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La guerra en la que todos pierden

20 mayo de 2019

Por Andrés Domínguez Director de RED Consultora y docente de la UB y la UNLP

Hasta hace pocos días parecía cercano un acuerdo comercial entre Estados Unidos y China, tal vez no total pero sí que resolvería algunos puntos y, sobre todo, terminaría por un buen plazo con la guerra de aranceles y lleve así algo de paz a los mercados.

Tras el “cese del fuego” sellado en Buenos Aires en ocasión del G20 las negociaciones duraron seis meses, pero en pocos días volaron por los aires. China había aceptado brindar una mayor protección a la propiedad intelectual y a los secretos tecnológicos, así como mayor apertura a la inversión extranjera. La semana pasada y a último momento hubo un desacuerdo respecto al nivel normativo de dichas nuevas regulaciones (decretos simples del gobierno o “leyes” del Partido Comunista de China), lo que generó desconfianza en su cumplimiento efectivo por parte de los asiáticos.

Intempestivo y fiel a su estilo, Donald Trump respondió por Twitter: anunció mayores aranceles por 200 billones de dólares y el inicio del proceso para gravar la totalidad de las importaciones chinas, un monto que supera los US$ 500.000 millones al año. Trump acusó a China de romper pactos que estaban cerrados, mientras que China hizo lo propio afirmando que Estados Unidos violó el acuerdo de no tomar nuevas sanciones unilaterales, tras lo cual anuncio otras tarifas por US$ 60.000 millones ?técnicamente esto se conoce como retaliación?, y más limitaciones a determinadas compras americanas en las que el estado comunista tiene decisión.

El Presidente americano amenazó diciendo que para venderle a Estados Unidos las industrias deberán irse de China, por ejemplo a Vietnam, o mejor aún volver a fabricar en América. Aseguró que o bien sin acuerdo y con tarifas altas su país seguirá creciendo, o también que podía conseguir un acuerdo con el presidente Xi “de inmediato” (si accedía a todas sus condiciones, claro). Las tarifas entran en vigor, pero las negociaciones en lo formal no se han abandonado.

¿Quién pierde en este conflicto? Tres grupos sobresalen: los industriales exportadores chinos que pierden mercado, los vendedores o consumidores americanos de los productos con algún componente “Made In China” (o sea casi todos), y los productores de granos y carnes estadounidenses, grandes proveedores de los millones de habitantes de aquel país. Sobre estos últimos, en la seguidilla de tuits, Trump afirmó sorprendentemente que no se verán afectados porque con el dinero que recaudará con las tarifas comparará los alimentos que sobren y los repartirá entre los países del mundo con hambre. De concretarse, sería una insólita política pública de un Presidente que desprecia el multilateralismo.

Pero hay un mundo más allá las dos superpotencias. Y aunque el comercio global continúe y busque reorientarse, ello llevará tiempo y el cimbronazo en el corto plazo será muy fuerte. Todos los organismos internacionales ya han recortado sus previsiones de crecimiento global para este 2019. La relocalización de industrias con la que Trump amenaza a China lleva mucho tiempo e inversión: estamos hablando de la reconfiguración de cientos de cadenas transnacionales de valor global. Ni siquiera el comercio de bienes se readecua tan fácil: aun en commodities o insumos intermedios, como la soja, el reemplazo de proveedores no es automático, se requiere establecer nuevos vínculos comerciales, contratos, y cultivar la relación entre las partes. En particular esto lleva aún más tiempo cuando los clientes son los chinos. Pero allí es donde muchos ven que, aun en la crisis global, hay una oportunidad para Argentina.

El argumento “optimista” implica que la soja y proteína animal que China deje de comprarle a Estados Unidos provendrá principalmente del Mercosur. Si a esto se le suma los estragos que la fiebre africana está haciendo entre los cerdos de China la posibilidad incluso de vender carne en lugar de granos es muy tentadora, por ser un producto de mucho más valor. De hecho hace apenas días se anunció la firma del protocolo sanitario para poder enviar cerdo, justamente por esta necesidad que tienen los asiáticos. Pero estas ventanas de oportunidad podrían aprovecharse en un contexto más sólido, tanto para el país como para las empresas, y no es el caso.

La guerra comercial genera una alta volatilidad en todos los mercados. En muchos productos o activos se deja de mirar la oferta y la demanda y el precio está más definido por estas tensiones geopolíticas. Así las cosas, los precios los granos han caído, en el caso de la soja hasta los menores niveles en doce años. Sumemos a esto la fragilidad financiera y macroeconómica argentina, que quedó descarnadamente a la luz durante el 2018, con salvataje del FMI y megadevaluación de por medio. Somos el país al que más afecta la volatilidad internacional, y la guerra comercial no hace más que aumentarla. Argentina sufrirá el impacto.

Nuestras empresas no están mucho mejor. Para cualquier pyme la tasa de interés actual de entre 60% y 70% es prohibitiva, el crédito prácticamente no existe, y la incertidumbre cambiaria retrasa casi todo tipo de plan de negocios, reduciendo la actividad. Así los que tienen menos espalda financiera y más necesidad de dinero fresco o vencimientos impositivos o de deudas se verán seriamente afectados. Aun cuando el conflicto entre China y Estados Unidos se resuelva más o menos rápido, o al menos parcialmente, esta afectación para nuestros productores no será menor ni tan acotada en el tiempo. Las empresas también sufrirán, y con ellas sus trabajadores.

Párrafo aparte merece el sector agroindustrial. Como dijimos, muchos ven allí una oportunidad dada por este conflicto, y hay algún fundamento. Durante 2018, por ejemplo, Argentina llegó a importar soja de Estados Unidos para procesarla aquí y venderle de ese modo a China, evitando los aranceles impuestos durante la guerra comercial. Después de la peor sequía en cinco décadas en 2017-2018, en medio de la siguiente campaña agrícola la crisis llevó al Gobierno a decidir la reimplantación de las retenciones. A diferencia de lo que viene haciendo Trump, que envía fondos directos a sus agricultores para paliar los efectos de la guerra comercial, en Argentina lejos de sostener a los productores son ellos el primer sector al que se recurre en busca de dinero extra en tiempos de crisis y el que más aporta. Para peor: ahora en buena parte del país, en particular en el Chaco, norte de Santa Fe y la zona tambera de Córdoba hay inundaciones que han dejado lugares sin producción. El recrudecimiento de la guerra comercial cae en la época del año en que productores del agro deben pagar insumos y gastos. Precios internacionales bajos e inestables, aumento de impuestos, financiamiento a tasas prohibitivas, inestabilidad macro interna y externa: una tormenta perfecta en la que los que más sufrirán serán los pequeños y medianos productores del interior. No nos engañemos: en el corto plazo, todos perdemos con la guerra comercial.

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