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UE reivindica fuerza de la ley, y no las guerras comerciales

Malmström no dejó dudas: Bruselas se inclina por fortalecer el sistema multilateral de comercio; recuperar la plena actividad del Organo de Apelación de la OMC y su menú no incluye el atajo de las guerras comerciales, las amenazas unilaterales o el saboteo de la legalidad.

14 enero de 2019

Por Jorge Riaboi Diplomático y periodista

El 10 de enero tuve la oportunidad de observar un nuevo testimonio del músculo intelectual y político de Cecilia Malmströn (foto), la Comisionada de Comercio de la Unión Europea (UE). Fue al participar de un diálogo austero, sólido e importante realizado en Washington donde, tras leer un mensaje inicial, se prestó con sencillez a responder cada una de las preguntas de los patrocinadores y del sofisticado público del evento. La organización corrió por cuenta del Atlantic Council (Consejo del Atlántico o AC) y se analizaron las principales negociaciones y conflictos globales y regionales de política comercial, ejercicio que incluyó la enunciación de ambiciones para el futuro de la hoy baqueteada Organización Mundial de Comercio (OMC).

Malmström no dejó dudas acerca de que Bruselas se inclina por fortalecer y modernizar, de ningún modo sustituir, el actual sistema multilateral de comercio; por hacer fuerte y hacerse fuerte en la aplicación de las viejos y nuevos enfoques legales que resulten del proceso de reforma y modernización en curso al enfatizar, con meridiana claridad, que uno de los temas prioritarios de la agenda global es recuperar, a breve plazo, la plena actividad del Órgano de Apelación de la OMC, sin menoscabar la objetividad ni el valor objetivo de sus juicios. Tampoco se privó de decir que, aunque el Viejo Continente comparte muchas de las ideas de Washington sobre China y acerca de otros enfoques globales de política comercial, las recetas de Bruselas no incluyen el atajo de las guerras comerciales, las amenazas unilaterales o el saboteo de la legalidad existente.

Como se sabe, a pesar de que la Comisionada no llegó al puesto que ocupa con abundante dominio de la política comercial, tardó poco en marcar sus líneas rojas dentro de la UE y en el marco de sus vínculos internacionales. En todo caso, su inexperiencia no detuvo su gestión en unas cuantas negociaciones internacionales, muchas en trámite, algunas semicongeladas (¿Mercosur?) y éxitos como los acuerdos con Japón, Canadá y México, o los avances registrados en sendos proyectos de Acuerdo con Australia y Nueva Zelanda. Y “la nave va”, como diría Federico Fellini.

Ello no quiere decir que Europa llega a la mesa de los actuales conflictos en estado de gracia, o que abandonó el reinado del proteccionismo regulatorio y su pasión por liderar los más variados menús del aislamiento económico, como lo demuestra la eterna cuarentena que protege a su desarrollo agrícola y a ciertos planes sectoriales de sustitución de importaciones que giraron con brío en el europarlamento durante el último par de años. Pero el análisis no puede pasar por alto que el Viejo Continente tiene cuadros con mayor calle y alta perspicacia política para llevar a cabo las mismas o peores maldades que las concebidas en Washington y en otras capitales, sin desmerecer el titánico esfuerzo de Donald Trump por sabotear con su diletante y confuso mercantilismo todas las instituciones del capitalismo liberal. Malsmtröm soltó con alta escuela, como al pasar, la misma frase que en otros labios hubiera tronado como furiosa provocación: “Si China desea ser tratada como una economía de mercado, debería empezar por comportarse como tal”. En la sala del AC se notó la presencia de una audiencia diversa de la política comercial y de varios gobiernos que hacen sombra en el piso.

De cualquier forma, Malmström no fue a Washington sólo para hablar en el AC. Su principal tarea se desplegó en la quinta reunión de negociadores de alto nivel que forman el trío de ministros o funcionarios con rango y responsabilidades equivalentes de los Estados Unidos, la UE y Japón. Ese grupo informal, constituido hace más de un año, intenta frenar a China en algunos temas centrales: a) los insumos que debe tener la reforma y el serio fortalecimiento y modernización de la OMC, asunto sobre el que la Casa Blanca aún no parece estar del todo convencida e incluye la revisión del concepto de desarrollo; en ese plano sostuvo que no sólo Europa, sino Japón no conciben un planeta sin reglas de política comercial, del mismo modo en que la propia China intenta ser parte del lote, dado que hasta ahora le fue muy bien en el Sistema Multilateral de Comercio; b) eliminar las manganetas o ambivalencias (no explicitó con claridad el punto ya que la culta audiencia no le pidió que lo hiciera) que subsisten en las reglas de la OMC, las que tienen una vejez de 25 a 70 años según a qué Acuerdo o reglas uno le ponga la vista (sólo aludió por su nombre al Acuerdo sobre Subsidios de la OMC); c) concebir una forma eficiente de eliminar los subsidios estructurales en un intento de reformar las normas de defensa de la competencia (los puntos b y c se deben leer como una unidad); d) rechazar la forzada transferencia de propiedad intelectual que practica China con los inversores extranjeros, y e) mejorar en todos los foros los mecanismos de transparencia, seguimiento e implementación de las obligaciones. Uno de los elementos tácitos de esos objetivos, es controlar y domar la participación de empresas del Estado en la definición y aplicación de políticas económicas y financieras distorsivas.

La comisionada se detuvo en varias ocasiones sobre la idea de que la reconstitución del Organo de Apelación de la OMC es una necesidad central y prioritaria, dando a entender con prístina claridad que Washington no puede seguir saboteando su normalización. A pesar de que ella no lo dijo, de los siete miembros que constituyen esa instancia máxima de solución de diferencias, sólo quedan tres activos y bastaría con que sólo uno sea impugnado o se abstenga de participar por eventuales incompatibilidades en determinados casos sometidos a su evaluación, para lograr la automática paralización de sus actividades mucho antes de concluir el corriente año. También dio a entender varias veces que es falso que el OA de la OMC fue hostil a los intereses de los Estados Unidos puesto que, de hecho, ese país ganó el 86% de los casos llegados a tal instancia de litigio. Pero la veracidad de la estadística no da validez al argumento de que el OA sólo hace una gestión adecuada si complace las expectativas y reviros de uno o varios Miembros caprichosos o poderosos de la organización.

La Comisionada también reconoció que la coordinación tripartita no supone abandonar los diálogos directos que cada país o región sostiene con Pekín, el que avanza a distintas velocidades. El grupo incluyó en su agenda la cuestión de crear un mecanismo de vigilancia al proceder de las inversiones originadas en capitales asiáticos y de conocer en detalle el tratamiento que reciben quienes se instalan en tales mercados.

Si bien no trascendieron oficialmente los temas de agenda y el resultado del diálogo bilateral sostenido por China y Estados Unidos entre el lunes y miércoles pasado en Pekín que tanto pareció entusiasmar a Trump, hay señales para intuir cuales fueron algunos de los temas centrales. Entre ellos, la idea de controlar y verificar la aplicación (enforcement) en forma permanente de los objetivos o metas que establezcan las partes. Se da por sentado que la agenda incluye pero no se limita a las nuevas concesiones y compras de productos agrícolas (como varias operaciones de soja de gran volumen ya concretadas); al compromiso chino de eliminar la obligatoriedad de transferir tecnología y conocimiento en el caso de inversores extranjeros que se instalen en su mercado; la solución de conflictos como los que surgieran con empresas emblemáticas chinas de las características y sectores en los que opera ZTE y el presente caso de Huawei; las normas técnicas y de calidad aplicables al sector automotriz de los Estados Unidos; los subsidios estructurales; las modalidades e instrumentos de política comercial del plan tecnológico chino para 2025; la estabilidad financiera (consolidar la noción de evitar las devaluaciones o movimientos cambiarios artificiales de naturaleza competitiva); el completo desmantelamiento de los aranceles especiales de importación; el papel de las empresas del Estado como mecanismo operativo de alteración de la competencia y la manipulación de la oferta de materias primas e insumos, así como el intercambio de bienes y servicios del sector energético. Muchos de estos cambios entran en la categoría de los denominadas reformas estructurales que se le piden al gobierno chino.

De lo que nadie habla, y es hora de empezar a mirar el tema sin inhibiciones, es del status que habrá de asignarse a las concesiones que se vayan aprobando por vía unilateral, bilateral o regional con Estados Unidos y otros países. Si las mismas no están encuadradas en las reglas especiales como las atinentes a los Acuerdos de Libre Comercio o Uniones Aduaneras, ni con una renegociación oficial de concesiones, las naciones líderes estarían dando un pésimo ejemplo si no las multilateralizan en forma automática. Tal enfoque implicaría el entierro en vida del principio de Nación más Favorecida y de esto no parece salvarse lo que acordaran Trump y Jean-Claude Juncker cuando éste último visitó la Casa Blanca en julio de 2018.

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