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Las dos lecturas de la protección social

25 febrero de 2019

Por Jorge Paz Lelde y Conicet

Si una persona se está ahogando en un estanque, el código moral indica que debo lanzarme y salvarla. Pocas dudas caben. Recibir ayuda cuando se la necesita es algo moralmente correcto. La pregunta que queda por responder es, sin embargo, la razón por la que se necesita la ayuda. ¿Qué le pasó a esa persona? ¿Se cayó? ¿Lo tiraron a propósito? ¿Se lanzó porque quería suicidarse? Nada de eso me pregunto cuando la veo manoteando y a punto de sucumbir. Me lanzo y, si puedo, la rescato.

Valga el ejemplo para situar un problema de creciente magnitud en la Argentina: las personas que necesitan la ayuda del Estado para sobrevivir. Cada vez son más y la ayuda que necesitan es cada vez mayor. Esto no es retórica. Voy a presentar parte de la abundante evidencia de que dispongo sobre este tema. El gráfico muestra el porcentaje de personas que en Argentina declaran vivir de la ayuda que les proporciona el Estado, y, en menor medida, los familiares y las organizaciones no gubernamentales.

La buena noticia es que el Estado no se desentiende de aquellas personas que necesitan ayuda. Se lanza al estanque e impide que la gente en problema se ahogue. Expandir la protección social está muy bien. Los errores serían ayudar a los que no necesitan o no ayudar a los que sí necesitan. La mala noticia es por qué son cada vez más los que necesitan de la ayuda.

La cifra de 2018 (28% de personas que declaran que viven de ingresos que provienen de la ayuda) es extraordinariamente similar a la tasa de pobreza que reporta Indec para la misma fecha: 27%. Pero no deben confundirse ambos indicadores. Puede haber personas a las que la ayuda saque de la pobreza, y otras a quienes les resulte insuficiente para dejar de ser pobres.

Fiebre y virus

La fiebre es un síntoma de la existencia de un virus, y no su causa. En algunas circunstancias, bajar la fiebre está bien, pero eso no significa que estemos eliminando el virus que la provoca. La necesidad de ayuda es una manifestación de la pobreza. Una pobreza que aumenta por muy variadas razones, y una de las cuales es la acumulación insuficiente de capital físico (inversión escasa) que no alcanza a contrarrestar el crecimiento de la población activa. No estoy diciendo nada nuevo con esto, pero está claro que es precisamente lo que sucede y que mantiene al 50% de la población activa, ya sea fuera del mercado laboral o en sus márgenes más macabros (empleos redundantes, de escasa o nula productividad y salarios bajísimos).

Una solución posible que aparece cada tanto en Argentina a esta situación se asemeja a los manotazos de una persona que se ahoga: flexibilizar el mercado de trabajo. ¿Qué se busca con esto? Reducir el costo laboral y, en consecuencia, aumentar el empleo. Nada más antiguo e ineficaz que eso. Hay infinidad de experimentos naturales en Argentina que permiten prever que el empleo productivo no sólo no aumentará, sino que los salarios más bajos provocarán niveles mayores de pobreza y desigualdad. Salvo que aparezca un cisne negro.

Cuando el estancamiento económico viene acompañado de inflación, aparece otras soluciones anacrónicas como, por ejemplo, “achicar el Estado”. Que el Estado argentino es grande no hay ninguna duda, pero se equivocan quienes pretenden otorgar e este fenómeno el carácter de causa de la ineficiencia económica y de la inflación. Más bien podría decirse que la hipertrofia del Estado es la consecuencia de la ineficiencia del sistema económico; no su causa. En una democracia, el Estado aparece como la manera que tiene la población de defenderse ante situaciones adversas. Situaciones como, por ejemplo, la exclusión de los mecanismos mediante los cuales el mercado distribuye los ingresos: el mercado de trabajo, entre ellos.

¿Qué está haciendo Argentina ante esta situación? Claramente, redistribuyendo ingresos para evitar el colapso del sistema. Aumenta la población que declara vivir de la ayuda, aumentan los recursos del Estado destinados a esa ayuda y la maquinaria social sigue funcionando. ¿Cuál es el origen de los recursos que permiten mitigar los reclamos de la población más vulnerable? Claramente los ingresos de los sectores visibles de la estructura social: de la clase media cuyos ingresos provienen del trabajo asalariado o independiente, y que aparece en las bases de datos de la Anses.

La evidencia del aumento de la necesidad de ayuda está en el gráfico. Ahora nótese que en este proceso hay un indicador que permite pensar el origen de los recursos usados para la ayuda. ¿Cuántas canastas de bienes puede comprar hoy el ingreso de un argentino promedio? Antes de dar la respuesta, dividamos a la población en dos grupos: “pobres” y “no pobres”. En el primer trimestre de 2018, el ingreso promedio de los primeros (pobres) podía comprar 2,6 canastas mínimas y en el tercer trimestre de ese mismo año, podía comprar 2,4 canastas. Por su parte, la población no pobre en el primer trimestre, podía comprar 7,4 canastas, mientras que en el tercer trimestre podía comprar 5,3 canastas. Esto permite constatar que el Robin Hood argentino está sacando recursos de donde le resulta más fácil conseguirlos. Hay un proceso muy claro de empobrecimiento de los sectores que están por sobre la línea de pobreza.

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