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¿Pueden Argentina y Brasil tener una moneda común?

07 junio de 2019

Por Julio Burdman

En el marco de la visita de Jair Bolsonaro al país, sorprendieron gratamente los anuncios acerca de la intención de coordinar políticas monetarias de ambos países a través de sus respectivos bancos centrales. Hasta se habla de una moneda común. La convergencia macroeconómica fue una de las metas fundacionales del Mercosur. Entre nosotros, a su vez, se trata de una demanda que surge cuando sufrimos crisis originadas o facilitadas por el unilateralismo brasileño.

Cuando finalizaba el segundo gobierno de Carlos Menem y comenzaba el de Fernando De la Rúa se discutía mucho de ello en Argentina. Se escribían papers al respecto, y columnas de opinión en los principales diarios. La dirigencia estaba en shock por la devaluación del real del año 1998, y sus consecuencias letales para el peso atado al dólar. Argentina no podía competir con un Brasil devaluado y se sumergía en una implacable recesión. En ese marco, pedíamos coordinar. Que significaba varias cosas: desdolarizar el comercio exterior, consultarnos mutuamente (la devaluación había sido inconsulta); Cavallo modelo 2001 soñaba con una "canasta de monedas" que incluyera al real. Nada de ello vio la luz.

Que las demandas e intenciones de coordinación afloren en tiempos de crisis no parece ser la mejor señal. De acuerdo a la experiencia integracionista europea, que transitó las fases de la coordinación, institucionalización y moneda común -el euro- la confianza política es la precondición central. Eso sugiere que la política monetaria común es la consecuencia de la integración, y no al revés.

Cabe preguntarse si acaso Argentina y Brasil están en un momento de confianza política. Macri y Bolsonaro -e Iván Duque de Colombia, Sebastián Piñera de Chile y otros- serán vistos por la historia como parte de un giro a la derecha en la región. Con sus diferencias. Macri está al frente de una coalición más centrista que la de Bolsonaro, y su discurso es más moderado. Las bases electorales de uno y otro también lucen diferentes, a pesar de las afinidades entre sus adversarios kirchneristas y lulistas.

Tienen en común ambos presidentes la aspiración de lograr el demorado tratado de libre comercio con Europa. Para los negociadores europeos es mejor saber que están tratando con un Mercosur maduro que con un solo país de la región. Tal vez ello esté impulsando estos gestos, además de los problemas domésticos.

Sin embargo, venimos también de algunas señales de debilitamiento del espíritu de la integración. Apenas asumido, Bolsonaro habló en contra del Mercosur. Los gobiernos de la región dinamitaron la Unasur y enfrentan sin ideas el caso de Venezuela. Está el antecedente sólido de la ingeniería institucional que se vino forjando desde las décadas de los '80 y '90, sobre los que estos anuncios se sostienen. Pero la coyuntura deja dudas: más allá de los diseños, se requiere mucha robustez político-institucional para que una política de estas características pueda prosperar.

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