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La inflación, entre el origen y la inercia

26 febrero de 2019

Por Pablo Mira Docente e investigador de la UBA

Desde hace tiempo algunos economistas vienen discutiendo en las redes sociales acerca de los problemas crónicos de inflación de Argentina, a veces con virulencia. El corazón del debate atañe a sus causas, bajo la esperanza de que una vez identificadas solo se necesitaría revertir el proceso para estabilizar los precios. Si la inflación es consecuencia de la emisión monetaria, no se deben imprimir billetes. Si la causa es el tipo de cambio, se requiere evitar las devaluaciones. Si son los salarios, se negociará una paritaria menor. Mientras persista la causa original, habrá inflación siempre, y viceversa.

Pero, tras examinar los datos, esa perspectiva dista de ser nítida. La emisión monetaria, el dólar y los salarios cambian continuamente en el corto plazo mientras que, hasta 2018, la inflación se sostuvo durante varios años en valores relativamente estables entre 20% y 30% anual. En lugar de fluctuar locamente, la inflación persistió. Identificar las causas últimas de la inflación en Argentina es útil, pero también es importante entender las características específicas de la persistencia o inercia inflacionaria.

La inercia se produce, en parte, porque a los agentes económicos les resulta más seguro perseguir los cambios en sus costos que ajustar sus precios en función de como evolucionan sus ventas. Por eso, la inercia es un fenómeno particular y distintivo, con una lógica propia y que puede durar un período no menor, aun cuando las causas originales hayan sido erradicadas. Mientras haya inercia, las políticas que atacan el origen puro de la inflación (aun con un diagnóstico perfectamente identificado) pueden perder efectividad y generar consecuencias sociales negativas.

El proceso inercial de la inflación es un “equilibrio malo”, y salir de él requiere esfuerzos en varios frentes.

Un ejemplo de otras ciencias sociales ilustra el punto. Consideremos el conflicto violento entre grupos, sea por razones políticas, religiosas o mafiosas. Como hay evidencia de que la causa última de la violencia es evolutiva, todo indica que la respuesta de política más natural sería modificar la naturaleza humana. Para sostener la analogía, supongamos que acordamos científicamente que la inflación es un fenómeno puramente monetario. La violencia es la inflación y la impulsividad humana es la emisión. Así, hasta tanto no se modifique la violencia del sapiens (la emisión), la violencia (la inflación) continuará.

Pero esta perspectiva pierde de vista las propiedades dinámicas de la violencia. Usualmente los conflictos comienzan con un evento brutal que desestabiliza la calma, por ejemplo un asesinato del grupo A de un referente del grupo B. El grupo B pide una “compensación” o se venga por lo sucedido. Tras la represalia, el grupo A se indigna (quizás niega la autoría del primer hecho o evalúa exagerada la reacción) y encara una nueva revancha. Esto genera una persistencia de hechos violentos, que a veces escala y otras se mantiene: es la inercia de la violencia.

La reacción basada únicamente en modificar la naturaleza humana (la emisión) puede ser inefectiva. Además de llevar demasiado tiempo y esfuerzo, la estrategia puede empeorar las cosas, pues mientras intentamos tratar la violencia humana en general, los más violentos de cada grupo podrían aprovechar que la sociedad está con la guardia baja y apropiarse del monopolio de la intimidación.

Si hay inercia, las políticas que atacan el origen del problema pierden efectividad y generan consecuencias negativas.

Tratar la patología social de la violencia en proceso requiere políticas complementarias. La reacción debe considerar el rol de los hechos fortuitos que pueden desencadenarlo, los sentimientos de revancha, la sobreestimación de las pérdidas por parte de cada grupo, etcétera. Se debe prevenir la diseminación ante un hecho mínimo, y estructuralmente mejorar las leyes, fortalecer el Poder Judicial, o modificar el poder de policía del Estado. Estas son políticas que siguen a la dinámica de los conflictos, no solamente de su causa última.

La dinámica inflacionaria exige, del mismo modo, una mirada integral que atienda a las razones por las cuales los agentes replican constantemente la suba de precios mediante sus expectativas y actitudes. Prever traslados a precios de shocks inesperados mediante acuerdos, establecer leyes de competencia para suavizar el poder de determinación de precios, y promover la observación social y estatal de la dinámica de precios constituyen una agenda que reconoce los problemas propios de la persistencia inflacionaria. El proceso inercial es un “equilibrio malo”, y salir de él requiere esfuerzos en varios frentes, no solo descubrir la causa original de la inflación del precio de los cocos en la isla de Robinson Crusoe.

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