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El mundo y Alemania sin la referente Angela Merkel

¿Nadie es irremplazable? Veremos qué ocurre cuando la canciller deje la conducción de su partido, la del Gobierno alemán y el papel de referente de la Unión Europea

Atilio Molteni 14 noviembre de 2018

Por Atilio Molteni Embajador

Los que suelen decir que nadie es irremplazable, deberían verificar si tal regla se cumplirá el día que la canciller Angela Merkel deje la conducción de su partido, del Gobierno de Alemania y del indiscutible papel de referente de la Unión Europea.

Cualquiera sea la evaluación que se tenga de sus aciertos y errores, el mundo despertó el pasado 29 de octubre con la noticia de que en diciembre próximo la doctora Merkel no buscará ser reelecta como Presidenta de la fuerza que condujo por espacio de 18 años, la Unión de los Demócratas Cristianos (CDU), ni se propone seguir al frente del Gobierno de su país, cuyo liderazgo ejerce con mano segura desde hace trece años. Según el anuncio, dejará esas últimas funciones en 2021.

El paso al costado de la líder más importante de Europa induce a pensar que ello desembocará, el año próximo, en una nueva elección general en Alemania.

Estos datos indican que la canciller no resultó ilesa de la presión que ejercen las nuevas fuerzas políticas europeas, cuyas demandas provocaron una crisis en los partidos de centro y se están fortaleciendo las fuerzas populistas y nacionalistas en muchos rincones del Viejo Continente. Los actuales enfrentamientos ya no responden a las nociones de izquierda o de derecha, sino al cotejo de las propuestas y valores liberales de la nueva Europa y de los que sólo abrevan en la defensa de la cultura tradicional de cada país. Va de suyo que, si bien lo ocurrido en las elecciones regionales no fue una sorpresa, los resultados dispararon una gran conmoción al constatarse un alto nivel de fragilidad en Alemania, que es una de las columnas vertebrales del Europa y de la función que esta porción del mundo venía presentando como su futuro papel en el equilibrio mundial.

Es del caso recordar que el triunfo de Merkel en las elecciones del 24 de septiembre de 2017, el que otorgó al bloque de partidos (CDU-CSU) al que pertenece el carácter de ser aún la fuerza más importante del país, esta vez no consiguiera reunir un apabullante caudal de apoyo. En adición a ello, seis millones de votantes (el 13% del comicio válido) se volcó a Alternativa para Alemania (AfD), una fuerza contraria a la inmigración y a las élites políticas, la fórmula que la transformó en la tercera fuerza electoral a solo cinco años de su nacimiento. Algunos observadores sostienen que esos números redujeron de golpe el liderazgo de Merkel y crearon la excepcional situación del país. Fue el replanteo que no sólo generó una desgastante confrontación interna, sino también la atomización de poder que paralizó la capacidad de organizar un eficiente Gobierno de coalición. Hasta el año 2008 la situación europea era políticamente excepcional y, a pesar de los graves problemas latentes, bastante exitosa. Ese estado de cosas se esfumó. Hoy el Viejo Continente está abrumado por la negociación del Brexit, el polémico nexo con los gobiernos autoritarios de Hungría y Polonia, el inmanejable populismo italiano, los arrestos de populismo austríaco, la Grecia residual y el congelamiento del proyecto de Asociación Transatlántica de comercio e inversión, a la que Donald Trump se apresuró a preservar en estado criogénico desde el momento en que llegó a la Casa Blanca. Esto generó una serie de crisis interconectadas entre sí. Veamos.

La crisis del euro. Tras el colapso de Lehman Brothers, en 2008, surgió la interpretación alemana de que el mundo estaba ante un problema exclusivamente estadounidense y que el sistema económicofinanciero europeo contaba con fortaleza para cuerpearla sin grandes medidas precautorias, lectura que cayó al primer suspiro Fue cuando los sectores inmobiliarios de España, Irlanda y Portugal demostraron una gran burbuja y Grecia colapsaba por los problemas estructurales de su economía. Recién entonces Berlín insistió en imponer medidas de austeridad en la zona del euro, hecho que replicó la crisis en el Viejo Continente e hizo que la misma se extendiera por mucho más tiempo que del otro lado del Atlántico. Una corriente de opinión sostiene que Merkel prestó mayor atención a sus intereses políticos internos, y a la situación de los bancos alemanes que eran grandes prestamistas de mercados como el griego, cuyo Gobierno se vio obligado a imponer recortes drásticos en las pensiones, en la salud y en la educación. La canciller vio los problemas de Europa como una situación exclusiva de exceso de endeudamiento y diagnosticó que el objetivo debía ser la estabilidad y las buenas finanzas públicas, pues los países con desequilibrio entrañaban al mayor peligro para la prosperidad del continente. En cambio, esas naciones con problemas tóxicos pugnaron por un reparto equitativo y global de la responsabilidad de la situación creada. Semejante tema dividió a Europa por cinco años, hasta que Alemania aceptó medidas para superar la crisis y nuevas instituciones para resolver el estancamiento y la deflación, lo que se hizo en 2012 con propuestas formuladas por Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo, pero con un pésimo resultado político, en tanto esas negociaciones menoscabaron la unidad europea.

La ofensiva rusa. Cuando en 2012 Vladimir Putin volvió a la Presidencia de su país, desplegó el objetivo de restablecer a Moscú como un centro de poder competitivo en un mundo que él consideró multipolar. Su idea fue la de convertir a su país en un actor geopolítico independiente. El eje de tal estrategia fue impulsar acciones militares externas de nuevo carácter, buscando retomar como zona propia y afín a sus intereses, algunas de las naciones países que antaño integraban la ex URSS y el Medio Oriente. Ante la crisis política en Ucrania, optó por concretar la secesión y absorción de Crimea y se prodigó en impulsar los enfrentamientos internos en el este y sur de Ucrania a través de acciones de guerra híbrida. Ante ello, Estados Unidos y la UE impusieran sanciones a Moscú, en cuya instrumentación tuvo un papel protagónico el activismo demostrado por Merkel, que se involucró de lleno en esas operaciones, no obstante el impacto que tuvieron esas medidas en las economías de Europa, así como por los riesgos que asumía al depender de las importaciones de energía rusa (del 30 al 40% del consumo total).

El descontrol migratorio, proveniente de Africa y Medio Oriente, de movimientos humanos que huían de los conflictos registrados en Siria, Irak, Afganistán y otros países africanos, estimulando la crisis de refugiados más importante desde la Segunda Guerra Mundial. En todo el Viejo Continente existieron amplias frente a tal enfoque, pero las desgarradoras imágenes de las víctimas, y la actitud de la canciller Merkel, modificaron la actitud europea, decisiones que incidieron en la necesidad de absorber enormes contingentes de refugiados y un plan de 10 puntos que incluía un código de asilo común; una distribución de cuotas de acceso de seres humanos y ayuda financiera a los países directamente involucrados en la crisis. Este programa halló el férreo antagonismo de los votantes europeos, en especial tras la imagen de los actos terroristas que tuvieron lugar en varios puntos de Europa y por la hostilidad de Gobiernos como los de Grecia, Austria y otros países de tránsito. Ese tema desató una compleja e irresuelta polémica, a la que se sumaron actores duales como Turquía.

El cuarto problema es la crisis del Brexit, que afecta profundamente la integración europea y surgió de una improvisada decisión del Gobierno de David Cameron, quien intentó a ganar un referéndum que le resultó adverso. Ese hecho puso sobre la mesa el debate colateral sobre la defensa del estilo de vida europeo ante la cultura de la inmigración y las percepciones regionales sobre las ideas islámicas y la masiva llegada de población oriunda de ex países socialistas.

La quinta situación crítica es el declinante interés de los Estados Unidos por Europa, cuyos gobernantes produjeron un drástico replanteo hacia el tradicional compromiso con sus aliados continentales en el marco de la OTAN y sostienen que es hora de que el Viejo Continente provea por sí mismo una cuota mucho mayor de los recursos destinados a sostener los gastos de su defensa regional.

Ante esta clase de hechos, y muchos otros que exigirían detallado análisis, no resulta aventurado imaginar que Merkel fue y es una figura central del presente orden internacional y un símbolo de la reciente estabilidad alemana. A esta altura es difícil saber por cuanto tiempo seguirá descollando en la escena política internacional. Sobre todo, porque en mayo de 2019 tendrán lugar las elecciones del Parlamento Europeo, y esa contienda permitirá evaluar la foto real de las nuevas fuerzas que pugnan por controlar la vida política de Europa. Lo que no se sabe, es cuales serán los cuadros humanos que accederán a estos resortes y con qué visión arribarán a la sala de operaciones.

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