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Las piruetas de la OCDE para explicar el crecimiento global

Los funcionarios todavía no se animan, en tiempos de Trump, a pensar en voz alta acerca del daño que hacen las ideas mercantilistas y populistas que, en la década del '30, contribuyeron a levantar barreras al comercio e hicieron patinar la vida de toda una generación.

19 marzo de 2019

Por Jorge Riaboi Diplomático y periodista

Esta vez el diagnóstico de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) para el período 2019/2020, parece asumir la noción de que casi todas las economías del Grupo de los 20 (G20), Argentina incluida, continuarán aferrándose a un coyuntural declive, cuyos síntomas aún no son vistos como una crisis de mayor entidad. Digamos amén y miremos los hechos sin candados en el mate.

La verdad es que sus autores todavía no se animan, en los tiempos de Donald Trump, a pensar en voz alta acerca del daño que hacen las nuevas ideas mercantilistas y populistas que en la década del '30 contribuyeron a levantar barreras artificiales al intercambio e hicieron patinar la vida de toda una generación, al contribuir con un feroz desempleo y la masiva desaparición de empresas al clima que facilitó la Segunda Guerra Mundial. Brotes de un escenario similar, con la lógica del mundo globalizado, son visibles en Europa, América del Norte, Asia y en sectores políticos de países como Brasil y Argentina.

El documento de pronóstico siquiera reactualiza la mención a los sectores golpeados por la prolongada crisis de sobreproducción industrial que figuró con vigor en la agenda del G7 y del G20 hasta la llegada del actual jefe de la Casa Blanca. ¿Es que tales hechos ya no existen o ahora cabe tapar el sol con la mano? ¿Es que la torpe e ilegal cuarentena echada a rodar por Estados Unidos con los aranceles a la importación de acero y el aluminio y el paquete chino fue, además de un camino equivocado, un travieso acto teatral? No lo parece, ya que la Aduana de ese país hace caja con una medida unilateral que habría sido condenable para los líderes del G20 cuando éstos no tenían pelos en la lengua.

El informe, titulado Perspectiva Económica Interina, emitido el pasado 6 de marzo por la OCDE, pone el acento en mencionar que la tasa de crecimiento alcanzó, en los últimos cuatro meses de 2018, a sólo 3%. Los niveles de expansión proyectados para 2018, 2019 y 2020 referidos a Europa (área del euro) y otros grandes conglomerados representativos del resto del mundo (ver párrafos siguientes) son bastante menores.

Aunque el documento reconoce que la economía sigue perdiendo oxígeno en un escenario signado por alta incertidumbre, persistentes tensiones comerciales (Washington hace lo imposible por evitar el concepto de guerras comerciales) y la constante reducción de la confianza de empresarios y consumidores, los comentarios de la OCDE no avanzan un paso más.

El bucólico texto no llama por su nombre a las guerritas comerciales en las que participan líderes tan predecibles como Trump, Xi Jinping, o los que en Londres y Bruselas están definiendo con arrogante sordera la suerte del Brexit (de por sí un proceso anárquico y suicida) o aquellos que guían la evolución del déficit presupuestario de los Estados Unidos (y sus efectos sobre la tasas de inflación e interés, así como sobre los trancos hacia arriba que está dando la gigantesca y creciente deuda pública sobre el nivel de actividad mundial); o aún el borroso y tóxico macro endeudamiento de China y otras alegrías de similar calibre, lo que supone que la sangre no llegará al río y que los números se mantendrán en los valores similares a los conocidos con anterioridad.

Al formular semejante comentario no olvido (como advertí en muchas de mis columnas) que hasta pocos meses atrás, cuando Angela Merkel y otros líderes mundiales lograron despertar de la siesta y sacar los pies del plato, el G20 y la OCDE privilegiaban la idea de conservar la unidad de sus Miembros antes que la calidad, la confiabilidad y la eficiencia de las instituciones. Espero que estén contentos y orgullosos del resultado. Y si bien todos estos factores y debilidades humanas son difíciles de cuantificar, es obvio que todo el esfuerzo de entonces se limitó a no hacer ola.

¿Es tan difícil calcular la incidencia del presupuesto de Estados Unidos, cuyo déficit hoy podría llegar al rango mínimo de US$ 1,2/1,3 billones anuales (billones en castellano, trillones en inglés) tras la reforma fiscal regresiva que impulsó el “cauteloso” jefe de la Casa Blanca? Teniendo en cuenta el lockout que a principios de año ya dejó a oscuras la administración pública de ese país, el que habría costado una retracción mayor a 1% del PIB, ¿aún no fue posible estimar cuánto costará el nuevo forcejeo previsto por los propios asesores del residente de la Oficina Oval en torno del presupuesto en debate? ¿Qué pasará si se materializa con fuerza la inflación de costos en Estados Unidos que deriva de los aranceles a la importación unilaterales e ilegales aplicados desde mediados de 2018 en adelante? ¿Estos factores de inflación de costos no generarán tensiones inflacionarias globales susceptibles de crear un subsecuente aumento de la tasa de interés y de las tendencias recesivas? Abracemos por el momento la heterodoxia de sumar a los ganchitos (el análisis matemático confinado a la expansión monetaria y el déficit fiscal) para hacer el sacrilegio de llevar a la mesa el análisis cualitativo.

Las estadísticas también dejan muy mal parado al Presidente de Estados Unidos. Las medidas adoptadas durante su gestión no impidieron que el déficit comercial de ese país pasara, entre 2017 y 2018, de US$ 557.000 a US$ 621.000 millones en el caso de los bienes y servicios, así como de US$ 807.000 a US$ 891.000 millones en el intercambio de bienes. O que el déficit con China, el mercado más afectado por dichas medidas, aumentara de US$ 375.000 a US$ 419.000 millones.

Según vaya el Brexit, hay quien estima que en 2019 y 2020 el PIB de nuestros amigos del Reino Unido podría caer, si todo sale mal, entre 8% y 10%. Las proyecciones del FMI sostenían que los tira y aflojes entre Washington y Pekín, pueden costar puntos de crecimiento económico estadounidense a partir del segundo trimestre de este año. ¿Es esa una etapa superada? ¿Por qué si el área de defensa de Estados Unidos “solo” pidió recursos por un máximo de US$ 733.000 millones de fondos fiscales, el Presidente les ofrece US$ 750.000 millones y recortó el gasto en educación (esto último fue brillante)?

Por otra parte, la gente de la OMC calcula que las tasas de expansión del comercio no serán motivo de júbilo.

En el precedente contexto veamos los números y las ideas del Informe concebido en París. El crecimiento global sería de 3,3% y 3,4% en 2019 y 2020 respectivamente, con factores de fuerte contracción que asoman por doquier. Los cálculos aplicables para el G20 son casi todos a la baja y, como se dijo, con forma más pronunciada en la zona del Euro. El crecimiento del comercio global tiene una fuerte tendencia decreciente, en el entendido de que muchos datos están por confirmarse. Ello arrastrará hacia abajo el crecimiento económico, la inversión y los estándares de vida. No obstante tal tendencia, el mercado laboral no experimentó caídas estrepitosas y se mantiene relativamente fuerte en muchas economías. El crecimiento de China se ubicará, como es público, en el 6%. Si bien todavía no es generalizada noticia de primera plana, el fuerte crecimiento de India parece sólido (de 7%, 7,2%, y 7,3% para 2018, 2019 y 2020, respectivamente), lo que no se corresponde con su realidad política, llena de signos de interrogación a corto y mediano plazo.

En la Síntesis del Informe siguen otras pautas acerca del deber ser, que la mayoría de los líderes de la OCDE incluyen en su retórica pero no aplican para nada, como por ejemplo la noción de reactivar en serio las funciones de la OMC y acordar un lógico proceso de reforma.

Siguiendo el mismo orden, las tasas de crecimiento para 2018, 2019 y 2020 del G20 en su conjunto se estimaron en 3,8%, 3,5% y 3,7%, respectivamente. Un muestrario de los países de ese Grupo indica que los tradicionalmente más influyentes en el pasado (ahora China e India deberían caer en esa categoría) estarán por debajo de la tasa promedio y ahí se menciona a Australia, Canadá, Alemania, Francia, Italia, Japón, México, Turquía, Reino Unido y Estados Unidos. La estimación para Argentina es de -2,5% para el año que acaba de finalizar, -1,5% en 2019 y 2,3% en 2020 (esto último es para todo el 2020, ya que la OCDE no sabe que nuestras buenas noticias sólo ocurren en el “segundo semestre”). Brasil, 1,1% en 2018 y 1,9% y 2,4%, respectivamente, para 2019 y 2020.

Algún día sería útil hacer un cuadro comparativo de las proyecciones que producen todas las entidades referenciales (el FMI, la OCDE, el Banco Mundial, la FAO, la Fed y otras por el estilo) y poner en una columna los resultados supuestamente reales alcanzados, para después preguntarles por qué se equivocaron. Tal ejercicio podría marcar el fin de la corrección política y la alborada de la realidad global.

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