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¿Llegó la primavera?

Después de la catarata de malas realidades, la gran promesa que aglutina al Gobierno es “el rumbo”: el déficit 0%

Carlos Leyba 24 septiembre de 2018

Por Carlos Leyba 

Dice el calendario que en 2018 llegó tarde. No fue el 21, aunque ese día lo festejemos, sino el 22. Por razones astronómicas. La primavera es la estación del año en que comienza el verdor luego del período gris que presenta el invierno.

El Gobierno ?y, por los recientes movimientos, también el mercado? creen que está llegando su primavera económica, tan prometida y esperada: los brotes verdes, los segundos semestres, el crecimiento que no se ve, no fueron la primavera.

Finalmente, y después de la catarata de malas realidades, la gran promesa que aglutina al Gobierno es “el rumbo”.

El timonel soportando las tormentas y las tempestades, firme mantiene el rumbo. Y esa es la gran promesa del y para el oficialismo.

Mantener el rumbo hacia el déficit fiscal primario cero. Esa es la ventaja y la novedad. Es cierto que ese déficit primario ignora la realidad del déficit financiero que, siendo básicamente de “dólares a pagar”, es el Rubicon más difícil de pasar. De eso no se habla.

Según Mauricio Macri, el navegante, ese rumbo “primario cero” es el único posible y el único necesario: salir de la ruta equivocada de los últimos setenta años en los que, según él, nos gobernó el déficit fiscal. Es la novedad: sería “el cambio”.

Hace unos días que circula el video de una comida con Mirtha Legrand en la que el candidato Macri afirmaba que para él lo más sencillo sería terminar con la inflación. Un problema tremendo que trababa el progreso, que nos hacía ser el 1% peor del planeta, y que él lo resolvería de un saque porque era absolutamente sencillo.

En ese momento ese era el rumbo. Su señora lo miraba sin ojos de admiración ni de entusiasmo. Pero el entusiasmo del candidato era notable. Contagioso.

Asumió la Presidencia, es cierto, en minoría parlamentaria y con una herencia horrible, pero lejos de reducir o controlar la inflación le pasó hasta ahora todo lo contrario. Y no porque la economía volará a causa de una demanda generosa de inversiones, consumo o exportaciones. Ninguna de las tres fuentes globales de demanda se movió como para provocar escasez generadora de inflación de demanda. No.

Por ejemplo, Macri cambió los precios relativos de una manera imprudente. La liberación del mercado cambiario estuvo unida a la baja de las retenciones, con excepción de la soja. Pero el dólar de los bienes que consumimos creció, en los primeros días de Gobierno, de una manera explosiva y se trasladó a la canasta familiar sumándole luego los discutidos ajustes tarifarios.

No hay precios a la baja en una economía, por mil razones, indexada y sin tomar las previsiones correspondientes, todo cambio en los precios relativos es suba de precios. Los días que corren han protagonizado la cotización cambiaria y su modesto pass through que, otra vez, pone la tasa de inflación por encima del 40% anual. Claramente no fue fácil. La economía de Macri es una economía inflacionaria.

El segundo objetivo ?como todos recordamos? fue que lo juzguemos en función de si había acrecentado o disminuido la pobreza. Este fue ? en la segunda etapa de objetivos ? el metro con el que quería ser medido. Y es obvio que estamos mal. La pobreza aumentó. Y seguramente aumentará.

Y no sólo por el efecto de la inflación sino por el efecto de la disminución de oportunidades de ingresos adicionales a los que, con mucho ahínco y fina sensibilidad, proveen las damas PRO: María Eugenia Vidal y Carolina Stanley.

La sensibilidad, las antenas, el tacto, la percepción son agentes de nutrición política y estas señoras tienen esos dones. Muy escasos, lamentablemente, entre los señores PRO.

Por eso haciendo política ?de la buena? son elefantes en un bazar. Y no todo es culpa de Jaime Durán Barba y su frivolidad. Hay mucho de ejecutivo ganador de bonos en esto. Como todos sabemos, la práctica del ejecutivo financiero es cobrar el bono por el dinero colocado y no es un premio asociado al dinero recuperado o cobrado. Esa lógica ?tan escandalosamente gravosa para todo el sistema financiero? es dominante en la cultura de los managers PRO: es decir, no importan las consecuencias sino el delivery.

Y esto nos lleva a recordar, por otra vía distinta a la de los fiascos en materia de inflación y pobreza, a la locura del incentivo al pedal financiero con tasas de interés estratosféricas, en pesos, mientras el ingreso de dólares, ávidos de esa renta, planchaba el dólar y, en una doble Nelson, aumentaba las importaciones y desincentivaba las exportaciones.

Eso no fue una herencia. Había macha pobreza con CFK y un proceso inflacionario innegable. Pero el pedal fue la estrategia del BCRA a lo largo de dos años. Federico Sturzeneger dejó la bomba de las Lebac de las que la semana pasada, finalmente, y con altísimo costo su sucesor parecería comenzar a desembarazarse.

A los problemas de inflación y pobreza, se le sumó, por mala praxis, el problema financiero que, cuando se cortó el festival de bonos (ya perdimos la cuenta de la numeración), hubo que acudir al FMI para que ponga los dólares de la confianza.

Justamente, el primer discurso de Macri presidente fue el de “aquí viene la confianza y como si eso fuera poco el mejor equipo de gobierno de los últimos cincuenta años”.

La confianza no llegó nunca y la expectativa de confianza se evaporó y acudir el FMI fue y es, el método que evita la ruina que significaría un nuevo default.

El “mejor equipo” fue pulverizado por el método de los despidos: Alfonso Prat Gay -por su jerarquía inicial y Carlos Melconian, por haber sido el consejero principal de Mauricio durante años?. A los dos los echó Marcos Peña de una manera jamás vista en situaciones anteriores.

Ambos, Alfonso y Melconian, protagonizaron un retorno, por ahora frustrado, que implicó el destrato, sino humillación pública, de Jorge Faurie y de Nicolás Dujovne. Nadie se merece ese destrato y si ambos permanecen sin pegar un portazo es porque la reunión del G20 ya está lanzada y porque hay que firmar el nuevo acuerdo con el FMI, que se ha convertido en la única posibilidad de seguir hasta el final.

El déficit primario cero es la justificación que encontraron para cerrar un nuevo acuerdo con más plata, y eso está muy bien y será un logro, más allá de las consecuencias sobre la economía real de la política que está llevando a cabo el Gobierno.

Las consecuencias empiezan a ponerse fangosas. La tasa de desempleo está al borde de los dos dígitos y ese es el indicador más grave de la enfermedad de una economía. No hay gobierno que no tenga como objetivo de desarrollo social colectivo lograr reducir el desempleo heredado. El incremento del desempleo y el abrir el capítulo de los dos dígitos es una señal evidente que la economía está fuera de control.

Es cierto, como negarlo, que ha habido una reacción tranquilizadora basada en las expectativas del acuerdo y de los fondos por venir.

Pero la contradicción fundamental es que, hace unos días, el diario oficialista Clarín tituló: “La economía cae 4,2%, pero los mercados se recuperan por las señales del FMI”. Es un oxímoron “las cosas están mal, pero están bien”.

Unos días antes un grupo de economistas mediáticos y consultores de la city, en el mismo diario, agobiados por la presencia dominante del escenario de estanflación, reconocieron de manera unánime lo que siempre combatieron: no hay salida para una economía en estanflación, que lleva una década de PIB por habitante constante o en disminución, sin inversiones, con mecanismos indexatorios incorporados, con niveles de pobreza extremos, con riesgos financieros evidentes por falta de dólares, con una elasticidad importadora al crecimiento insostenible, y con desempleo próximo a dos dígitos y con un gasto público que se lleva más del 40% del PIB, no hay salida -insisto, reconocieron- con la política macro de los manuales.

La concertación, el pacto social y el acuerdo, que por otra parte contabiliza experiencias exitosas en todo el mundo incluida Argentina, es el planteo insoslayable.

Pero para eso hacen falta varios elementos que hoy están ausentes o escasos. Primero la capacidad de representar (y de liderar) en todos los sectores sociales, tanto en la clase trabajadora, los desempleados, la gigantesca masa de sectores sociales desamparados. La capacidad de ruptura de esos sectores, tomados de a uno, es muy importante. La clave está en una propuesta surgida de ese desorden, que la ordene y que le dé viabilidad y sustancia negociadora.

En segundo lugar, la capacidad de representar a los sectores de la producción. Tampoco es un espacio unitario. Las voces y los intereses son absolutamente diferentes. También allí la articulación y el liderazgo deben provenir de una propuesta operativa, concreta, de compromisos.

Y finalmente el campo de la política, en el que, el oficialismo y las oposiciones tienen la necesidad de reconocerse como mediadores, en la medida en que esta situación que vivimos es la consecuencia de cuarenta años de incapacidad de la política para liderar el proceso de desarrollo. En democracia, es inevitable, la responsabilidad de los fracasos es de la política que legisla y gobierna.

En los últimos conflictos sociales, los hombres de la Iglesia, atacada sistemáticamente por el macrismo tratando de extinguirla, han sido la clave del entendimiento y del acuerdo, ejerciendo un liderazgo moral que, en los sectores más postergados, deriva de la presencia de los curas villeros y la doctrina del encuentro.

Volvamos al presente absoluto. Pudieron controlar el dólar en este último supermartes de las Lebac. Jugó a favor el trascendido del superacuerdo II con el FMI.

Pero el verdor económico tan esperado, si las cosas no se reencaminan y hay consenso (que la única vía es el acuerdo), tampoco llegará en este año calendario y difícilmente el año para el que los legisladores debatirán y votarán el Presupuesto.

La razón es que la economía y la sociedad argentinas transitan en el camino de la incertidumbre en un plano inclinado de pendiente negativa. El acuerdo es disipar la incertidumbre. La primavera llega con temperatura ascendente y sin helada tardía.

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