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Los gurúes de Donald Trump y Jair Bolsonaro

27 diciembre de 2018

Por Jorge Riaboi Diplomático y periodista

Dicen los que saben, o creen saber, en este caso Brian Winter, editor jefe de la publicación Americas Quaterly (AQ), que el gurú más escuchado por el futuro presidente de Brasil, Jair Messías Bolsonaro, es un señor que dejó su país en 2005, habita en Virginia, Estados Unidos, y se llama Olavo de Carvalho (un nombre más en la lista de heroicos profetas que eligen salvar a sus países de origen desde una casa instalada en algún rincón del “tradicional” primer mundo). El personaje tiene 71 años, escribió un libro titulado “Lo mínimo que usted debe conocer para no ser un idiota” y exhibe el antecedente de haber patrocinado la candidatura del futuro canciller, embajador Ernesto Fraga Araújo (sugiero ver mi pasada columna acerca del tema) y la del próximo Ministro de Educación. De Carvalho también se las arregla para convocar a más de 500.000 seguidores para sus escritos.

El texto de AQ no aclara si la atenta lectura de las verdades infalibles que propone el nuevo gurú brasileño permitirán curar todo rasgo de estupidez, o si subsiste el peligro de recaer en el vicio de usar la inteligencia selectiva, aquella que los jesuitas, el papa Francisco entre ellos, definen como la facultad de discernir con los sesos que uno trae de fábrica o si recomienda un plan de masivos trasplantes.

La columna de Winter (fechada el 22/12/2018) no menciona el hecho de que el ultramonetarista superministro de Economía de la nueva gestión de Gobierno, Paulo Guedes, ya despojó al protegido ministerial del gurú, de algunas de las funciones que tradicionalmente ejerció en Itamaraty (la Cancillería brasileña), como las negociaciones económicas y comerciales, una modalidad que cíclicamente suele hacer roncha entre las autoridades argentinas. En nuestro medio esas ideas casi siempre generaron un aumento del nivel de descoordinación, visibles bajones en la calidad profesional e incompetencia de la política exterior. La actual Casa Rosada apostó bastantes fichitas en esa dirección y los resultados están a la vista.

Aunque Winter observa que el gurú brasileño se viste como el cowboy del Marlboro Man (la revista provee foto), su nota no especula respecto de cómo serán los sensibles vínculos políticos entre el capitán retirado Bolsonaro y sus colegas de alta jerarquía de las Fuerzas Armadas que están por llegar al Gabinete y otros puestos centrales de la función de Gobierno. Ni qué decir de como se las ingeniará para dar consistencia a la conjunción de ideas mercantilistas, nacionalistas y de apertura económica con los enfoques prácticos, todavía desconocidos, que vaya a traer la autoridad económica en ciernes.

Al igual que Steve Bannon, el ahora gurú portátil que ejerció funciones en la Casa Blanca en los primeros meses de la gestión Trump, hoy dedicado a fomentar la prédica del populismo conservador en Europa, De Carvalho es un hombre que juega fuerte. Sobre lo astuto que es el apego de Bolsonaro, su gurú y el futuro canciller cuando sienten devoción por ciertas ideas de Trump, les valdría leer la columna de Navidad que acaba de publicar Thomas Friedman en el New York Times, donde pide lisa y llanamente el juicio político (impeachment) para el Jefe de la Casa Blanca, a quien adjudica visible ineptitud para seguir gobernando Estados Unidos. El periodista está lejos de reflejar su exclusiva percepción individual.

A De Carvalho se le reconoce su condición de vibrante defensor de las libertades individuales (no está claro si ello incluye la libertad económica, ni si entiende que el combo suele incorporar la política comercial) y la cristiandad. Tampoco vacila en hacer punta entre los que insultan y anatematizan la globalización, el Islam, a los comunistas y a las diversas expresiones de la izquierda (uno sólo espera que no se meta con la zurda de Messi). Winter observa que el gurú es conocido en Brasil por ser un rico exponente de la prédica opositora y un avaro contribuyente a la hora de hacer propuestas. De Carvalho sostiene, sin prodigar muchos datos, que el complejo amazónico es un territorio de internación de miles de agentes del Islam, expatriados de la FARC colombiana y doctores cubanos que se especializan en exportar las nostalgias de la revolución caribeña, algo que no es noticia en América Latina, ni es un dato ignorado, en sus respectivas proporciones, por los servicios de inteligencia que honran esa definición.

Fraga Araújo entusiasmó al gurú cuando éste vio que el diplomático sostenía, en su recién estrenado blog, que el cambio climático es una conspiración marxista. Su jefe no lo dejó sólo. Bolsonaro anticipó que seguirá los pasos de Washington en lo referido a salir del Acuerdo de París, con lo que sería interesante ver si el amigo Donald le pide a Planalto, cuando negocien su proyecto de acuerdo de comercio bilateral de nueva generación, lo mismo que le exigió a México y Canadá en el Usmca y a todos los demás socios de Estados Unidos con acceso preferencial. La Casa Blanca sigue la política de Estado inaugurada por Bill Clinton, cuando empezó a demandar “pleno respeto” de sus socios a las reglas sobre estándares laborales y ambientales que determinan la localización de inversiones y los incentivos a sus flujos de exportación. En el pasado mencioné por qué la Casa Blanca carece de la mínima autoridad para formular tales demandas.

Es esta realidad la que debería contemplarse al concebir el shopping list y los enfoques que preparen Mauricio Macri y los estrategas nacionales que trabajan sobre el encuentro bilateral del 16 de enero. El objetivo de sustancia no puede zafar de lo ya dicho en esta columna días atrás. Por lo pronto conviene centrar el diálogo en evitar tanto la pérdida como la fluidez de nuestras exportaciones y en defender con inteligente energía los nichos creados en los últimos años, los que fueron ninguneados a mansalva por la bisoñería profesional y política de los sucesivos habitantes de la Casa Rosada, excepción hecha del período de Roberto Lavagna. Si Brasil, guiado por su ala monetarista, propone que el Mercosur se consagre a la apertura económica unilateral (lo que aún no se sabe), o sea a regalar el todo por la nada, la regla más estúpida que puede aplicar cualquier negociador, sería bochornoso decir que sí (sin olvidar que en el pasado ya hubo genios de la economía argentina que jugaron a consolidar la apertura unilateral como un acto de fe religiosa o principista). Si además la Casa Rosada logra armar un lógico enfoque geoestratégico regional, para lo que le haría falta reclutar gurúes con oficio, tanto mejor.

Esto nos lleva al riesgo-país. Ahí también estamos ladrando al árbol equivocado. Cualquiera que lea los diarios sabe que Trump se quedó sin filtros y hace tonterías descomunales como decirle al mundo por tweet que se propone destituir al presidente de la Reserva Federal, Jerome “Jay” Powell, que fuera designado, a su propuesta, en febrero de 2018, porque no le gustó el último aumento de la tasa de interés. Sin embargo, nadie habla del inquietante riesgo-país de los Estados Unidos, el que incluye un déficit presupuestario y de comercio exterior que crecen de manera demencial.

De lo que sí habla todo el planeta inversor en estos días es acerca de cómo incide, en el mercado de capitales, la frágil estructura política de América Latina. La tesis corriente fue resumida, el pasado 19 de diciembre, por Raymond Colitt (nota publicada por la agencia Bloomberg que recoge testimonios de la región como los del economista argentino Miguel Kiguel), cuando titula “Sudamérica vota a la derecha pero se inclina hacia la izquierda”.

Colitt recuerda que el 85% de los votantes de la última subregión, la que origina un PIB anual de US$ 3,2 billones, se alineó con gobiernos promercado pero, a pesar de ello, la mayoría de los consumidores no quieren decirle adiós a los subsidios y otras canonjías oficiales (por sus comentarios, es obvio que Colitt ironiza sobre la región sin conocer lo que pasa en su propio país con los subsidios agrícolas, la producción de aviones, la industria aeroespacial y, la amañada financiación del comercio exterior, sin olvidar trampas de jardín de infantes como las reglas de origen de la nuevo versión del Nafta, el Usmca, que está en dudosas vías de ratificación o el uso de la Seguridad Nacional para limitar las importaciones de acero y aluminio). Lo cierto de esa nota, es que ninguno de los gobiernos sudamericanos puede concretar las reformas que estima necesarias, por cuanto todos carecen de mayoría legislativa propia y de la lucidez y el coraje necesarios para ejercer liderazgo. En todos los rincones de ese vasto y rico espacio geográfico, los gobernantes batallan con escenarios políticamente insolventes y devienen en incapaces a la hora de generar propuestas viables y estables de reforma. Tanto Bolsonaro como Macri son parte de esa legión.

Ah sí, feliz 2019.

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