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La cruzada antidólar y la Ley de Gresham

¿Cómo logró el mundo superar la Ley de Gresham? Reduciendo sus tasas de inflación a menos del 5% anual, lo que ya ocurre en el 90% de los 203 países del mundo. Incluso en América Latina, a excepción de las dos ovejas negras (Venezuela y Argentina) y, en menor medida, Uruguay.

14 mayo de 2019

Por Ramón Frediani  Economista

Desde hace medio siglo, Argentina tiene un sistema bimonetario, de pesos (para la demanda de dinero transaccional) y dólares (para la demanda de dinero como depósito de valor), vigente desde la primera gran inflación de 1959 (114% anual) en adelante, a punto tal que desde entonces rige ininterrumpidamente en nuestro sistema monetario y financiero la Ley de Gresham.

En la teoría económica se conoce como Ley de Gresham, a lo que ocurre en un país cuando circulan simultáneamente dos monedas de distinto grado de aceptabilidad y entonces “la moneda mala desplaza (del mercado) a la buena”, ya que la buena se atesora como resguardo de valor, cubrirse de la inflación o realizar transacciones de comercio exterior y por el contrario todos se desprenden de la mala, usándola sólo para sus transacciones cotidianas.

Sir Thomas Gresham (15191579), graduado en Cambridge, era un próspero financista y agente financiero del rey Enrique VIII en sus negocios en Amberes, Bélgica, donde obtenía préstamos para la corona inglesa para gasto militar y así expandir el imperio, y además introducir por contrabando desde el continente europeo lingotes de oro a Inglaterra, para que la corona pudiese cancelar la gran deuda externa contraída durante el reinado de Eduardo VI. La masiva introducción de oro a Inglaterra en esos años gracias a Thomas Gresham, hizo subir la cotización de la libra esterlina en la Bolsa de Amberes y así, en pocos años, se pudo licuar y fácilmente cancelar la gran deuda externa inglesa de aquel entonces.

En aquellos años, circulaban en Inglaterra monedas con diferente porcentaje de oro y era frecuente que se perforaran o limaran sus bordes para quitarles algo del metal precioso. Ante ello, Gresham observó en 1558 lo siguiente: “Cuando un gobierno, mediante un instrumento legal, asigna el mismo valor nominal a dos o más monedas en circulación, cuyo valor intrínseco difiere, entonces los pagos en la mayor medida posible, se hacen en aquella que posee el menor valor intrínseco y la moneda más valiosa tiende a desaparecer de circulación porque se atesora. Si el circulante llegara a ser insuficiente para realizar todas las transacciones, entonces se usará complementariamente la moneda de mayor valor, pero exigiéndose a cambio de ésta un premio o una rebaja en los precios a pagar”.

También la corona británica envió a Gresham a España a comprar para Inglaterra el oro proveniente de las colonias españolas y por ello fue honrado con la orden de Caballero de la Reina Elizabeth I. Gresham es además reconocido por ser el fundador de la Bolsa de Comercio de Londres en 1565 (The Royal Exchange), e incluso construyó y donó el edificio que alojó al recinto de la Bolsa londinense durante 276 años, hasta 1843, año en que se construyó el edificio actual.

Pero hay antecedentes más remotos de la Ley de Gresham. En la antigua Grecia, el poeta Aristófanes (450-385 A.C.), en su obra “Las Ranas”, escribió: “(...) Muchas veces he notado que en nuestra ciudad sucede con los buenos y malos ciudadanos, lo mismo que con las piezas de oro antiguas y modernas. Las primeras no falsificadas, y las mejores, sin disputa, por su buen cuño y excelente sonido, son corrientes en todas partes entre griegos y bárbaros, y sin embargo, no las usamos para nada, prefiriendo en cambio esas detestables piezas de cobre, recientemente acuñadas cuya mala ley es notoria”. Luego, el obispo de Lisiéux, Nicolás de Oresme (1320-1382), preceptor de Carlos V, escribió el “Tratado sobre la invención de la primera moneda”, donde en el capítulo XVII, hace referencia a la competencia entre monedas, alertando sobre las llamadas “pestes monetarias” (morbus numericus) muy frecuentes en la Edad Media, ocasionadas por la circulación de innumerables monedas, la mayoría de ellas adulteradas o de baja ley de oro y plata. Por último, también Nicolás Copérnico escribió en 1526 una obra titulada “Monetae Cudendae Ratio”, con reflexiones similares sobre el uso de monedas, alertando sobre el peligro de las mutaciones monetarias y la necesidad de utilizar monedas sanas.

La Ley de Gresham también se verificó en 1560 cuando la corona inglesa emitió monedas de plata para que circularan simultáneamente con las de oro. Todos intentaban pagar con las de plata y se guardaban las de oro. También ocurrió en Estados Unidos a partir de 1837, cuando se introducen en circulación los dólares de plata junto a monedas de níquel y al papel moneda, hasta que éste (los greenbacks) se impone definitivamente a partir de 1861. Los dólares de plata fueron atesorados y desaparecieron de circulación, hoy sólo en poder de coleccionistas numismáticos.

Todo esto parece una extemporánea curiosidad intelectual extraída de enciclopedias olvidadas. Nada más alejado de la realidad: tiene hoy en Argentina gran actualidad, porque hace ya casi medio siglo que con nuestro bimonetarismo hemos retornado a un bimetalismo similar que regía en la Edad Media con monedas de oro y plata, puesto que circulan dos monedas que compiten entre sí: pesos y dólares americanos, de manera que nuestro sistema monetario, aunque pocos lo han meditado, posee rasgos medievales y la Ley de Gresham nos tiene atados de manos desde hace cincuenta años.

Esa ley no es gratis en la macroeconomía, sino todo lo contrario. La dualidad monetaria en los mercados genera ineficiencias e intermediarios que reducen la competitividad sistémica del país bajo la forma de compartimentos monetarios estancos, elevados costos de transacción al pasar de una a otra moneda, especulaciones adicionales por intermediación que agregan ruido al sistema económico, diferencias excesivas entre las cotizaciones comprador y vendedor de hasta el 6% en cuevas y bancos, cuando en el mundo no supera el 1,5%, y por sobre todas las cosas un impacto negativo a nivel del gasto macroeconómico global, cuando el destino de los dólares no es un ahorro para financiar inversiones, sino un atesoramiento parásito para cubrirse de la inflación y la incertidumbre, cuando los dólares físicos terminan escondidos en hogares, cajas de seguridad, o girados a cuentas en el exterior, sin financiar gasto alguno dentro de las fronteras del país.

Desde hace cinco décadas, el BCRA mantiene una “guerra santa” contra la Ley de Gresham, intentando ?sin éxito? derrotar a la demanda de dólares. Lo hicieron las dictaduras militares, primero Juan Carlos Onganía en 1967 congelando al dólar durante tres años; luego Videla con la tablita cambiaria de José A. Martínez de Hoz durante cuatro años; siguió Raúl Alfonsín con el Plan Austral; Domingo Cavallo con diez años de convertibilidad; Cristina Kirchner con el cepo cambiario durante cuatro años (2011-2015), y luego Cambiemos con Federico Sturzenegger y Luis Caputo. Hoy, esa cruzada continúa con Guido Sandleris, pero el remedio es peor que la enfermedad: el arma elegida es una tasa de interés efectiva anual astronómica superior al 100% que ha congelado a la economía y al empleo, y por carácter transitivo, también a la intención de votos y simpatías hacia el Gobierno. Olvidan cincuenta años de historia económica nacional. Mientras haya inflación, viviremos con la Ley de Gresham y el dólar será un toro mecánico difícil de domar. Violar esta ley es como violar la ley de la gravedad.

En la mayoría de los países ya no rige la Ley de Gresham. Para ellos es un tema superado porque circula y es aceptada masivamente sólo la moneda nacional, tanto para la demanda transaccional como para la demanda por depósito de valor, y la moneda extranjera (dólar, euro, libra) sólo es demandada para transacciones internacionales.

¿Cómo lo lograron? Reduciendo sus tasas de inflación a menos del 5% anual, lo que ya ocurre en el 90% de los 203 países del mundo, incluso en toda América Latina a excepción de las dos ovejas negras (Venezuela y Argentina) y con mucha menor intensidad en Uruguay, cuya inflación todavía es “elevada”: 8% anual en 2019. Cuando alcancemos una inflación inferior al 5% anual, lo que eventualmente ocurrirá dentro de muchísimos años, recién entonces nos olvidaremos de Sir Thomas Gresham y su famosa ley.

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