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La peculiar visión del futuro canciller de Brasil

Bolsonaro anunció que Fraga Araújo, admirador de las ideas de Trump y con casi treinta años a cuestas en Itamaraty, será su canciller

20 noviembre de 2018

Por Jorge Riaboi Diplomático y periodista

El 14 de noviembre, el Presidente electo de Brasil, Jair Messias Bolsonaro, anunció que el embajador Ernesto Henrique Fraga Araújo, admirador de las ideas y propuestas nacionalistas, y uno supone mercantilistas, del presidente Donald Trump, será el canciller de su Gobierno. El nuevo ministro desemboca en la principal butaca de Itamaraty tras 29 años de carrera diplomática y una creativa visión de la presente realidad internacional.

En algunos de sus comentarios públicos, Fraga Araújo se limitó a anticipar nociones como las destinadas a dar prioridad a los acuerdos bilaterales de comercio, como si éstos se desarrollaran en forma autónoma y fuera de las reglas del planeta, al costado o por encima de las disciplinas globales o regionales de política comercial que generaron, con errores y limitaciones, setenta años de sólido crecimiento del intercambio, gigantescas inversiones y la parte sana de la vida económica del hoy destartalado Occidente.

O a desconocer el contexto que está cebando, según la mayoría de los analistas, las visibles guerras comerciales; la tendencia ilegal a la manipulación de mercados; la creciente ignorancia de las reglas de la OMC y el reinado multidisciplinario del proteccionismo. Ninguno de esos datos suena irrelevante al intento de Brasilia de suscribir un acuerdo bilateral de libre comercio con Washington, como el que acaba de sugerir sin medias tintas el primer mandatario de Estados Unidos, una vieja aspiración de la dirigencia paulista. Varios ex cancilleres, Celso Amorim incluido, promovieron tales ideas con los principales interlocutores del Atlántico Norte las que, negociadas con madurez y sin ansiedad publicitaria, pueden constituir una generosa oportunidad.

Pero vistas con los apremios de una sesión de PhotoShop, sin limpiar el proteccionismo regulatorio ni los subsidios, entrañan una costosa y torpe fantochada. El TPP y otros acuerdos confirman que tal ambición es posible, cosa que sostengo por escrito desde 2002.

Al ordenar y establecer coincidencias con el pensamiento de la Casa Blanca, cuyos enfoques no le hacen asco a manipular y distorsionar la competencia o ejercer trato hegemónico respecto de los socios que suele elegir para conducir su intercambio, como acaba de suceder durante las negociaciones con los Miembros del ex Nafta y futuro Usmca o T-MEC (e históricamente con las otras naciones que ya tienen acuerdos bilaterales de libre comercio con Washington), no es posible olvidar que tales ideas en teoría no guardan consistencia con la línea que se atribuye a su futuro e influyente colega de Gabinete, el economista Paulo Guedes.

Este último es un manifiesto discípulo de la Escuela de Chicago, la que rechaza el ideario hepático y mercantilista de la gestión Trump y de los apóstoles que trabajan día y noche para reducir, por las buenas o por las malas, el saldo desfavorable de la balanza comercial estadounidense.

Tales sesgos de la Casa Blanca no se asientan en hechos fundados. Surge básicamente de el bajo nivel estructural de ahorro de la economía estadounidense y, además, el comercio que esa Nación sostuvo y sostiene con interlocutores como China, con los que no tiene acuerdos preferenciales de ninguna especie, lo que tiende a convalidar la idea de que no son los acuerdos de librecomercio, sino la incompetencia de Estados Unidos y los saltos tecnológicos los factores que generan los altos déficits de intercambio, así como los problemas reales e imaginarios de desocupación, desindustrialización y desacoples estructurales en el reparto de los beneficios del comercio global y regional.

Los hechos que miden la temperatura de esa realidad son contundentes y hablan por sí mismos.

Tras agotar casi 50% de su mandato, el presidente de Estados Unidos y sus seguidores sólo lograron renegociar el Acuerdo de Comercio con Corea del Sur (identificado con la sigla inglesa Korus). La perspectiva de ratificar el nuevo Nafta, conocido como Usmca en su sigla inglesa o como T-MEC en castellano, está aún sujeta a la viabilidad de eliminar ciertos hilos sueltos. Una de esas reservas indica que Washington no cumplió su promesa de resolver el conflicto surgido del aumento unilateral de los aranceles aplicados a la importación de acero y aluminio que afectan a México y Canadá, el que se amparó en supuestas cuestiones de Seguridad Nacional (Sección 232 de la Ley de Comercio de 1962), una preocupación que también roza a Brasil y a otro conjunto de naciones. En estos momentos el raciocinio legal de tal diferendo está sujeto a varios casos de Solución de Diferencias en el marco de la OMC, hecho que no conviene pasar frívolamente por alto.

Tampoco son brillantes las perspectivas de que el Usmca vea humo blanco a la brevedad, ante los filtros que acaban de surgir de la nueva y previsible composición del Congreso de los Estados Unidos y la realidad política que existirá en México a partir del 1° de diciembre. Hoy existe la sensación de que los poderes legislativos de México y Canadá no parecen tentados a ratificar el texto de Acuerdo hasta ver cómo se resuelven los temas del acero y el aluminio y qué se propone hacer Washington con la mayoría demócrata surgida en el Capitolio, la que no daría luz verde al Usmca / T-MEC con las actuales disposiciones laborales del texto consensuado.

Mientras tanto nadie sabe si los presidentes Trump y Xi Jinping frenarán la guerra comercial en ciernes durante el encuentro bilateral previsto al margen de las próximas deliberaciones del G20 en Buenos Aires. Ni se sabe a ciencia cierta si se hará tal diálogo y qué “manjar” saldrá del mismo. Según la agencia Bloomberg, Soren Skou, CEO de la empresa que concentra 20% del transporte mundial de manufacturas (Grupo Maersk), las voluminosas y carnavalescas medidas provisorias de aumento de los aranceles estadounidenses a la importación que gravan unos US$ 250.000 millones del comercio con ese país asiático, lejos de reducir el déficit comercial, facilitaron lo que se avizora como un incremento sustantivo del desequilibrio en estos meses.

La estimación de ese transportista en base al flujo de cargas recíprocas sugiere que, mientras en el tercer trimestre de 2018, las exportaciones chinas a Estados Unidos crecieron entre 5% y 10%, las importaciones chinas de productos norteamericanos cayeron entre 25% y 30% lo que daría pie a un severo aumento del déficit del comercio bilateral que tanto preocupa a la parte estadounidense. ¿Son esos los capítulos que vale la pena admirar de las iniciativas y enfoques Trump?

La explicación de este fenómeno no es compleja. Por un lado, los consumidores estadounidenses están en un período de bonanza artificial generado por un volcánico e irresponsable estímulo fiscal, y los importadores de ese país decidieron acumular muy altos inventarios ante la perspectiva del próximo aumento de los aranceles de importación que aplicará Washington en enero. Por el otro, en China se espera recesión y está en bajando la demanda interna, pero recesión en ese país es crecer, hasta ahora, a una tasa del 6% o más % anual.

Además, la Casa Blanca debió rebobinar los errores de principiante que indujeron al Presidente Trump a salirse de la Asociación Transpacífica sin saber por qué, contexto al que ahora quiere reentrar por la ventana. Para ello gestiona un acuerdo con Japón, atajo que le significa reducir en mucho los alicientes que brindaba la membresía original. El grupo remanente optó por suscribir una versión del acuerdo sin Washington en la que quedaron los restantes once miembros (entre ellos México, Canadá, Chile y Perú). Todos se alegrarían de readmitir a Estados Unidos al nuevo acuerdo, si su Gobierno se aviene a renegociar el texto a partir de su actual versión.

La Casa Blanca también acaba de notificar al Congreso que desea retomar las negociaciones con la Unión Europea, congeladas en la última etapa de la gestión Obama, pero sólo para sectores específicos del ámbito manufacturero y sin la inclusión de la industria automotriz. Un mamarracho indigno de gente adulta. ¿Son acaso esas las partes a ponderar del relato Trump? ¿Hay maneras más efectivas de socavar el crecimiento económico y poner en jaque la parte buena de la actual legalidad comercial?

Al mismo tiempo, Pekín está copando la escena política y geopolítica del Asia, ante el abandono de funciones que está haciendo Washington. ¿Es esa la nueva visión estratégica del Occidente perdido?

Nadie ignora que el Mercosur perdió el rumbo. Sin embargo, ningunear quirúrgicamente las fuentes legítimas e ilegítimas de comercio establecido, no es una idea brillante. El secreto de este juego es crear no destruir comercio. Para lograrlo hace falta una sintonía finwa de neurocirujanos, no de carniceros. Y para desatar los nudos también hace falta tener buenas ideas y capacidad de gestión, no debates cíclicos y autcomplacientes de carácter fundacional.

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