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Guerra del Opio del Siglo XXI

Mientras la mayoría de los consumidores norteamericanos prefieran pagar lo menos posible por computadoras, productos electrónicos y ropa, aunque implique que parte de la población pierda su trabajo, será muy difícil que el déficit comercial con China se modifique.

27 marzo de 2019

Por Ignacio Rosenfeld 

“Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces”. Con esta frase comienza la obra “El Dieciocho de Brumario de Luis Bonaparte” de Karl Marx, en la cual el autor narra las causas y consecuencias de la Revolución de 1848 encabezada por Luis Bonaparte, sobrino de Napoleón, mientras a que a su vez traza un paralelo con el golpe comandado por su tío, cincuenta años antes, allá por el 18 de Brumario: el 9 de noviembre de 1799 para el calendario gregoriano.

Ahora bien, la introducción sirve como inspiración para analizar lo que viene ocurriendo entre Estados Unidos y China en lo que respecta a sus relaciones comerciales, situación la cual parece reeditar el conflicto comercial que el Imperio Británico y China tuvieran allá por el Siglo XIX, que derivó en las llamadas “Guerras del Opio”. Volviendo a la actualidad, lo que más precisamente viene ocurriendo entre Estados Unidos y China es el incremento año a año del déficit comercial del primero, lo cual se ve claramente expresado en el gráfico, confeccionado en base a información suministrada por la US Census Bureau.

Ahora bien, ¿cómo se llegó en su momento a las “Guerras del Opio”? Durante el Siglo XIX, el Imperio Británico era un gran consumidor de los bienes producidos por China ?té, seda y porcelana?, la cual por su parte prácticamente no consumía bienes producidos por los ingleses. Asimismo, China sólo aceptaba “plata” como único medio de pago, lo que llevó a que en pocos años acaparase gran parte de dicho metal generando su correspondiente faltante en el Imperio Británico. Ante ello, a fin de equilibrar la balanza comercial los ingleses empezaron a introducir en China ?de manera ilegal? grandes cantidades de opio ?producidas en India principalmente?, cuya producción ya había sido prohibida en China por sus terribles efectos para la salud. Consecuentemente, no sólo el déficit comercial del Imperio Británico con China se redujo notablemente ?los chinos pagaban con plata el opio contrabandeado por los ingleses?, sino que gran parte de la población local se volvió adicta al opio, ocasionando graves perjuicios en términos sanitarios y de seguridad.

Repasemos ahora el caso con Estados Unidos. Por muchos años las importaciones desde China fueron principalmente productos manufacturados con poca tecnología. No obstante ello, año tras año dichas importaciones continuaron aumentando hasta que a partir del año 2011 el volumen de productos de alta tecnología superó el volumen de los productos poco tecnológicos. En tal sentido, la creciente demanda de productos chinos se justifica básicamente en el amplio beneficio que representa para los consumidores norteamericanos el poder acceder a una gran variedad de productos ?por ejemplo, teléfonos, zapatos o electrodomésticos? a un precio reducido, beneficio el cual se extiende a las compañías norteamericanas, muchas de las cuales importan de China bienes intermedios y de capital ?maquinaria industrial, por caso?, logrando así que la industria norteamericana sea más competitiva en ciertos sectores (paradójicamente, muchas de las importaciones recibidas en Estados Unidos contienen materia prima enviada por éste a China por el bajo costo de ensamble).

Ahora bien, ese incesante y creciente intercambio comercial ?que provocó que para fines de 2018 el déficit comercial de los Estados Unidos con China ascendiera a US$ 419.000 millones? está basado en dos factores clave que hacen a la “gran competitividad china”: (i) el “tipo de cambio ajustado al dólar” y (ii) el “bajo estándar de vida” de la población local, siendo el primero ?el tipo de cambio-, uno de los principales focos de queja de Donald Trump, quien entiende que el mismo es “artificialmente bajo”. Consecuentemente, esta queja se tradujo en 2018 en la imposición de tarifas por parte del gobierno de Trump sobre bienes importados de China ?especialmente acero-, lo que fue contestado por China con la cancelación de toda la importación de soja de Estados Unidos, dando así lugar al inicio de la guerra comercial entre ambos países.

Siguiendo con lo anterior, resulta entonces importante analizar ?muy básicamente? como opera el “tipo de cambio ajustado al dólar” adoptado por el gobierno de China.

El superávit comercial de China genera un gran excedente de dólares, lo cual provoca una constante presión para la apreciación del yuan ?o en otras palabras, para la depreciación del dólar?.

A fin de mantener la competitividad del yuan, el gobierno de China procede a comprar bonos del Tesoro norteamericano, haciendo que la relación yuan-dólar vuelva al tipo de cambio deseado. Paralelamente, el gobierno chino va generando una renta con los bonos comprados.

Dado que el superávit comercial chino es muy grande, así lo es también su demanda de los títulos de Tesoro. A diciembre de 2018, el gobierno chino era titular del 28% de dichos bonos, equivalentes a US$1,12 billones, siendo por lejos el mayor tenedor de deuda estadounidense. Esa gran demanda de bonos provoca que la

tasa de interés de los mismos se mantenga baja.

Como ya adelantáramos, el otro factor clave de la competitividad china es el “bajo estándar de vida” de su población local. Ello se ve reflejado de la siguiente manera: si bien China es una de las economías más grandes del mundo, su enorme población ?casi 1.400 millones de habitantes? hace que su PIB per cápita sea de casi US$ 10.600, muy por debajo de los aproximadamente US$ 62.000 de Estados Unidos, dato que se traduce en los bajos salarios que las empresas pagan a sus trabajadores ?lo que redunda naturalmente en una peor calidad de vida de los mismos?.

Siguiendo con lo anterior, veamos entonces las implicancias actuales de ambos puntos.

En primer lugar, para muchos analistas la gran titularidad de deuda por parte del gobierno chino podría derivar en que éste tuviese injerencia en la política fiscal norteamericana.

En segundo lugar, si el gobierno chino decidiese bajar el ritmo de compra de los “US Treasury Bonds” ello podría derivar en la suba de interés de los mismos, lo que tendría un efecto recesivo para la economía norteamericana dado que se encarecería el crédito para la industria y ciudadanos norteamericanos. En línea con ello justo es destacar que la recesión norteamericana también sería contraproducente para China dado que implicaría una merma en sus exportaciones hacia Estados Unidos, razón la cual justifica entonces que el gobierno chino continúe activamente con la compra de dichos títulos.

En tercer lugar, el gobierno chino está decidido a continuar con el mismo nivel de crecimiento a fin de poder seguir mejorando el estándar de vida de sus ciudadanos, lo que, como contrapartida, traería aparejado un aumento del costo salarial chino y en definitiva de los productos allí manufacturados.

En función de lo anterior, puede observarse entonces que la relación comercial entre Estados Unidos y China presenta aristas muy complejas y, como ya dijéramos previamente, de muy difícil solución. En tal sentido, en modo alguno podría Estados Unidos apelar a (i) contrabandear productos o (ii) invadir el país a fin de modificar las reglas de juego comerciales, como ocurrió durante las “Guerras del Opio”. Asimismo, la implementación de medidas proteccionistas por parte de Trump ha probado también no resolver los problemas previamente mencionados dado que las mismas han implicado que el consumidor norteamericano tenga que pagar mayores precios por los productos manufacturados localmente.

Consecuentemente, mientras la mayoría de los consumidores norteamericanos prefieran pagar lo menos posible por computadoras, productos electrónicos y ropa, aunque ello implique que parte de la población pierda su trabajo, muy difícil será que el déficit comercial de Estados Unidos pueda ser modificado.

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