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Apuntes sobre las calmas cambiarias

24 julio de 2019

Por Pablo Mira Docente e Investigador de la UBA

En un nuevo episodio de la saga “Elections are Coming”, los gobernantes de turno optan por capturar la voluntad popular en el corto plazo mediante una incipiente sobrevaluación o “calma cambiaria”. Las mismas calmas de 2013, 2015 y 2017 que precedieron las bruscas devaluaciones, con enormes costos, de 2014, 2016 y 2018. Por supuesto, siempre hay grados, y no todas estas apreciaciones son de la misma magnitud. Hoy, por ejemplo, es posible argumentar que las estimaciones de tipo de cambio real no muestran atrasos tan marcados como los de los episodios anteriores en los últimos años.

Y sin embargo, los riesgos persisten. La razón principal es que el grado de atraso cambiario no depende únicamente de la comparación con otros períodos, sino además de la naturaleza y magnitud de los desequilibrios involucrados. Por ejemplo, no es lo mismo tener un precio accesible del dólar con muchas que con pocas reservas. Tampoco es irrelevante el nivel de déficit fiscal para el cálculo, pues su financiamiento pondrá presión al dólar. Y por supuesto, la amenaza de la deuda externa (que hoy en su mayor parte es pública) también cuenta para detectar riesgos de devaluación.

La apuesta a la fijación cambiaria del gobierno podría ser considerada como una estrategia electoral, pero concedamos por un momento cómo luciría un plan similar pensado para el éxito de mediano plazo. Además de clavar nominalmente el tipo de cambio (por acción o por omisión), las autoridades han decidido hace varios meses recurrir a la emisión monetaria nula (nos referimos a la base monetaria), prometiendo hacia el futuro que ya no se utilizará el financiamiento fiscal por medio del BCRA.

Con estas medidas se busca actuar de manera rápida y decidida sobre la inflación actual y sobre las expectativas de inflación futuras. El tipo de cambio fijo suavizaría los aumentos en el corto plazo y el compromiso monetario, a medida que se va cumpliendo, morigeraría las expectativas inflacionarias en los próximos meses. Un problema no menor que atañe a este plan es que tiene fecha de vencimiento. La economía no puede funcionar demasiado tiempo de manera normal con un tipo de cambio fijo y sin emisión monetaria si la inflación no cede de inmediato.

Si cierta inflación inercial persiste, como está ocurriendo desde hace varios meses, el tipo de cambio real se apreciará con rapidez y comprometerá la disponibilidad futura de dólares. En este contexto, las expectativas del público se concentrarán fundamentalmente en posibles eventos devaluatorios futuros, y mucho menos en la promesa de que no se emitirán billetes. En otras palabras, con una apreciación real fuerte los agentes económicos se concentrarán más en el canal cambiario de la inflación futura que en el canal (presuntamente) directo de la emisión monetaria. Así, mientras el tipo de cambio se aprecia el compromiso monetario pierde relevancia y la economía sufre de tasas de interés demasiado elevadas durante demasiado tiempo. Y si el Gobierno intenta reducir esas tasas en un contexto de apreciación, las expectativas de devaluación pueden resultar mayores aun.

La credibilidad de la calma cambiaria, por lo tanto, parece remitirnos indefectiblemente a sus efectos de corto plazo, y casi nunca resulta en una buena estrategia de mediano plazo. La Historia Argentina reciente y no tan reciente ha demostrado una y otra vez que las apreciaciones preeleccionarias sólo pueden cebar la bomba de la presión cambiaria, hasta activar su explosión.

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