8%, Colombia: 49,4%; Perú, 42,3% y Paraguay, 40,2%, por citar ejemplos). La cifra es incluso inferior a la media de países de bajos ingresos, donde recaen el grueso de las naciones africanas: 20,7%.

El BCRA, como principal entidad del área, ha hecho esfuerzos considerables desde lo institucional y lo normativo en los últimos 3 años para modernizarse y acercar las finanzas al público

La capitalización bursátil del mercado local es la cuarta parte del chileno y significativamente menor al de Perú o Colombia, pese a superar, en tamaño del PIB, a los tres países.

La educación financiera parece ser un prerrequisito que no se verifica en Argentina. Sólo el 28% de los adultos están “financieramente alfabetizados”, es decir que cuentan con conocimientos básicos de comportamiento financiero como para poder tomar decisiones de ahorro e inversión, de acuerdo al ranking cross-country que elabora el Global Financially Literate Center de la Universidad de Washington, midiendo a 150.000 personas en 140 países. La cifra nos coloca a la cola de la región.

“El sistema financiero argentino es insignificante”, aseveró hace algunos meses el economista Fernando Marengo (Estudio Arriazu), entrevistado por este diario. En ese momento, señaló como factor explicativo las sucesivas confiscaciones que sufrieron los ahorristas argentinos en las últimas décadas, siendo “sistemáticamente estafados con corralitos, corralones y confiscaciones varias”, la aplicación de políticas que cercenaron al sector (como la eliminación del sistema previsional de capitalización, que quitó una vía de ahorro de la población activa), y fundamentalmente, la persistencia de la inflación.

Una historia de desencuentros

Es llamativo entonces que el argentino medio tenga una idea asentada sobre la supuesta enormidad y beneficios extraordinarios del sector financiero, que choca tan de frente con la realidad.

La apuesta del ahorrista por el dólar como moneda de ahorro tiene lógica considerando la trayectoria de inflación persistente y volatilidad cambiaria de la moneda local. Pero incluso cuando elige ahorrar en dólares, resulta irracional que lo haga simplemente en billetes, cuyo único rendimiento pasa por su apreciación frente al peso.

Para ponerlo más claro: mientras el argentino medio atesora dólares (en su casa, en cajas de seguridad, fuera del país o en sus cuentas bancarias) a tasa cero, las empresas y el Estado deben salir a tomar deuda en el exterior para financiarse, a tasas muy altas (afectadas por la prima de riesgo que paga cualquier emisor argentino). Un simple “match” entre ambos lados sería mutuamente beneficioso (a eso apuntan, por ejemplo, las emisiones locales de Letes, de las que van empezando a participar muchos minoristas con sus ahorros en dólares). Las fuertes restricciones del sistema bancario para prestar en dólares implementadas desde la salida de la convertibilidad  aunque han sido útiles desde un punto de vista macroprudencial, introducen rigideces que inmovilizan buena parte del ahorro privado en moneda extranjera depositado en cuentas (unos US$ 30.000 millones, según el BCRA).

Hay esfuerzo, pero falta

El BCRA, como principal entidad del área, ha hecho esfuerzos considerables desde lo institucional y lo normativo en los últimos 3 años para modernizarse y acercar las finanzas al público.

Se ha creado la opción del Alias como alternativa al interminable amontonamiento de dígitos que es el CBU. Se fomentó la competencia entre bancos al permitir que los clientes puedan realizar plazos fijos en otra entidad, y con las fintech, al ordenar la movilidad de fondos desde cuentas “tradicionales” (con CBU) a cuentas virtuales (con CVU), se apuntó a la educación y la inclusión financiera autorizando la creación de cuentas gratuitas para menores y las corresponsalías y logró que comiencen a pulular alternativas a los cajeros automáticos bancarios tradicionales (cash back en grandes tiendas, ATM privados, etcétera).

Otras agencias gubernamentales han dado pasos en la misma dirección, entre los que se cuentan la Ley de Mercado de Capitales y los esfuerzos en materia de compliance para lograr la ansiada reclasificación como “emergente” en el índice de MSCI.

Aun así, falta mucho. Resulta imprescindible entender que es imposible mantener un proceso de crecimiento sostenido de varias décadas, como el que necesita la Argentina, sin un sistema sólido con que financiarlo, con empresas sin acceso al crédito y dependiendo de su propio cashflow para invertir. Tal proceso chocaría, más temprano que tarde, contra una escasez de divisas que acabaría por interrumpirlo.

Un marco regulatorio innovador pero estable (evitando legislaciones cortoplacistas con efectos dañinos en la confianza de largo plazo, como los intentos legislativos de modificar las condiciones de créditos ya otorgados), que incentive el ahorro bancarizado y en moneda local, instituciones que incentiven la intermediación financiera y el desarrollo de instrumentos locales que le den profundidad y liquidez al mercado, una apuesta permanente a la inclusión financiera y a la educación desde el colegio en los conceptos elementales de finanzas, una moneda sólida a partir de un BCRA independiente y un Estado fiscalmente equilibrado, son algunos de los ingredientes que deberá llevar la receta.

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