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Massa y Lavagna van a ser decisivos en múltiples niveles

09 abril de 2019

Por Nicolás Solari Politólogo y director de RTD

La pugna entre Sergio Massa y Roberto Lavagna por encabezar una propuesta que supere la polarización entre macristas y kirchneristas desnudó en las últimas semanas algunas particularidades del proceso electoral en ciernes.

Massa y Lavagna, que fueron aliados hasta hace muy poco, compiten ahora por representar una fuerza de centro que canalice tanto el creciente descontento con el Gobierno como el rechazo al kirchnerismo. Las coincidencias entre ambos terminan allí. Massa ha dicho que su objetivo es ser presidente o, en todo caso, ayudar a construir una nueva mayoría para derrotar a Macri. En su estrategia, el electorado kirchnerista es un elemento indispensable para el triunfo y, por eso, el diálogo con el Instituto Patria se mantiene siempre abierto.

Lavagna, por su parte, apunta a articular un frente multipartidista que involucre a peronistas, radicales y socialistas. El kirchnerismo, ha manifestado, es un límite que no está dispuesto a traspasar. Se advierte así un comportamiento en espejo de ambos líderes justicialistas: los dos buscan ocupar el centro, pero el primero lo hace con la expectativa de recostarse sobre un kirchnerismo potencialmente huérfano, mientras que el segundo apunta a seducir a los desencantados de Cambiemos.

Si bien la última encuesta nacional de RTD muestra un escenario parejo entre Massa y Lavagna (40% a 49% en la primaria), es notable que la propuesta del exministro de Economía de Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner haya equiparado en poco tiempo al espacio ya establecido de Massa. La clave de ese rápido crecimiento está naturalmente en el voto blando de Macri, aquel que recién en la segunda vuelta de 2015 le sumó un apoyo condicional. Ese es el botín al que Lavagna parece haber comenzado a seducir con cierta facilidad.

La combinación de una maltrecha economía junto a los niveles de rechazo que generan el kirchnerismo y el macrismo, deja hoy espacios no solo para oponerse al gobierno sino también para aponerse a la oposición. De allí, que el macrismo haya salido presuroso a consolidar el espacio de Cambiemos, mediante la jerarquización del rol político y electoral de los radicales. Persigue, de este modo, asegurar el monopolio de la franquicia antikirchnerista.

La oferta electoral que finalmente despliegue el peronismo de centro será crucial porque impactará no solo en la lógica de la campaña presidencial, sino también en el resultado de la elección de la provincia de Buenos Aires y, por si fuera poco, en la conformación del próximo Congreso.

Con respecto al primer punto, parece evidente que cuanto más fuerte sea la oferta por fuera de la grieta, mayores serán las posibilidades de que el resultado de la elección se difiera al ballotage. Para un gobierno débil y en minoría, ganar tiempo -aunque sean semanas- es siempre una premisa deseable. Además, hay que tener en cuenta que en un eventual ballotage entre macristas y kirchneristas, el rol que haya desempeñado discursiva y políticamente el justicialismo no kirchnerista generará sensibilidades distintas. Una candidatura de Massa en primera vuelta podría predisponer al votante de ese espacio de modo distinto al que lo que lo hubiera hecho una nominación de Lavagna.

La naturaleza política y el alcance electoral de la tercera fuerza tendrán también una notable injerencia sobre el escenario electoral en la estratégica provincia de Buenos Aires. La ausencia de ballotage en el distrito genera inevitablemente que la gobernación más importante del país se defina en una competencia donde la orientación de la tercera vía puede definir la elección a uno u otro lado de la grita, dependiendo de cuál sea su target electoral. Si el justicialismo compite por el electorado antimacrista puede terminar favoreciendo al Gobierno, como lo hizo Florencio Randazzo en 2017. Si, en cambio, abreva en el electorado antikirchnerista, puede terminar sepultando las chances de Cambiemos. Una disyuntiva semejante vivió Cambiemos en las elecciones de Río Negro y Neuquén, donde no salió a disputar el voto de los oficialismos provinciales para no favorecer al kirchnerismo.

Finalmente, está la cuestión parlamentaria. Una elección polarizada desde la primera vuelta generará a su vez un escenario parlamentario polarizado donde será difícil articular mayorías legislativas, independientemente de quien sea el próximo presidente. En números, Cambiemos renueva 46 diputados; el kirchnerismo, 50 y el justicialismo no kirchnerismo y otras fuerzas provinciales, 34. Si ese último grupo se redujera notablemente producto de la polarización electoral, es esperable que la lógica que rija el próximo Congreso sea la del enfrentamiento y el sabotaje. Un problema adicional para quien ya tendrá la difícil tarea de gobernar un país incierto que requiere de consensos parlamentarios si pretende afrontar con éxito las múltiples tandas de reformas que aguardan tras la finalización del ciclo electoral.

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