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Sinceramente, un libro no puede ser el chivo expiatorio

29 abril de 2019

Por Pablo Neira Coordinador de Análisis Económico de Radar Consultora

 

Desde que se conoció el aumento de 4,7% del IPC en marzo, el Gobierno realizó y retrasó ajustes menores de todo tipo en su política, como acuerdos de precios y modificaciones en el esquema cambiario, para tratar de cambiar el rumbo. De esa forma, reconocen que bajar la inflación es la única aspiración que queda para 2019, a sabiendas que domar la suba de precios y evitar que se siga licuando el salario real será el mejor resultado económico que podrán presentar en octubre. También es el reconocimiento de que la política que han llevado hasta el momento desde Hacienda y el BCRA ha sido infructuosa.

Sin embargo, lejos de calmar las aguas, la volatilidad se incrementó aún más en los últimos días y no da respiro. El dólar subió 10%, el riesgo país arrancó desde 800 el Jueves Santo y al otro jueves superó 1.000, bajó a 900 y ahora se posó en 970. A la vez, se anticipa que la inflación de abril rondará 4% y en mayo se esperan incrementos de más de 5% en combustibles. Todo esto sucede en una economía que en el último año tuvo una devaluación de más del 100%, pasó por tres esquemas cambiarios distintos, la inflación se aceleró y dio por tierra con el programa de metas, el poder adquisitivo cayó 15%, sufrió un importante desplome de la actividad, debió recurrir al FMI y ahora encuentra problemas para financiarse en el mercado.

En ese escenario, se plantea al riesgo político provocado por transitar un año electoral como causante de todos los problemas de la última semana. Es una conjetura muy poco realista. La incertidumbre electoral existe, pero no origina semejantes sacudones: el panorama político no está cambiando repentinamente de un día para el otro, sino que es un factor estructural en cualquier año electoral. Puede aportar a la incertidumbre, pero no induce la volatilidad.

La inestabilidad que atravesamos hoy es resultado del derrotero de desregulaciones de los últimos tres años, la crisis económica subsiguiente y la implementación de un esquema cambiario que lo último que genera es certezas. Con una banda cambiaria tan amplia, el tipo de cambio queda a merced de cualquier brisa y responde con subas bruscas ante el más mínimo avance del dólar a nivel internacional. En este contexto externo y con este grado de apertura financiera, la postura absolutamente prohibitiva respecto a posibles intervenciones criteriosas en el mercado cambiario no permite aplacar estas minicorridas y aportar un marco de menor inestabilidad macroeconómica que reduzca el daño sobre la economía real.

Por el contrario, la situación actual hace crecer la volatilidad y se pierde referencia nominal, lo que se refleja en subas de precios “por si acaso” que sostienen a la inflación en un piso elevado. Además, esto conduce a la disposición apresurada de nuevas medidas de política económica que no son más que cambios cosméticos, por lo que se quedan a medio camino y dan la imagen de un Gobierno que está perdido.

Adjudicar las consecuencias de estos fallos en las políticas implementadas a lo que diga o haga uno u otro candidato dista mucho de ser un diagnóstico económico imparcial, y difícilmente ofrezca soluciones que puedan ser efectivas para paliar la grave situación que atravesamos. Sinceramente, un libro no puede ser el chivo expiatorio para los problemas del programa macroeconómico.

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