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El discurso de un patriota de la agricultura francesa

El mensaje del presidente de Francia, Emmanuel Macron, es anacrónico y se contradice con su imagen de político renovador. Las decisiones unilaterales no son buenas, sea que se adopten en Washington, en Bruselas o en Estrasburgo.

07 marzo de 2019

Por Jorge Riaboi Diplomático y periodista

Al inaugurar el pasado 23 de febrero el Salón Anual de la Agricultura (2019), el presidente Emmanuel Macron decidió autocalificarse como un “patriota de la agricultura francesa” por su abnegada solidaridad con las reivindicaciones y padecimientos de los productores rurales. Tan singular audacia fue parte de una apología escrita sobre el proteccionismo y la vocación europea por combatir los bolsones de abastecimiento importado con una torpe y creciente dosis de unilateralismo comercial.

Esas y otras acciones engordan la idea de que el mandatario está dispuesto a vender con tono mercantilista los estándares del Viejo Continente y oponerse, al mismo tiempo, a cualquier acuerdo de liberalización del intercambio agrícola con los Estados Unidos, cuya mirada crítica sobre los estándares, la salud y el medio ambiente europeo no son compartidos por la dirigencia política ni por la mayoría de la sociedad civil de la UE.Tal postura sabotea sin reservas el entusiasmo por reactivar las negociaciones comerciales que habían acordado en julio de 2018 Donald Trump y Jean-Claude Juncker, el presidente de la Comisión de la UE.

Macron sostiene que el proteccionismo agrícola del Viejo Continente es una virtud que hoy permite replantear todas las formas de producción, consumo, preservación de la salud y el cuidado del medio ambiente que desea la opinión pública regional, la que a su juicio debe ser respetaday aplicada sin reservas por todos los que desean acceder al mercado europeo. En otras palabras, el mensaje tiende a alegar que las decisiones salvajes y unilaterales de Washington son malas y las decisiones unilaterales de Bruselas y Estrasburgo son sabias y constructivas. Por ese motivo ningún dirigente político francés suele escuchar con verdadera seriedad los argumentos y los hechos que traen a la mesa de trabajo los principales abastecedores extranjeros que por ahora contribuyen a resolver el 70% del déficit alimentario del stock animal de esa región del planeta, una oferta que se origina en Brasil, Estados Unidos y Argentina (aclaración mía).

Lo llamativo de este escenario es que la dirigencia argentina no intentara averiguar, con actitud profesional, por qué un líder con ansias renovadoras decide sumarse sin más a los que recetan el antiguo cóctel de subsidios y proteccionismo regulatorio que se emplea, con diversos formatos,y desde hace más de sesenta años, para librar a la agricultura de Francia, y de toda Europa,de la competencia extranjera. Tampoco es noticia que la mayor parte de estas geniales ideas y medidas suelan integrar los diferentes ciclos de la Política Agrícola Común (PAC).

Si el presidente Mauricio Macri y su equipo de gobierno hubiesen escarbado a fondo, no estarían sorprendidos por los eternos reciclajes de la impresentable negociación que sostienen desde hace dos décadas la UE y el Mercosur. Comprenderían que los productores rurales y el sector de la agroindustria del Viejo Continente generan muchísimos más votos que los definidos por su baja participación relativaen la economía y en la ocupación laboral. De hecho sólo alrededor del 3% de la población económicamente activa de las naciones de la OCDE está ocupada en generar la oferta agrícola y la mayoría lo hace con la modalidad part-time (en el caso particular de Francia y otros pocos países de Europa, esos porcentajes de ocupación son algo más elevados).

Tanto la vieja como la nueva PAC surgieron de suponer que la agricultura es un sector condenado a experimentar fallas de mercado y que ello implica una amenaza para la seguridad alimentaria. Bajo tal premisa, su desarrollo sólo creció en una dirección: la del constante reciclaje de la verdad y de allegar recursos oficiales para sostener al Estado proteccionista, siempre dispuesto financiar el desarrollo sectorial. Macron parece haber gestado una drogaadicción a esta creencia popular.

Hace una década, nuestros “expertos” en política agrícola llegaron a creer y decir que los subsidios de las naciones desarrolladas iban a desaparecer automáticamente, bajo la infantil percepción de que los altos precios internacionales de las commodities como la soja, harían obsoleta esa parte de la receta proteccionista. Once años después ninguno de ellos, lo que incluye a nuestra clase política, se molestó en hacer su autocrítica, algo que permite entender los severos y permanentes despistes de nuestro gobierno y de su sociedad civil.

Macron fue claro. En su discurso reafirmó los enfoques destinados a concretar la soberanía y la autosuficiencia agrícola y agroalimentaria, olvidando que el mundo adhirió en 1996 (Cumbre Presidencial de FAO)a un concepto de Seguridad Alimentaria que asigna al comercio exterior un papel positivo, insustituible y preponderante. Y hasta el momento esa realidad fue objetivamente provechosa y sana para todos, lo que no excluye mejorar lo bueno y corregir las deficiencias dentro de los marcos institucionales apropiados. La actual concepción europea de lasoberanía agrícola consiste en desconocer las reglas de la ley internacional (el papel referencial y contractual de las reglas obligatorias de la OMC) para concebir los enfoques individuales de la política agrícola de su país (Francia) y su región (la Unión Europea, y en verdad casi todo el Viejo Continente), por lo que sin duda vamos a lamentar mucho la eventual concreción del Brexit. El Reino Unido, con el cual Argentina tiene históricas cuentas pendientes, fue una de las pocas voces racionales de política comercial en la Unión Europea. Paralelamente, el concepto de autosuficiencia alimentaria es el objetivo de sustituir importaciones a como dé lugar y al costo que resulte indispensable, un enfoque que hace tiempo prevalece en Estrasburgo (la sede del Parlamento Europeo), hecho que los lectores de esta columna tuvieron oportunidad de seguir con algún detalle.

Una síntesis ad hoc del texto original de la versión francesa del discurso presidencial es terminante y define las cosas del siguiente modo: “Los peligros para nuestra agricultura no surgen de la competencia de las frutas españolas (que los amables sindicatos franceses suelen bajar de los camiones que cruzan la frontera y desparramar o quemar al costado de la ruta desde hace años, mucho antes de que aparecieran los “chalecos amarillos”; aclaración mía), surge del hecho de que (el 70%) del alimento que recibe el ganado de nuestro país consiste en soja o subproductos de soja elaborados con materias primas genéticamente modificadas que vienen del extranjero (el extranjero somos Estados Unidos, Brasil y Argentina, aclaración mía) y del hecho de que el precio de nuestras aves depende de tal abastecimiento. El peligro no está en Europa, sino en lo que llega a Europa y es nuestra dependencia de otros poderes (ver la aclaración anterior). Ningún productor ni consumidor desea estar sujeto a esos estándares ni a los dictados que no provienen de Europa (la traducción de este párrafo no es literal y es de mi autoría)”.

Este diagnóstico populista del presidente Macron debe analizarse en conjunto con las explicaciones anteriores, ya que su patriotismo parece estar ligado a cercenar la dependencia del Viejo Continente de las disciplinas del comercio que traza la OMC, a las que la Unión Europea desea modificar pero a las que también dice defender a capa y espada. Después de pensarlo un poco, no entiendo como se pueden lograr ambos objetivos al mismo tiempo.

Los lectores de esta columna tampoco ignoran que desde hace más de dos años existe consenso básico, el que está reflejado en un proyecto de decisión del Parlamento Europeo, para sugerir que la próxima reforma de la PAC incluya un proceso radical de sustitución de las sustancias proteicas como la soja y las demás leguminosas importadas de Estados Unidos, Brasil y la Argentina,por una futura producción originada en la UE (la que sus propios autores anticipan que será mucho más cara y totalmente antieconómica), algo que en estos días incide sobre la elaboración de nuevos proyectos legislativos orientados a bajarle línea y cortarle las alas a la Comisión de la UE en la definición de cada uno de los temas que se deciden Bruselas. Prueba de ello, es que los comités de Comercio y Agrícola de ese cuerpo legislativo se proponen pedir la anulación de varios eventos de maíz genéticamente modificado que aprobó la EFSA (European Food Safety Authority, o sea la Autoridad Europea para la Seguridad Alimentaria, que tiene varias de las funciones del Senasa de nuestro país).

El discurso de Macron indica con claridad que el gobierno francés no cree aceptable ceñirse a los principios y evidencias científicas a la hora de evaluar los eventos agrícolas que son sometidos a consideración de las autoridades regionales. Históricamente ese país sostuvo la tesis de que las medidas sanitarias y fitosanitarias no deben ser aprobadas tomando como referencia tales factores científicos, sino guiarse por las preferencias del consumidor y por las decisiones que estime conveniente el poder político a la hora de establecer y administrar del “nivel apropiado de protección” sanitario y fitosanitario (es su conocida lectura del Artículo 5 del Acuerdo relevante de la OMC).

Los gestos del presidente francés no me inducen a cantar “Macron, Macron que grande sos”. Más bien me llevan a sentir tristeza por la actual civilización europea.

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