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La carrera por dominar los resortes del poder mundial

Los problemas entre Estados Unidos y China, en boga por estos días, no se limitan a lo comercialy a la alta tecnología, sino que incluyen un enfrentamiento geopolítico que es de difícil gestión y no puede ser soslayado por nuestro Gobierno.

Atilio Molteni 10 diciembre de 2018

Por Atilio Molteni Embajador

Pocas horas después de que se acordara en Buenos Aires una peculiar tregua comercial entre los presidentes de China y Estados Unidos, bastó la mera insinuación de que esas negociaciones podían estar en peligro para que Wall Street recibiera varios golpes demoledores del mercado inversor. Sin conexión con ese incidente, el clima de negocios registró con distintas reacciones el arresto de Meng Wanzhou, la más alta ejecutiva china de Huawei Technologies, la que se acusó de haber utilizado su filial Skycon Tech, entre 2009 y 2014, para hacer negocios con Irán en abierta violación de las sanciones económicas estadounidenses. La detención de la mencionada ejecutiva se produjo a solicitud de Washngton en la ciudad de Vancouver (Canadá), lo que dio vida a un entramado que dejó en incómoda situación doméstica al presidente Xi Jinping.

A ello se agregó la caída del precio del petróleo (cuyo valor para la variedad Brent cayó 28 %en el último mes), movimientos que se reflejaron, el 5 y 6 de diciembre, en la reunión de la OPEC a la que se convocó a otros países productores. Ante semejante realidad, el presidente Trump intentó atraer a ciertos actores para que mantengan bajos los precios. Los exportadores sólo convinieron en reducir la oferta a partir de enero en 1.2 millones de barriles día (mbd). Dos terceras partes de esa contracción estarán a cargo del cartel (Arabia Saudita será el mayor contribuyente) y el resto corresponderá a los no miembros (especialmente Rusia). Los productores de petróleo consideraron necesario actuar debido a que los precios actuales resienten su crecimiento económico, ya afectado por las restricciones comerciales y el claro abandono o deterioro del multilateralismo.

Adicionalmente, y si bien el presidente Trump tiene gran poder en el manejo de las negociaciones comerciales con China en el contexto de la legislación de su país, éste se autodefinió como “el hombre de los aranceles (en este caso de importación)” lo que hasta ahora constituye su arma principal, e insistió en que la tregua acordada en Buenos Aires con Xi Jinping está en marcha (ambos países representan el 40% de la economía mundial). A pesar de estos insumos, una porción sustantiva de analistas sostiene que la posición de Pekín es dudosa, pues no se comprometió a un calendario preciso para aumentar sus importaciones; a que durante los noventa días convenidos por ambos presidentes para resolver los problemas bilaterales no sólo están en juego los aranceles, sino también las negociaciones estructurales sobre propiedad intelectual, a las trasferencias forzadas de tecnología que se demandan a los inversores extranjeros, los servicios, la agricultura y la inteligencia artificial y cibernética, rubros en los que China viene incrementando a pasos acelerados su actual liderazgo.

Para Argentina el éxito de estas negociaciones tiene gran significado por la dependencia que hemos desarrollado con ambas naciones y en la que China se convirtió en nuestro mayor prestamista no sólo institucional, sino también por los proyectos que se han puesto en marcha en distintos sectores. En cambio, nuestra vinculación con Washington es tradicional por el nivel de inversiones privadas en el mercado nacional y debido a que la opinión de Trump permitió alcanzar con el FMI un acuerdo de un monto sin precedentes, pero cuya implementación depende de múltiples circunstancias y requisitos que no son de fácil cumplimiento.

Por ello interesa analizar el estado de las relaciones que mantienen entre sí estas dos superpotencias, al ser China un Estado en cierta transición que está modificando no sólo su economía, sino también su base tecnológica, sus fuerzas militares y sus lazos con su región de influencia y con el resto del mundo. Aunque por ahora sus números salvo en materia de comercio no son todavía comparables con los de Estados Unidos, ello dejará de ser así si la mencionada tendencia perdura. En ese momento estará en condiciones de superarlos en los próximos veinte años o antes. Para los analistas referenciales, las alternativas que tienen ambos Estados son cooperación, competición o conflicto.

Los puntos de vista de Estados Unidos sobre China están contenidos en su “Estrategia de Seguridad Nacional” (diciembre de 2017), en su “Estrategia de Defensa Nacional” (febrero de 2018), en las expresiones del secretario de Defensa Mattis en el “Diálogo Shangri-La” (6-2-2018) y, sobre todo, en el discurso del vicepresidente Mike Pence en el “Hudson Institute”(del 4-10-2018). Ellos destacan que las relaciones con China son un tema de seguridad nacional al entender que Beijing presenta un desafío tanto a la influencia como los intereses del poder estadounidense y albergan la tácita finalidad de erosionar su seguridad y prosperidad.

En otras palabras, sostiene que la relación con China no sólo se vincula con su déficit comercial (más de US$ 375.000 millones al año, casi la mitad de su déficit global), sino también que los objetivos de ese país para 2025 incluyen el control del 90 % de las industrias más avanzadas como la robótica, la biotecnología y la inteligencia artificial. Además, existe conciencia de que China elevó su gasto militar más allá que la totalidad del resto de los países asiáticos (donde tienen significación los que realiza Japón, Corea del Sur, India y Australia), y busca excluir a Estados Unidos del Pacífico occidental, mientras militarizó el Mar del Sur de la China, mantiene un reclamo a Japón por la soberanía sobre las Islas Diaoyu, en el Mar del este de la China y tiene problemas sobre la limitación de la plataforma continental, mientras que la situación de Taiwán es un riesgo permanente debido al interés de China de lograr su unificación nacional y su integración territorial. Por otro lado, la desnuclearización de Corea del Norte no avanza. Esa conclusión sobre las áreas de influencia regional es parcialmente falsa, por cuanto fue Trump quien autoexcluyó a su país de la Asociación Transpacífica (TPP), por razones adjudicables a su llamativa inexperiencia y falta de información apropiada.

La posición básica de los Estados Unidos es prevenir que emerja un poder hegemónico en cualquier parte de Eurasia, debido a que ello representa una amenaza a sus intereses vitales, en este caso China. Por ello sus fuerzas armadas están diseñadas para desplazarse sobre grandes espacios y actuar de inmediato en las zonas de conflicto. De allí el gran número de bombarderos estratégicos que posee, aviones de reconocimiento, transporte y aviones-tanque, porta aviones, submarinos de ataque, buques de combate y transportes anfibios. A ello se agregan las tropas que tiene estacionadas en Europa, el Golfo Pérsico y en la región del Indopacífico, en este caso en Corea del Sur, Japón y Guam, mientras la Flota del Pacífico comprende 200 buques, incluyendo cinco portaaviones, y dos fuerzas de infantería de marina, más los efectivos del Ejército y la Fuerza Aérea en el Pacífico. También posee bases cuyos efectivos pueden actuar con relación a China en Singapur, Australia, Guam, Hawai y Alaska.

Por su parte, China tiene sus fuerzas diseñadas para actuar en su región de influencia, sólo cuenta con un portaaviones y otro en construcción, pero está en un proceso de modernizar y expandir sus fuerzas armadas (son actualmente 2.183.000 soldados y 518.000 en la reserva), busca transformarse en una superpotencia militar regional y tiene capacidad nuclear. En especial, su notable desarrollo en todo tipo de misiles, por lo que Estados Unidos decidió modificar su estrategia militar frente a ella y terminar con el Tratado sobre Fuerzas Nucleares Intermedias que no la comprende. China sostiene un constante incremento de sus gastos de defensa (el que supera el 7% anual). Para algunas instituciones especializadas de Occidente, es el segundo gasto militar en el mundo que estiman (2018) entre US$ 209.000 y 250.000 millones, al no incluir las cifras oficiales la investigación y desarrollo y las importaciones de armas (mientras los recursos de Estados Unidos alcanzan a US$ 602.800 millones en el mismo año).

Estas y otras razones, hacen posible advertir que los problemas entre ambas potencias no se limitan a lo comercial y a la alta tecnología, sino que incluyen un enfrentamiento geopolítico que es de difícil gestión y no puede ser soslayado por nuestro Gobierno.

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