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Una guerra comercial con nuevos capítulos

29 mayo de 2019

Por Robinson Cabrera De Piérola Dirigente de Republicanos

Históricamente, el mundo ha sido testigo de diversas guerras comerciales, teniendo a Estados Unidos como principal actor. Hacia 1930, se generó la suba de tarifas conocida como Smoot-Hawley a más de 20.000 productos que tuvo como consecuencia una caída de 60% en las exportaciones. Luego, entre 1961 y 1964, Francia y Alemania Occidental realizaron una nueva suba de aranceles, esta vez para los pollos que producía Estados Unidos en masa tras la industrialización de las granjas. Llegando a 1980 y manteniendo el mismo modus operandi, se efectúa una suba de aranceles a los autos importados de Japón, luego (1982) a la madera proveniente de Canadá, para finalizar con aranceles a la pasta (1985) y la banana (1993) oriundas de la entonces Comunidad Económica Europea.

Los tratados de libre comercio proveen trabajo, bajos precios y beneficios que favorecen el crecimiento de las naciones. Cuando entran en juego las guerras comerciales, es posible encontrar variados ejemplos de aranceles (como los mencionados anteriormente) camuflados bajo un proteccionismo cortoplacista, cuyo debate no suele centrarse en cómo finaliza la “guerra” (teniendo como resultados en su mayoría la suba de precios con pérdida de puestos de trabajo a mediano plazo) sino en el cómo comienza, y por ello a continuación se analizará la “guerra” comenzada en 2018.

En 2018, Estados Unidos acusó a China de no permitir el ingreso de inversiones estadounidenses, robar propiedad intelectual y, a través de ello, promover competencia desleal. Usando la Sección 301 del Trade Act de 1940, Estados Unidos impone subas de tarifas de 10% a 25% al acero, aluminio y a más de 1.000 productos chinos, entre ellos, partes de avión, audio/video e instrumentos médicos. Ante esto y exactamente al día siguiente, China responde con la misma moneda.

Uno de los principales impulsores de estas medidas es Peter Navarro, quien en declaraciones en a CNBC sustenta que la principal razón es por el déficit comercial (una nación exporta o importa mucho más productos que la otra) que el país tenía (y en ese momento rondaba los US$ 500.000 millones) y afirmaba que reducir este déficit traería más trabajo a Estados Unidos.

Estos son los hechos que llevaron al fervor de subas de aranceles a distintos productos entre su país y China.

Al subir los aranceles a la importación de acero y aluminio chino, Trump pudo retener muchos puestos de trabajo de estos sectores haciendo que creciera la demanda, pero afectó todo lo que lo rodea. Los precios de los productos que usan acero como materia prima subieron, y en ello se puede incluir a la construcción, artículos para el hogar y, si se agregan las subas de tarifas a otros productos que se importan de China, que suelen ser productos que se encuentran en retailers o supermercados, el costo de vida para las personas subió en la misma cantidad.

De acuerdo a estudios de The Trade Partnership, Estados Unidos generaría 26.280 nuevos puestos trabajo, pero se perderían 432.747 en los sectores que se encuentran protegidos. Las medidas a tomar en políticas económicas suelen seguir una línea contextual geopolítica, que Trump en este momento no está aplicando.

La inferencia de que el déficit comercial debe ser equilibrado es algo descartado por la mayoría de los economistas, ya que el propósito del libre comercio es el intercambio de productos y no la búsqueda del perfecto equilibrio comercial (una relación de suma cero). Por ello existieron las previas conversaciones y los acuerdos que los países firman para que estos se lleven a cabo. En todo caso, es algo que se podrá concretar vía crecimiento de exportaciones en el que se encuentre mayor potencial: lo opuesto a una guerra comercial.

Por otra parte, en diversas ocasiones se habla de que el yuan o renmimbi están apegados a un cambio fijo y que esto busca mantener la moneda en un valor muy bajo para beneficiar las exportaciones. Si bien esto fue correcto hasta 2014, luego las intervenciones fueron para que la moneda no pierda su valor.

En 2016, el yuan pasa a formar parte de las divisas DEG (Derechos Especiales de Giro), que son utilizados como unidad de cuenta por el Fondo Monetario Internacional junto con el  dólar, el euro y la libra, por lo que sitúa al yuan como moneda de reserva pese a su fluctuación controlada. La siguiente caída de la divisa a comienzos del 2018 sucede por crecientes rumores de la guerra comercial que se avecinaba entre China y Estados Unidos, que finalmente se concretó.

Estados Unidos se encuentra protegido, hasta cierto punto, de medidas proteccionistas, ya que lo que exporta es 12% de su PBI, en comparación con China, que exporta casi 21%, dependiendo este último mucho más de su comercio exterior y, por lo tanto, pudiendo sufrir con mayor severidad las consecuencias de la guerra.

Por otro lado, el FMI se manifestó indicando que la continuidad de la misma puede tornarse un problema para el crecimiento mundial, aunque por el lado de la Unión Europea esta lentitud en el crecimiento tiene también como factores el exceso de deuda y estímulos monetarios en los últimos años.

Al día de hoy, la suba de tarifas del 10% al 25% rige sobre más de 5.000 productos chinos valuados en US$ 200.000 millones y sigue la línea de 'America First' de la campaña de Trump, siendo China también un país muy proteccionista. Hasta hoy, no se vislumbran señales de un final a la guerra y, días atrás, la suba se extendió a más productos mientras que China seguirá con una suba de aranceles afectando a US$ 60.000 millones.

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