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No estamos solos

Existe una percepción de que las contrariedades económicas que atraviesa Argentina son exclusivas y atribuibles a causas estructurales.

21 mayo de 2019

Por Pablo Mira Docente e investigador de la UBA

Existe una percepción bastante extendida de que las contrariedades económicas que atraviesa nuestro país son en buena medida exclusivas a nuestra naturaleza estructural. Armados con este dictamen, algunos economistas sugieren un tratamiento que intente transformar a la Argentina en una economía “normal”, bajo el supuesto de que sus dilemas no se repiten en ningún otro país del mundo y que con llevar a cabo las políticas que se encaran en otras partes hallaremos el camino del desarrollo.

Pero esto es inexacto. Si bien con otra dinámica nominal, los problemas que enfrenta nuestra economía han sido compartidos por varias economías de América Latina durante muchos años. Y entre las economías emergentes del resto del mundo que también sufren estos conflictos podemos mencionar el caso de Pakistán. Recientemente el prestigioso economista pakistaní Atif Mian, quien junto a Amir Sufi presentaron una de las explicaciones más convincentes de la crisis de 20072009, evaluó la situación actual de su país, que guarda varias similitudes con la de Argentina.

Tras varios años que la economía de Pakistán no lograba mejorar su productividad interna, el gobierno decidió promover sus capacidades productivas y su infraestructura “delegando” esta tarea a China, y firmó varios acuerdos de inversión con este objetivo. El resultado fue un aumento de 50% de su deuda externa, una importante apreciación cambiaria que estimuló artificialmente su demanda interna, y ningún impacto sobre las exportaciones. Pakistán experimentó una suerte de “enfermedad holandesa” con consecuencias tan dañinas que el país debió acudir al Fondo Monetario Internacional, con el que firmó un programa de “ajuste estructural”.

Los dilemas de Pakistán son ahora parecidos a los que experimentó y experimenta la Argentina. El elevado endeudamiento en moneda extranjera no tuvo una contrapartida en términos de productividad interna, y las expectativas de devaluación del tipo de cambio se fueron alimentando. Pero la devaluación podría no ser suficiente para evitar el drenaje de reservas y continuar con los pagos, porque pese a que la rupia se devaluó casi 20% en términos reales, las exportaciones no reaccionaron en absoluto. El ajuste, tal como ocurre en Argentina, se produjo inicialmente por la vía de una reducción del ingreso interno y las importaciones. A esto hay sumarle el efecto “valuación” de la devaluación sobre la deuda, que la hace más costosa de pagar. Finalmente, Mian teme que la devaluación afecte los precios en una economía pequeña y abierta como es Pakistán, erosionando la competitividad ganada originalmente.

Como consecuencia de estas desarticulaciones, Pakistán debió acudir al FMI. Ahora el país pone sus esperanzas en un acuerdo con el organismo que le dé tiempo para recuperarse, pero los cambios estructurales que se necesitan corregir no serán sencillos de alcanzar en el tiempo que lo requieren los mercados financieros. Por otra parte, el récord empírico de las políticas del FMI no es precisamente bueno, lo que incluye una participación bastante criticada durante la crisis de 2002 de Argentina. El propio Fondo es consciente de sus errores, y ha publicado un amplio mea culpa hace algunos años en el que reconoce que sus diagnósticos no siempre fueron seguidos de resultados efectivos.

La experiencia de Pakistán demuestra que la inversión extranjera directa tampoco es la solución automática a los problemas de desarrollo. En el caso descripto, era muy importante mantener el control regulatorio de esas inversiones en infraestructura para asegurar que el impacto macroeconómico sobre las exportaciones fuera elevado, y que el costo del capital utilizado para Pakistán fuera moderado y costeable. Otro ejemplo de que tan importante como estimular la inversión privada es regularla en favor de la economía en su conjunto.

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