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Postales del analfabetismo financiero

Hoy, negocios, empresas y sociedades

10 septiembre de 2018

Por Ezequiel Baum Economista, autor de “Ordená tu Economía” y fundador de Trainer Financiero

“Nosotras estamos justo en un momento de crecimiento y tenemos que organizarnos como empresa pero no tenemos idea, somos socias y facturamos cada una con su monotributo y nos cuesta después entender donde está la plata”.

El valiente testimonio me lo compartió una de las participantes de las charlas de finanzas para emprendedores que di esta semana en un espacio de co-working. Eran dos socias freelancers que empezaban a tener clientes y proyectos cada vez más grandes. No me sorprendió en absoluto que no supieran qué hacer para organizarse para crecer. Si en ningún lado se enseña como funciona el dinero y como administrar las finanzas personales, menos aún podemos esperar que el conocimiento necesario para armar una empresa esté accesible de forma simple. Eso es un problema porque los negocios necesitan una estructura formal.

Buena parte de los motivos por los que eso pasa es la burocracia y los costos. Crear una empresa solía ser bastante engorroso y caro hasta la llegada de las sociedades por acciones simplificadas o SAS. Este formato que existe en Colombia desde 2008 y en México desde 2015 se adoptó en Argentina en 2017. Desde septiembre de ese año, sólo en la ciudad de Buenos Aires, se crearon en promedio 400 por mes. Hace poco pasé por el proceso de crear mi propia SAS. Si bien es cierto que el trámite online de creación es casi instantáneo (se lo promociona entre otras cosas como una empresa que la creás en un día), hay algunas postas del proceso que llevan más tiempo. Sobre todo si queremos legitimar el estatuto con firma digital para evitar ir a una escribanía o a la Inspección General de Justicia. En mi caso, como me entusiasmaba aprovechar la innovación, opté por la firma digital. Eso me agregó dos tareas previas a la creación: comprar un dispositivo verificador de firma digital y sacar turno para presentarme personalmente en el Ministerio de Producción para que certifiquen mi identidad (mediante foto y firma) y puedan crear el registro de mi firma para actuar como ente certificador. Eso me agregó ocho días de demora desde el momento que decidí crear mi SAS. Igual es tiempo récord. El costo del trámite fue del 25% de dos salarios mínimos, que pude pagar con tarjeta de crédito y fueron a cuenta del aporte de capital que tengo que integrar con un plazo de hasta dos años. Este tipo de sociedad tiene además beneficios interesantes: los libros contables y de sueldos son electrónicos (aunque no es lo suficientemente simple como para prescindir de un contador) y la empresa puede crearse con un único dueño que tenga el 100% de las acciones (algo que no se puede hacer con una SA o una SRL).

Quizás el mayor problema de las SAS es que les falta más difusión y que la mayoría de los contadores con los que uno habla se muestran reacios a crearlas. Pero si, como le pasaba a las socias que participaron de mi charla, el monotributo deja de ser una opción prolija para llevar adelante un negocio o peor, queda chico y la AFIP empuja al emprendedor al mundo de los autónomos, que se pueda crear una sociedad de forma rápida, simple y barata en Argentina es una excelente noticia.

Pero ¿Para qué sirve exactamente armar una sociedad?

Por lo pronto, si hay socios, la distribución de lo que cada uno tiene de la empresa queda legalmente definida. No sólo para repartir la propiedad y las ganancias, sino también el poder de decisión sobre el rumbo del negocio. El mismo día que di la charla de finanzas para emprendedores, unas horas más tarde, di la tercera clase del taller de introducción a las inversiones, donde presento y explico qué son las acciones. Al detallar que quienes reúnan el 51% o más del porcentaje de las acciones de una empresa, tiene el control de las decisiones del negocio (siempre y cuando sean ordinarias) uno de los participantes, empresario, me preguntó qué pasa si el negocio se reparte 50/50. Supuse que la pregunta tenía que ver con su propio negocio.

“En ese caso tenés un problema si no te ponés de acuerdo en todo con tu socio”.

Las sociedades son estructuras que deberían facilitar los negocios, no complicarlos. Aunque muchas veces el Estado se ocupa de poner palos en la rueda con controles y trámites que hacen perder muchísimo tiempo, no es una gran idea sumarle una capa más de complejidad dejando de pensar algunas cuestiones elementales, como por ejemplo qué mecanismos de desempate tienen previsto los socios cuando hay desacuerdos.

Pero una sociedad no sirve solamente para dejar prolijo el tema del porcentaje de los propietarios. También sirve para protegerlos. La responsabilidad de los accionistas está limitada al capital aportado. Ese mantra que suena a toda velocidad al final de algunas publicidades en radio encierra otra de las claves que justifica la separación empresa/ socios. Lo que esa frase dice, básicamente, es que si al negocio le va mal y quiebra o por ejemplo le hacen juicio laboral, mientras

suceda dentro de una sociedad en vez de estar en cabeza de los propios socios, lo máximo que se puede perder es lo que los dueños aportaron como capital. Es decir, la plata que pusieron. No tienen que responder ni con el dinero de sus cuentas bancarias personales ni con sus autos o el departamento en el que viven (a menos que hayan cometido un delito).

Uno de mis primeros clientes era una especie de holding informal de dos socios. Aterricé en sus oficinas hace unos años con mi notebook y mis planillas de Excel para tratar de ayudarlos a organizar una maraña interminable de flujos de información financiera y dinero. La empresa era del rubro audiovisual, pero con diferentes unidades de negocio: alquiler de equipos, alquiler de depósitos, alquiler de estudio de filmación, logística (con camión propio) y hasta coproducción. Y como complemento, eran socios en un restaurante. Para agregar complejidad al asunto, todos los movimientos caían bajo el CUIT de uno de los socios bajo el régimen de autónomos. El otro socio no figuraba en ningún lado. Así que ese socio facturaba a lo largo de un año ingresos por el alquiler de un farol mezclado con una napolitana con fritas, un flete con un flan mixto y un mes de alquiler de un depósito. Las cuentas bancarias personales, el descubierto y el efectivo de las cajas estaba todo mezclado y revuelto, de donde pagaban a los proveedores de gaseosas, sueldos de mozos y combustible para el camión, usando un único criterio para administrar los fondos: el de la disponibilidad. Una de las primeras cosas que les sugerí fue justamente que separaran los negocios en sociedades. Cuando se hacen varios negocios, sobre todo con cierta informalidad, es la mejor forma de identificar cuáles son los rentables y cuáles son los negocios que les sacan recursos financieros a los que luego no tienen fondos para funcionar o crecer.

Si bien desde el Estado se lograron avances interesantes para abaratar “los costos argentinos” y se fue removiendo buena parte del tramiterío kafkiano para armar una empresa, todavía falta mucho por mejorar. Al final del día, no sólo es necesario que aumente el número de personas que aprenda como encarar un negocio de forma prolija y ordenada y aproveche esas ventajas. La condición de base es que los negocios sean rentables después de organizarlos en una sociedad y pagar impuestos.

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