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De la granja a la mesa

Si queremos ser el supermercado del mundo, en un planeta que espera alimentar 10.000 millones de personas en 2050, precisamos una política de Estado que haga de nuestro país un proveedor de alimentos puerta a puerta bajo el lema “de la granja a la mesa”.

25 marzo de 2019

Por Patricio DellaGiovanna Gaíta Coordinador del CEI-UCA, miembro del CARI y delegado de SRA

Luego de 40 años, Argentina volvió a ser sede de la Conferencia de las Naciones Unidas para la Cooperación Sur-Sur. Ese Plan de Acción que se delineara en 1978 en Buenos Aires para los países en vías de desarrollo regresa al tapete mundial en un momento crucial para la economía global.

Al tiempo que las expectativas económicas de China son cada vez más modestas y la Ocde considera que la Unión Europea no crecerá más allá de un magro 1,3%, Estados Unidos llega finalmente al máximo de su expansión. En consecuencia, la gran mayoría de los gurúes predicen que la Reserva Federal comenzará a subir la tasa de interés gradualmente.

Eso pone a los países al borde de una guerra de monedas, que augura devaluaciones constantes. Es decir, crédito cada vez más caro para los países emergentes, que recurrirán a la emisión monetaria para solventar sus abultados déficits fiscales y sus crecientes deudas con los organismos de crédito internacional.

Hay aires de cambio, y la política jugará un rol preponderante. No sólo tenemos el Brexit sino que, al otro lado del globo, en Asia, dos gigantes irán a elecciones: India e Indonesia concurren a las urnas. Lo que más llama la atención es que ambos países representan un quinto de la población mundial. Lo que allí suceda puede ser determinante para el equilibrio de poder en una región que se asemeja cada vez más al decimonónico europeo. Economías que crecen y una región que se rearma, en un delicado ambiente de religiones, culturas y fronteras que se entrecruzan complejamente. O sea, un polvorín a la espera de la “mano negra” que encienda la mecha.

Ante ese contexto, Argentina deberá desempeñar el papel más cauto que pueda en lo que concierne a la diplomacia global. Desde la cumbre de ministros de Agricultura del G-20 en 2018, pasando por el desfile de delegaciones parlamentarias que visitaron a nuestros legisladores en las Comisiones de Agricultura y Relaciones Exteriores en el período 2016-2018, siguiendo por la mejor muestra ExpoAgro de la última década, hasta el encuentro internacional “Farmer-To-Farmer Exchanges” que tuvo lugar la semana pasada, Argentina se consolida como uno de los garantes de la seguridad alimentaria global. Hecho que no pasó desapercibido para los daneses, que hicieron de su reciente visita de Estado un intenso trabajo en territorio para explorar las posibilidades de invertir en energías renovables, litio y agua.

Sin embargo, la opinión pública nacional pareciera estar ajena a esa realidad. El mundo nos mira, pero nosotros no lo miramos a él. El interés por las relaciones internacionales es casi nulo. Según una encuesta realizada por el Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI), a los argentinos les preocupa muy poco lo que sucede a sus vecinos y, mucho menos, lo que pasa en Japón o Ucrania.

En este marco de apatía, ¿cómo podemos liderar la diplomacia de los agroalimentos? La clave reside en adaptar la gobernanza a los nuevos retos. Las plataformas online de políticas públicas, el tratamiento de leyes emanadas de la iniciativa popular, la apertura a debates productivos provinciales y la convocatoria a consulta popular sobre acuerdos internacionales son herramientas que nuestra constitución pone a disposición de la población para involucrarla en el manejo de los destinos de nuestra Nación.

Por ello, si queremos ser el supermercado del mundo, en un planeta que espera alimentar una población de 10.000 millones de habitantes en 2050, necesitamos canales de participación política más activa. La clave reside en adaptar la gobernanza a los nuevos retos. Esto es, una vinculación más estrecha con toda la cadena agroalimentaria en el proceso de toma de decisiones. Ya que, para ser parte del globo, será necesario introducir un nuevo concepto de diplomacia “glocal”, o sea, innovar en local para convertirse en un jugador global. Por lo tanto, la política exterior debería partir desde los municipios con oficinas de vinculación internacional trabajando a la par de las provincias con el objetivo de insertarse en bloques al mundo. Quizás, podríamos aprender de Taiwán que con su proyecto nacional “un pueblo, un producto” logró hacer de esta estrategia un sello de calidad que replicaron grandes economías del Sudeste asiático como Indonesia y Tailandia.

Lograrlo depende de nosotros. Si queremos hacerlo tendremos que diseñar una política de Estado que haga de nuestro país un proveedor de alimentos puerta a puerta, que funcione bajo el lema “de la granja a la mesa”.

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