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Proyecciones 2019: el escenario pesimista

22 enero de 2019

En la nota anterior repasábamos las predicciones para las principales variables macroeconómicas asumiendo un escenario estable. El PIB remontaría levemente punta a punta pero caería en el promedio del año. El tipo de cambio mantendría la dinámica de las “bandas cambiarias”, más en el piso que en el máximo, y los salarios en dólares recuperarían parte de lo perdido en 2018. Con cierta convergencia de la inflación, las tasas de interés podrían ceder lentamente propiciando un escenario de cierta recuperación de los servicios y de las exportaciones si la cosecha es exitosa.

Tras la presentación de un escenario estable lo lógico sería encarar el análisis de los dos extremos, bueno y malo. Pero Argentina transita una realidad macroeconómica que parece no admitir medias tintas, y si bien el contexto favorable es el más probable, el escenario alternativo es únicamente el pesimista. Es decir, la economía argentina se debate en el presente entre una situación de tranquilidad cambiaria que se fortalece a sí misma (con límites, como veremos enseguida) por un lado, y con una escalada cambiaria autopropulsada por el otro. La economía continúa desde hace ya casi diez años en un difícil equilibrio en el que predominan las profecías autocumplidas.

Las variables determinantes para orientar la dinámica económica en uno y otro sentido tienen que ver con la consistencia nominal. Un escenario internacional deteriorado podría afectar el riesgo país y la evolución cambiaria. Si la reparación salarial nominal adiciona complicaciones a la dinámica inflacionaria, esto puede traer problemas a la regla de fijación de la base monetaria, porque la caída real de la cantidad de dinero significaría nuevas subas en las tasas de interés, retrasando la recuperación real e impactando sobre el desempleo.

Este escenario desfavorable significaría que el tipo de cambio podría terminar más cerca de los 70 que de los 50 pesos por dólar, con una inflación en niveles parecidos o superiores a los de 2018. De producirse este resultado, las variables reales también quedarían afectadas, incluyendo un crecimiento negativo de hasta -3,5%, una baja sustantiva de la inversión, y un desempleo que seguiría aumentando y se mantendría en los dos dígitos. Lo que más preocupa para el caso disruptivo es que, en circunstancias de estrés, las reacciones de política económica no son demasiado fáciles de prever, pues en momentos como éstos no suele predominar el buen juicio ni las decisiones que favorecen el largo plazo, sino el apuro y las resoluciones polémicas o extremas.

Ni el escenario estable ni el inestable durarán por mucho tiempo. Aun con una economía que funcionara razonablemente en 2019 y lograra cerrar el déficit fiscal primario, la daga del refinanciamiento de la deuda pública reaparecería en 2020, cuando pese a la ayuda del Fondo se deberán salir a buscar no menos de 15.000 millones de dólares en un mercado internacional que desde 2018 no ayuda y ha obligado a Argentina a realizar duras cancelaciones netas de su deuda. El escenario inestable, sin embargo, tampoco puede extenderse demasiado, pues una nueva corrección cambiaria y un alto grado de capacidad instalada no utilizada podría atraer algunas oportunidades de exportación, tal como sucedió con posterioridad a la crisis de 2002 (aunque esta vez, se asume, sin un default de por medio). En cualquier caso, todo apunta a que el país no está cerca de haber resuelto definitivamente sus problemas macroeconómicos principales de corto plazo.

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