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Brasil, ¿un espejo para mirarse?

Para Macri, es conveniente que al plan Bolsonaro le vaya bien porque, de lo contrario, también podría arrastrar a nuestra economía.

09 enero de 2019

Por Guido Lorenzo LCG

Llama la atención que las economías similares a las nuestras atraviesan problemas parecidos. Siempre tendemos a pensar que el caso argentino es único y, si bien tiene sus particularidades por su carácter histórico y estructural, si alzamos la vista podremos ver que muchos países adolecen de similares dificultades a las nuestras.

El caso de Brasil es uno de ellos. Nuestro vecino tiene un déficit fiscal (primario) a partir de 2013. Equilibrar las cuentas públicas le resulta difícil debido al déficit del sistema previsional, la carga de los intereses de la deuda y el poco dinamismo de la actividad económica.

En suma, y quizás a diferencia de lo que fue el intento de convergencia fiscal gradual que emprendió Cambiemos, Brasil debe acelerar una reforma presupuestaria debido a que su ratio de deuda a PIB ya alcanza el 77% y, por lo tanto, no hay margen para el gradualismo.

De ahí que las primeras medidas del flamante presidente Jair Bolsonaro y su ministro Paulo Guedes se jayan dirigido a avanzar sobre privatizaciones para reducir el gasto del sector público, pero al mismo tiempo planean una reducción de impuestos que aún no queda claro si en la práctica puede dar los resultados esperados a fin de reanimar la actividad y corregir el bache fiscal. Por lo pronto, el mercado festeja estos anuncios y confía en el plan.

Una de las ventajas con las que cuenta Brasil, a diferencia de Argentina, es que la inflación está bajo control y la política económica debe dirigirse hacia alivianar en lo inmediato al problema fiscal, desde donde saldrán a la superficie los problemas estructurales. Habrá que ver si el Congreso permite al nuevo Gobierno implementar todas sus medidas debido al elevado grado de polarización, principalmente para resolver problemas de infraestructura y mayor apertura comercial. La sensibilidad social está a flor de piel en una economía que tiene 27% de pobreza y una tasa de desempleo 12%.

El frente externo tampoco representa un desafío para Brasil tampoco porque tiene una cuenta corriente bastante aligerada que es más que cubierta por la inversión extranjera directa, que le ha permitido acumular reservas internacionales.

Si las reformas dan el resultado esperado, la economía brasilera podría crecer 2%-2,5%, poco más de la mitad del crecimiento promedio que tuvo en el período 1997-2011. Guarismo aún muy alejado para que la economía logre la convergencia en tasas de crecimiento con el resto de los países emergentes que en los últimos diez años crecen a 6% promedio.

Para el oficialismo, es conveniente que al plan Bolsonaro le vaya bien en su rumbo, y sus políticas no distan mucho en el aspecto fiscalista a las de Argentina. Sin embargo, un mal desempeño podría generar desconfianza en la región, arrastrando a nuestra economía.

Será interesante ver cómo pueda resolver o discutir Brasil los problemas estructurales, principalmente el mal funcionamiento del sistema previsional como el núcleo del déficit fiscal. Algo que Argentina también deberá enfrentar. La cercanía, la polarización y la necesidad inmediata de avanzar en ese frente son los que nos deberían hacer poner los ojos en nuestro vecino.

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