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El Estado moderno

En Argentina, aún se discute el rol del Estado con profunda pasión. En un extremo, el populismo impulsa un Estado absolutista y se suprime la división de poderes mientras que, en el lado opuesto, existe una visión liberal extrema que pregona el Estado mínimo

06 mayo de 2019

Por Sebastián Galiani  Profesor de Economía de la Universidad de Maryland y la Universidad Torcuato Di Tella

En Argentina aún se discute el rol del Estado con profunda pasión. En un extremo, el populismo impulsa un Estado absolutista, donde se suprime la división de poderes que provee los pesos y contrapesos republicanos. Del lado opuesto, existe una visión liberal extrema según la cual el Estado prácticamente se reduce a hacer cumplir la ley a través de la trinidad Ejecutivo-Legislativo-Judicial de Montesquieu.

Sin embargo, la dicotomía Estado-mercado es falsa. El Estado no puede lograr que los ciudadanos maximicen su potencial para crear riqueza sin la existencia de mercados. Basta comparar los ingresos de Corea del Norte y Corea del Sur para convencerse de esto. Al mismo tiempo, el mercado no opera en el vacío, y requiere del Estado para funcionar en plenitud.

En el desarrollo de un mercado se encuentran involucrados tanto el sector privado como el Estado. Las reglas del mercado emergen principalmente de forma espontánea, y son sus participantes los que se las ingenian para descubrir nuevas formas de intercambiar (bottom-up).

Sin embargo, reducir los costos de transacción y mantener un entorno propicio para que el mercado funcione de forma eficiente no es responsabilidad de los emprendedores. Es el Estado el que está en mejores condiciones de garantizar la seguridad de los derechos de propiedad y un entorno propicio para el funcionamiento eficiente del mercado (top-down). En la mayoría de los países en desarrollo, por ejemplo, el fortalecimiento de las instituciones que sostienen al mercado es indispensable para acelerar el crecimiento. Al mismo tiempo, el Estado debe estar listo para adaptar las reglas a las novedades que aparezcan.

El Estado no puede lograr que los ciudadanos maximicen su potencial para crear riqueza sin la existencia de mercados

En 1999, Jean Jacques Laffont, brillante economista francés que lamentablemente falleció hace quince años aún siendo joven, presentó su informe sobre el Estado moderno al comité creado por el primer ministro Lionel Jospin. Creo que estas comisiones que le encargan un informe a un grupo de expertos son muy útiles para introducir en el debate político el conocimiento existente sobre distintos temas y, lamentablemente, no son una práctica habitual en Argentina.

El informe de Laffont tuvo mucho rechazo pues enfatizó un tema central de economía política al recordar que los políticos y funcionarios públicos reaccionan a los incentivos igual que los directivos de las empresas y los trabajadores, y que ello debía tenerse en cuenta a la hora de reformar el Estado. Este argumento, sin embargo, no era novedoso.

Desde Montesquieu hasta los padres fundadores de la Constitución estadounidense, pasando por todos los grandes constitucionalistas, se han ocupado de esta cuestión. Aun así, es un tema que genera rechazo ideológico. Debido a ello, es importante resaltar que este argumento no es una crítica a los políticos y funcionarios públicos. No se trata de un problema de personas sino de incentivos.

Hay una complementariedad importante entre el Estado y el mercado, y que, si esa relación es eficaz, la sociedad se beneficia de ella

El informe también señala que el Estado ha mutado de creador de empleos en la función pública y productor de bienes y servicios, a regulador. Su nuevo papel es el de fijar las reglas de juego e intervenir para paliar fallas de mercado. El mercado también necesita al Estado para resolver sus fallas. Aunque también hay que tener en cuenta las fallas del Gobierno a la hora de decidir el alcance de la intervención gubernamental.

En materia social, el rol del Estado es el de crear igualdad de oportunidades y redistribuir ingresos a través del sistema tributario. Si bien el mercado es eficiente para generar riqueza, no tiene ninguna razón para generar equidad. Esto fundamenta la redistribución a través del impuesto a los ingresos.

Es tiempo de abandonar las discusiones  estériles sobre Estado versus mercado y dedicar nuestras energías a debatir formas en las que estas dos esferas puedan complementarse

Las diferencias de ingresos que genera el sistema capitalista no pueden eliminarse. Son parte del engranaje que lo hace funcionar. Sin embargo, existen diferencias importantes en la distribución del ingreso que generan distintas economías de mercado, y ello, en parte, refleja las desigualdades con las que los ciudadanos se suman a la fuerza laboral. Esto justifica que el Estado moderno busque proveer igualdad de oportunidades, como elocuentemente defendió J. F. Kennedy al afirmar, en 1963, que “cada uno nace con talentos distintos, pero todos tenemos que tener las mismas oportunidades”.

Las principales fallas de mercado son las siguientes.

Las transacciones de mercado pueden afectar a terceros. El ejemplo típico es el de la contaminación del ambiente. El mercado no posee mecanismos para autocorregir este fallo. Esto justifica la intervención estatal a través de regulaciones medioambientales e impositivas.

Asimetrías informativas entre las partes de una transacción de mercado. El ejemplo típico es el de los consumidores que no conocen la peligrosidad de un producto como, por ejemplo, un medicamento. Esto justifica la existencia de autoridades que regulen el consumo y castiguen el fraude. También fundamenta la existencia de agencias de supervisión, como el regulador del mercado de seguros.

Las empresas pueden disponer de poder de mercado, imponiendo a los consumidores precios muy superiores a los de sus costos de producción y productos de calidad mediocre. El ejemplo típico es el de un monopolio. Este poder de mercado es el fundamento del derecho de la competencia y de la regulación sectorial.

El buen funcionamiento del mercado depende del buen funcionamiento del Estado. Sin embargo, como los mercados, el Estado falla con frecuencia también por múltiples causas.

La acción de los lobbies. Estos pueden lograr que la acción del Estado se direccione en detrimento del bienestar general. Pero también pueden, cuando compiten entre ellos, generar lo contrario, esto es, que el Estado se oriente hacia el bienestar general.

Sesgo en la toma de decisiones debido al corto horizonte temporal que poseen los políticos motivados por su deseo de reelección.

Problemas jurisdiccionales. Los fallos de mercado no siempre se corrigen debido a estos problemas.

Entonces, vemos que hay una complementariedad importante entre el Estado y el mercado, y que, si esa relación es eficaz, la sociedad se beneficia de ella. Esta visión del Estado moderno es bien distinta de la que se obtiene del debate contemporáneo sobre el mismo, no solamente en Argentina. El economista francés, Jean Tirole, Premio Nobel de Economía, en su libro “Economics of the Common Good” (2017), afirma que los trabajos de Adam Smith y Arthur Pigou constituyen el fundamento de esta visión del Estado moderno. Es tiempo de abandonar las discusiones estériles sobre Estado versus mercado y dedicar nuestras energías a debatir formas en las que estas dos esferas puedan complementarse para impulsar la prosperidad de las sociedades.

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