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La clase política no habla de sus planes económicos

Si tienen un par de minutos, todos los candidatos/as harían bien en garabatear algún plan económico y una lista de gente preparada para llevarlo adelante dado que es el tema, que según muestran todas las encuestas, es el que más le preocupa a la mayoría de los votantes.

18 junio de 2019

Por Jorge Riaboi Diplomático y periodista

Muchos supusieron que la economía, no las candidaturas, sería la actual prioridad de nuestra clase política. Se equivocaron. Por eso vale la pena contar algunos trazos de la vertiginosa epopeya del ingeniero electrónico Marcelo Diamand, quien dedicó gran parte de su vida a ser un economista vocacional. Aunque nunca procuró la certificación académica para arruinar la vida del país, este singular personaje se las rebuscó para instalar dos importantes conceptos. Uno de ellos, la versión casera del desarrollismo exportador, lo que se transformó en una especie de lado B del desarrollismo histórico, enfocado, entre otras cosas, en la noción de sustituir importaciones. Ese último movimiento fue anterior al de Diamand y sus prominentes mentores fueron el abuelo del actual ministro del Interior y sus seguidores. La segunda de las ideas-fuerza de Marcelo consistió en abogar por la sana y utópica idea de encumbrar a la gente más capacitada en todas las instituciones del país.

Si bien las dos corrientes desarrollistas nacieron con la angelical finalidad de ampliar y modernizar la industria nacional, estrangulada por la insolvencia de los mecanismos de regulación y la crónica escasez de divisas que el mismo Diamand deseaba resolver, su constancia e influencia lo llevó a dejar sombra en el piso. La gran distinción entre ambos desarrollismos era que la variante exportadora sólo resulta posible si se percibe como una feliz derivación del contexto económico, comercial, educativo y de infraestructura que permita insertar a las exportaciones del país en el mundo globalizado. Y aunque exportar es el más complejo de los motores del crecimiento económico, es la fuente más racional y dinámica para conseguir divisas no retornables.

Por otra parte, muchos economistas de la actual generación aún suponen que su sabiduría debe concentrarse en los asuntos monetarios y fiscales y en desconocer, de lo elemental en adelante, la casi totalidad de las premisas y realidades del planeta, como los auténticos origen e insumos de las guerras de comercio que hoy sostiene Estados Unidos con China, India, sus socios del NAFTA y, en cierto modo, con la Unión Europea. En la academia no hay gente bien preparada para enseñar lo que pasa en el mundo real, ya que no resulta fácil explicar las reglas y hechos que se desconocen.

El abuelo del ministro del Interior, también llamado Rogelio Frigerio, consiguió algo que no pudieron lograr Néstor Kirchner y sus estoicos operadores: influir, durante muchos años, en la línea editorial del diario Clarín. En cierto momento, Diamand consiguió algo parecido. Se lo convocó como parte de un grupo consultor del plan económico identificado como la “devaluación compensada” (compensada por rebajas de los aranceles de importación y otras medidas) que dirigió el influyente ex ministro Adalbert Krieger Vasena, un hombre que se rodeó, entre muchos otros, con profesionales de la talla de Enrique Folcini, Lorenzo Sigaut y, los entonces jóvenes economistas, Roberto Lavagna y Ricardo Arriazu (ambos rondaban los 25-26 años).

El enfoque de Diamand se basaba en dotar al sector industrial de estímulos que lo induzcan a generar las divisas que históricamente utilizaba para importar materias primas, insumos, bienes de capital y tecnología. Las ideas de este creativo ingeniero no estaban contaminadas por intenciones mercantilistas, ni por el deseo de ningunear los aportes del campo a la balanza de pagos (Julio Olivera usaba la expresión balance de pagos). Su intención medular era acrecentar y diversificar, no reemplazar, la caja de divisas que tradicionalmente surgía de la actividad agrícola y agro-industrial. Argentina siempre exhibió una clara división del trabajo: mientras su campo se dedicaba a cuidar la seguridad alimentaria y a generar divisas, buena parte de la clase política se entretenía en ningunear y buscar interpretaciones diabólicas en tal esfuerzo. Nuestro pueblo tampoco es adicto al concepto de discernimiento, que tanta importancia se asigna en la vida de los jesuitas. En casi todo el resto del planeta la agricultura es obscenamente subsidiada e idolatrada con fervor casi religioso, si bien más cercano al desvergonzado proteccionismo comercial.

Algunas de las ideas de Diamand suponían un boceto de lo que hoy se conocen como las cadenas de valor o las experiencias de maquila, algo que años después refinaron e incorporaron a su ferretería los especialistas de la Fundación Mediterránea, el aguantadero intelectual del ex ministro Domingo Cavallo y de muchos de sus colaboradores y aliados. De todos esos debates, nacieron mecanismos que tuvieron su época dorada como la importación temporaria. Y si bien gran parte de esa antigua “prédica teológica” fue superada o, en algunos casos, no pasaría el test de las reglas sobre subsidios y otras disciplinas de la OMC, está claro que la Argentina es un bebé cada día más sediento de divisas, razón por la que sería lógico que las futuras entradas de fondos surjan de ingresos no retornables (exportaciones e inversión de largo plazo) en lugar de la onerosa y tóxica expansión de la deuda pública, cuya viabilidad es discutible.

La otra idea central era de tenor político-social. Diamand sostenía, con educada crudeza, que las sociedades que no son capaces de elegir a sus dirigentes entre los mejores para el cargo, estaban condenadas a la mediocridad, el fracaso o la simple decadencia.

En nuestro país, gran parte de los economistas con apropiada licencia académica, y también alguna gente cuerda, le aconsejó al actual Presidente que tenga un Ministro de Economía, alguien que pueda coordinar lo que durante su gobierno fueron, en esencia, una cadena de maxiquioscos mal coordinados y muy mal manejados, en donde nadie le puso oportuno límite a cada ministro o secretario especializado acerca de lo que puede hacer. El sonado caso de las tarifas energéticas fue el litmus test de estas innecesarias salvajadas.

Quienes lo conocen, dicen que el Presidente nunca quiso superministros, lo que nunca fue una buena idea, ya que ello impide ver desde arriba el conjunto de la realidad. Un buen sistema de controles para conducir la economía, no puede limitarse a vigilar la caja o un cuadro de Excel. Requiere gente que sepa de las teclas que se deben apretar para modificar tendencias y cumplir objetivos, sin armar un enorme zafarrancho económico-social. En otras palabras, gente que sabe concebir y gestionar políticas.

El Presidente tampoco aceptó la noción de que, cuando uno dirige un país, contar con colaboradores inteligentes y no manipulables, constituye un activo necesario, no un defecto ni una debilidad. El deber del primer mandatario es saber dirigir a sus delegados, no tener más prensa que ellos. Es mucho mejor contar con ministros que saben decir que no, que dóciles funcionarios avenidos a decir sólo lo que el jefe quiere oír. No es accidente, bajo esta perspectiva, que en estas horas el país se encuentre con una tasa descomunal de inflación, haya tocado el límite de su endeudamiento, exista una economía estancada, inquietantes niveles de desempleo e innecesario agravamiento de los dramas sociales como la pobreza extrema y el obvio estancamiento de las exportaciones. Nadie debería sorprenderse de que vuelva a emerger una brutal escasez de divisas y una nueva crisis de balanza de pagos. Tenemos fiscalistas que todavía suponen hacer un buen manejo presupuestario por equilibrar más o menos los ingresos y egresos (ya que de hecho parece flotar la noción de que enjuagar el déficit es cosa de recaudar más, no de replantear el nivel del gasto y gastar bien, además de hacer cálculos trozados como si sólo fuera exigible el gasto primario). Y como uno es constructivo, entre el voluminoso Miguel Angel Broda y su ostentosa panza de economista, y lo que dicen Carlos Melconian y Daniel Artana me quedo, por cierta solidaridad (de estatura) con los últimos (y con lo que frecuentemente suele diagnosticar Lavagna), de modo que habremos de suponer por unos días que estarán dadas las condiciones para renegociar la deuda con el Fondo Monetario, aunque al llegar a este punto me pierdo. No sé si todos entendemos que lo que nosotros queremos renegociar no va a ser exactamente igual a lo que quiera renegociar el Fondo Monetario Internacional (FMI), cualquiera sea nuestra opinión sobre las percepciones de su econométrico plantel. ¿El problema sólo reside en reescalonar la deuda en el tiempo? Francamente no veo esa perspectiva.

La otra pregunta natural cae de maduro: sea quien sea oficialismo el próximo 10 de diciembre, no resulta aceptable que un Presidente que tiene en sus filas a un Melconian y un Alfonso Prat-Gay, por un lado y a Nicolás Dujovne y “Toto” Caputo, por el otro, se incline por el segundo de estos dúos. ¿Pueden ser esos los reflejos sanadores a la hora de convocar el plantel que tendrá la misión de sacar al país del pantano económico? ¿Por qué aún no ingresaron al debate esta clase de temas?

Si tienen un par de minutos, todos los candidatos/as harían bien en garabatear algún plan económico y una lista de gente preparada para adoptar decisiones y contar con claridad los qué, quiénes, cómos y los cuándos de sus propuestas. Tampoco haría daño conocer algunos enfoques orientadores y serios de política económica internacional. Al llegar a este tema recordé que un gran colega me advirtió, cuando nos conocimos, que “si él no tenía algo positivo que decir, se callaba la boca”. Y aunque la idea me pareció astuta, ahora me como los codos al practicar la ridícula virtud del silencio.

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