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Inflación, con dinámica propia

30 mayo de 2019

Por Guido Lorenzo Director Ejecutivo de LCG

Ya han pasado nueve meses desde que se implementó la política monetaria de crecimiento cero de la base monetaria, pero la consecuente tasa de interés elevada y el freno a la actividad no han podido hasta el momento con la inflación. Nuevamente se recurre al ancla cambiaria para tratar de desacelerar el aumento de precios. Con estabilidad cambiaria esperamos que la inflación alcance el 40% para todo 2019.

De mantenerse el tipo de cambio estable y dejar que la inflación alcance ese nivel, el tipo de cambio real multilateral se ubicaría en 1,4. Actualmente está en 1,7 (diciembre de 2001= 1), nivel incompatible con la necesidad de revertir el déficit de cuenta corriente. A la hora de querer corregir el tipo de cambio real los precios podrían nuevamente acelerarse.

La aceleración de la inercia inflacionaria es un factor que juega una mala pasada. Los precios se actualizan en base a lo que sucedió en el pasado y lo que se espera que suceda en el futuro. Las decisiones de fijación de precios miran a los salarios y otros costos que aumentan o se espera que aumenten.

El aumento de la inercia inflacionaria se puede capturar en un ejercicio. Hace cinco años, si uno iba a comprar un bien o servicio podía esperar que el precio se mantenga durante unos seis meses. Actualmente, un precio o un presupuesto dura en promedio sólo dos meses. Desde luego que hace unos años había precios que estaban congelados, pero de todas formas la actualización de las listas de precios se está haciendo más rápido que en el pasado, síntoma de una inercia mayor en el proceso inflacionario.

Como se puede ver, esa actualización torna casi imposible obtener buena información acerca de los precios relativos dado que se están moviendo en forma muy rápida y sustancialmente más alta que en el pasado. Por lo tanto, las decisiones de consumo y producción se ven alteradas y podrían ser distorsionadas debido a la mala información que se propaga.

No solo la aceleración de los plazos de actualización se ha modificado sino que, como es lógico, la magnitud de los aumentos es más amplia. La suma de los dos componentes es lo que redunda en una tasa de inflación que difícilmente pueda ceder en el corto plazo.

Hace cinco años, si uno iba a comprar un bien o servicio podía esperar que el precio se mantuviera durante unos seis meses: actualmente, un precio o un presupuesto dura en promedio solo dos meses.

La incapacidad de comprimir márgenes de ganancia hace que los aumentos de salarios se trasladen a precios rápidamente, lo que podría hacer peligrar la recuperación del poder de compra en los meses cercanos a las elecciones. En caso de no poder convalidarse un aumento mayor de precios, se traducirá en productos sin vender y una caída de la actividad.

Independientemente del signo político del próximo Gobierno, habría que esperar que, de seguir con el programa actual, los precios difícilmente se vayan a disciplinar. Por el lado monetario la caída en la demanda de circulante y la demanda de dinero transaccional hacen que se pueda convalidar precios más altos con una cantidad de dinero constante. La inflación ya tomó dinámica propia y si no es vía una señal fuerte que haga revisar las decisiones de fijación de precios seguirán actualizándose con alta frecuencia.

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