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EE.UU. equivocó el camino para cuestionar a la OTAN

Atilio Molteni 15 abril de 2019

Por Atilio Molteni   Embajador

El Presidente de Estados Unidos eligió un pésimo momento para debilitar y generar señales de incertidumbre acerca del futuro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (conocida por su sigla OTAN en castellano o NATO en inglés).

La Casa Blanca llevó al límite el debate presupuestario y operativo de los miembros de esa alianza estratégica cuando está de por medio la quiebra de los lazos de cooperación de Occidente con la Federación Rusa, cuyo Gobierno se permitió anexar a Crimea, intervenir en la confrontación que se desarrolla en el este de Ucrania desde 2014 e incrementa sin complejos su actividad militar en el Mar Báltico, el Océano Artico y el Mar del Norte.

En todos esos territorios Vladimir Putin dio claro testimonio de la misma capacidad de actuar que ya demostró en Siria desde 2015, etapa en la que sus efectivos militares permitieron que Al-Assad venciera a la mayor parte de sus oponentes, un ciclo durante el que también logró envenenar en alta medida la relación de Turquía con Washington, un miembro clave de la organización.

Y aunque la respuesta a la actividad militar rusa suscitó un mayor despliegue de la fuerzas de la OTAN en los países bálticos y en Polonia y el mejoramiento de su estructura de comando, es obvio que hoy subsiste la necesidad central de lograr que Occidente ponga límites a la vocación del Kremlin de crear divisiones e inestabilidad en los países que componen tal Organización, un conflicto que requiere un fundamental cambio de actitud del presidente Donald Trump en la definición de ese sistema de equilibrio bélico.

Dentro de semejante contexto, el 3 de abril, Jean Stoltenberg, secretario general de la OTAN, pronunció un inusual discurso ante ambas cámaras del Congreso de Estados Unidos, como parte de la celebración del 70 aniversario del foro. Ello sucedió un día antes de que se reunieran en Washington, con igual propósito, los 29 Estados miembro del sistema. Precisamente, esa ciudad vio nacer, en 1949, el tratado que aglutinó a sus doce miembros originales, a los que en primera instancia se agregaron Grecia y Turquía (febrero de 1952) y al que luego se fueron sumando otros 15 estados. El último país que accedió a sus filas fue Montenegro, en junio de 2017 (y en estas horas se tramita la parte final de la accesión de Macedonia del Norte).

Resultó una verdadera lástima que, tras finalizar la Segunda Guerra Mundial, no llegaran a buen puerto las gestiones destinadas a lograr un entendimiento con la ex URSS, desarrollo que se reflejó en la utilización parcial de los capítulos VI y VII de la Carta de la ONU, y en acontecimientos como la caída del Gobierno checoslovaco primero y el posterior bloqueo ruso de Berlín (1948). Ante la magnitud de estos hechos surgió la necesidad estratégica y política de resolver los conflictos emergentes, razón por la que el Reino Unido sugirió a Estados Unidos la necesidad de concretar una alianza militar y política permanente con el fin de garantizar la seguridad de las naciones occidentales ante las posibles amenazas del bloque comunista.

La fórmula elegida por los europeos y Canadá para obtener la participación de Washington y neutralizar a sus sectores aislacionistas, se basó en las disposiciones del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), también llamado Tratado de Río, pacto de defensa regional que Washington suscribió en septiembre de 1947 con los países latinoamericanos (entre ellos, Argentina).

El corazón de la OTAN se refleja en el artículo 5 del tratado mediante el que las partes convinieron en que “?un ataque armado contra una o contra varias de ellas, acaecido en Europa, o en América del Norte, habrá de considerarse como un ataque dirigido contra todas ellas?” en ejercicio del derecho de legítima defensa individual o colectiva (artículo 51 de la Carta de la ONU). Bajo tal enfoque los miembros del foro quedaron autorizados a recurrir, individualmente, y de acuerdo con las otras partes, a la adopción de las medidas que juzguen necesarias, inclusive el empleo de la fuerza armada, a los efectos de restablecer y mantener la seguridad en la región del Atlántico Norte.

En la práctica, tal disposición facilitó la posibilidad de aplicar la teoría de la contención, por la que un ataque soviético, o de un miembro del Pacto de Varsovia (suscripto en 1955), podría originar una guerra global. El segundo objetivo del Tratado de la OTAN fue crear un régimen de estabilidad compartida entre los países europeos, hasta entonces enemigos tradicionales y actores de los enfrentamientos que dieron lugar a dos guerras mundiales, como se vio en los casos de, entre otros, Francia, Gran Bretaña, Italia y Alemania. Estos objetivos se alcanzaron plenamente durante los setenta años cubiertos por el Tratado de referencia.

Con la desaparición de la URSS y el fin de la Guerra Fría, en 1991 la Organización, que ya disponía de un comando integrado y una visible capacidad nuclear y misilística, se fue adaptando a una nueva realidad y expandió su membresía a países que habían integrado el Pacto de Varsovia, un enfoque muy cuestionado y resistido por la Federación Rusa. Esa apertura consolidó a la fuerza operativa y la hizo capaz de abarcar operaciones y misiones en regiones ajenas al contexto de su mandato original, como sucediera con Afganistán tras verificarse el ataque de Al-Qaeda del 11-9-2001, en lo que fue un claro ejercicio de respaldo a los Estados Unidos.

Esa actividad extraterritorial de la OTAN llevó a desplegar, a lo largo de su ciclo de vida, más de 100.000 soldados europeos y canadienses, y absorber un tercio de las bajas causadas por el Talibán. Asimismo, tal replanteo hizo posible organizar asociaciones de seguridad con otros países no miembros, lo que se reflejó en nuevos proyectos como el entrenamiento y capacitación en Africa y Medio Oriente y en diversas acciones orientadas a enfrentar nuevas y modernas amenazas como los ataques cibernéticos y las guerras hibridas.

Sin embargo, el enfoque expansivo también generó situaciones con consecuencias militares y políticas de dudosa efectividad, como la intervención de la OTAN realizada en 2011 en Libia (Operación Protección Unificada), que tuvo problemas al desplegar los ataques aéreos concretados por seis de sus países miembros, lo que disparó una división política interna y facilitó la presencia de actividades terroristas en el terreno de los hechos, un escenario que se fue agravando y permanece sin control.

El antedicho discurso ante el Congreso estadounidense de Stoltenberg no tiene precedentes. Sobre todo porque se realizó en un momento en el que los aliados de Washington procuran responder a las duras críticas del presidente Trump, quien cuestionó a los demás estados miembro por un supuesto abuso de la protección suministrada con las fuerzas de su país e incumplir el objetivo político acordado en 2014, consistente en acrecentar el nivel de sus gastos militares nacionales (llevándolo al 2% del PNB de cada país para 2024 y expandiendo al 20% las erogaciones destinadas a incorporar nuevos equipos y al mejoramiento del nivel de inves- tigación y desarrollo). Paralelamente, el habitante de la Oficina Oval no tuvo empacho en dudar del valor de esa organización y proclamar la noción unilateral bautizada como “América Primero”, política que afecta a la cohesión y confiabilidad del antedicho esfuerzo colectivo.

Sus aliados externos e internos también reprochan al primer mandatario por sus expresiones amistosas con algunos dirigentes de países miembros que mantienen políticas populistas y antidemocráticas y por su actitud ambivalente respecto del presidente de la Federación Rusa.

El hecho en sí de que el secretario general de la OTAN fuera invitado por los líderes del Senado y de la Cámara de Representantes significó un apoyo bipartidario a esa organización, lo que se une a otras decisiones parlamentarias que limitan las facultades de Trump, como la amenaza de retirarse en forma unilateral de esa organización, hasta ahora desmentida.

Stoltenberg usó la tribuna que le ofrecieron para destacar que los aliados de los Estados Unidos aumentaron sus gastos militares en US$ 41.000 millones desde 2016 y tienen el explícito objetivo en llevar tal incremento a US$ 100.000 millones en 2020. Tampoco se privó de argumentar que, a través de la OTAN, Washington tiene más aliados que ninguna otra potencia, algo que lo convierte en una estructura más fuerte y segura, en la que se refleja la idea cierta de que la Alianza es capaz de evolucionar, recordando que históricamente pudo superar las crisis del Canal de Suez en 1956 y la Guerra de Irak en 2003. En ese marco recalcó que era necesaria consolidar la fortaleza colectiva de la OTAN ante las diversidad, cantidad y calidad de las nuevas amenazas que asoman en el horizonte global.

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