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Europa está en su peor crisis política (y recién empieza?)

Héctor Rubini 17 diciembre de 2018

Por Héctor Rubini Instituto de Investigación en Ciencias Económicas de la USAL

La salida del Reino Unido de la Unión Europea y los disturbios en el continente europeo han sumido a la unión en una crisis política inédita. En el caso de la primera ministra, Theresa May, no logró ningún acuerdo para modificar los términos de salida de la Unión Europea. Pudo postergar para enero la votación del Brexit en la Cámara de los Comunes, pero no evitó que los legisladores de su partido (el conservador o “tory”) se reúnan para votar una moción censura a su gestión. El resultado favoreció a May, pero más del 40% votó en contra. Para enero necesita el voto de todos los “tories”, más el de los legisladores de Irlanda del Norte y varios opositores para poner en marcha el Brexit, según el texto entregado por Londres a la Unión Europea.

El mismo contempla una “frontera blanda” con Irlanda del Norte por tiempo indefinido y atado a lo que disponga la Unión Europea. Una suerte de red “trasera” de seguridad (“backstop”) sin controles aduaneros y migratorios duros a lo que se oponen los conservadores. Las recientes negociaciones de May en Bruselas para que se acepte modificar lo propuesto y lograr la aprobación del Brexit en el Parlamento británico han fracasado.

Esperable, tanto por el contenido de sus presentaciones y declaraciones (que Angela Merkel calificó de “nebuloso”), como por su inadecuación a lo previsto en el artículo 50 del Tratado de Lisboa. El mismo prevé que el país que lo invoque para salir de la Unión Europea, e inicia el proceso de salida según lo previsto en el mismo, sale de la Unión en un plazo de dos años a partir de la presentación formal (que hizo el Gobierno británico el 29 de marzo de 2016). Ese artículo prevé que ese proceso no puede detenerse, y el plazo de dos años no puede prorrogarse sin acuerdo de todos los miembros de la unión (hoy son 27). No existe tal consenso en Bruselas, y May no cuenta con apoyo político para una votación exitosa el 21 de enero. Si lo lograra, por ser el primer país que desea salir de la Unión, podría reiniciar una rápida negociación de una prórroga y tratar de que Bruselas admita cambios.

Hoy el Gobierno británico se encuentra “between a rock and a hard place”. Y los mercados descuentan una derrota de Theresa May en enero, y una salida del Brexit el 29 de marzo sin renegociación de nada, ni aprobación de los términos del Brexit propuestos por Londres. Resultado: un 2019 con costosas perturbaciones para la economía británica, básicamente en sus flujos comerciales, financieros, de telecomunicaciones, flujos migratorios y de transporte marítimo y aéreo con el continente.

Esto es un escenario crítico que torna factible la destitución de May (a ser exigida por los laboristas), o en su defecto su renuncia, y la profundización de una crisis que coincide en el tiempo con la de Francia y Bélgica. Los mercados ya lo están descontando y la libra esterlina no deja de caer frente al dólar, el euro y otras monedas. Peor aún, la volatilidad de la libra esterlina y de la Bolsa de Londres bien puede contagiarse a otros mercados. Los ruidos políticos lejos están de apagarse, y ya este sábado aparecieron “chalecos amarillos” en Londres?

Francia, a su vez, padeció anteayer el quinto sábado con disturbios. Las concesiones de Macron y la mayor represión policial aplacaron algo las protestas, pero estas se extendieron nuevamente a toda Francia y a Bélgica, donde es más que clara la estrategia de golpear al gobierno, debilitarlo y forzar su caída. No es ese el riesgo hoy de Francia, pero el futuro de Macron es incierto, al igual que el de May.

Detrás de este escenario hay un clima general de hartazgo con dirigentes políticos que gestionan sin atender las demandas de la sociedad, sin saber canalizarlas, y sin coordinar políticas ni regulaciones que den respuesta a los reclamos de diversos sectores de varios países. Se trata de una doble crisis: por un lado, de representación y, por el otro, de liderazgo de quienes gobiernan. Algo que se arrastra desde la salida de la crisis financiera de 2008 y la “gran recesión” de 2009, y que erradamente muchos creyeron que era un problema limitado a los PIIGS (Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España).

La paciencia colectiva y la popularidad de los políticos están en descenso, y el mensaje subyacente a las diversas protestas en buena parte de Europa es más o menos el mismo: “que se vayan todos”. De hecho, los manifestantes franceses no sólo reclaman por bajas de impuestos, sino: “exijamos el derecho de votar nosotros mismos nuestras propias leyes”, “que estén basadas en la voluntad del pueblo”. Desconocen claramente a un Parlamento que, a su entender, desconoce o “se olvida" sistemáticamente de quienes los votaron (salvo para imponer regulaciones y nuevos impuestos).

Esto no empezó este mes, y no escapó al hábil banquero y ex asesor de Donald Trump, Steve Bannon. Desde mediados de este año ofrece sus servicios gratis (y donaciones) a los populistas-nacionalistas de Italia, Holanda, Suecia y Dinamarca. Instaló este año su “consultora” en Bruselas, con el nada eufemístico nombre de “El Movimiento”, para apoyar campañas de partidos eurofóbicos y populistas con miras a las elecciones para el Parlamento Europeo de mayo de 2019. Un experimento que costará entre U$S 10 y U$S 15 millones entre asesoramiento gratuito y donaciones en efectivo que, según Bannon, contaría también con donantes europeos.

En definitiva, un cóctel semiexplosivo que ha recreado un embrión de monstruo nada diferente de los nacionalsocialismos de 80-90 años atrás, y que pone en riesgo el futuro de la Unión Europea y la estabilidad económica y financiera mundial a partir del año próximo.

El 2018 termina con una Europa volátil y con bajo crecimiento, y el 2019 podría detonar en algún “susto” financiero de proporciones. Nada de esto beneficiará a Bannon ni al Gobierno de EE.UU., sino al de Rusia: ya instalado en Crimea y “mostrando músculo” en Venezuela, espera con total tranquilidad el momento oportuno para volver a ocupar militarmente territorio de sus vecinos europeos. La Unión Europea, en definitiva, ha entrado en un proceso de crisis política que recién estaría en sus inicios. Bien sabemos ahora cómo ha empezado, pero no cuando ni como puede terminar. Y el “león dormido” no es ahora el comunismo marxista, sino el populismo eurófobo y nacionalista, con no pocas similitudes con los partidos y movimientos fascistas de un siglo atrás.

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