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¿Hay que volver a la Convertibilidad?

Imponer hoy una Convertibilidad traería solo los costos y ninguno de los beneficios de los '90

14 septiembre de 2018

Por Joel Vaisman Economista

Detrás de toda leyenda hay atisbos de realidad: si se considera que la economía argentina es pendular, que suele repetirse de forma cíclica, las últimas noticias provenientes de Estados Unidos refuerzan la idea.

La propuesta del asesor presidencial Larry Kudlow de volver a un tipo de cambio fijo con respecto al dólar volvió a disparar un debate que había quedado en el olvido entre 2003 y 2016, y que poco a poco fue volviendo a resurgir. Si bien desde el Gobierno se dejó entrever que dicha información es simplemente una opinión de quien la emitió, los mercados volvieron a reaccionar a esta noticia mostrando la volatilidad imperante en el peso, llegando nuevamente a tocar $40 por dólar. En cierta medida, los inversores de cartera siguen demostrando que están irritados frente a cualquier anuncio de muestre las vulnerabilidades de Argentina.

Independientemente si Mauricio Macri estaría analizando volver a una Caja de Conversión es importante analizar lo peligroso que puede ser, en 2018, repetir un esquema semejante.

Los contextos

La efectividad de las políticas económicas es prisionera de la Historia. Recordemos que Ley 23.928 de Convertibilidad del Austral había establecido una paridad de 10.000 australes por cada dólar. Se realizó en un contexto en el cual Argentina atravesaba una hiperinflación galopante: en mayo de 1989 la inflación mensual había sido de 78,4% y, en julio de ese mismo año, alcanzó casi el 200%. Punta contra punta, el IPC se incrementó 3.079%.

Durante el primer año del gobierno de Carlos Menem la performance fue igual de grave: 2.314%. Se generó un consenso sobre la necesidad de liquidar con un síntoma desde la raíz. El nuevo régimen de 10.000 australes por dólar, para luego transformarse en $1 = US$ 1, simbólicamente retratado mediante una imagen del ministro de Economía, Domingo Cavallo, sosteniendo ambos billetes, coincidió con una apertura de la cuenta de capital.

Las privatizaciones permitieron, por un lado, dar un mensaje “hacia los mercados” de que se reduciría el déficit fiscal y, por el otro, engrosaban las reservas del BCRA, con el objetivo de sostener la paridad cambiaria.

Lo importante: tanto el “público” (consumidor y empresas), como los “mercados”, reaccionaron favorablemente a un experimento novedoso.

El ocaso

La historia es muy reciente. El tipo de cambio no reflejaba la productividad de una economía deficitaria en su cuenta corriente, con empresas que sistemáticamente quedaban fuera de competencia. El crecimiento de la economía generó un déficit importante en la cuenta corriente de la balanza de pagos, marcando que el consumo no generaba inversiones, sino una mayor cantidad de productos importados. Los dólares tenían que ingresar mediante un superávit en la cuenta financiera: préstamos con el FMI, Banco Mundial, Club de París, bonos y demás.

En el Gobierno de Fernando de la Rúa, al problema de las importaciones, se sumó definitivamente la reversión en la tendencia a la afluencia de capitales. Los mercados descontaron que Argentina no era sustentable, y sistemáticamente comenzaron a exigirle cada vez más en cuanto a rendimiento. Los precios de los activos financieros se desplomaban, y terminó con una corrida, generándose el llamado “corralito”.

El aprendizaje

Los mercados secundarios de capitales también extraen lecciones de semejantes aventuras. Ya han visto lo rápido que el Gobierno decide pedir ayuda. Si se decidiera volver a la convertibilidad, se supone con el fuerte respaldo de EE.UU., leerían que habría un escenario de cierta estabilidad por un período de dos años (parece ser el plazo máximo de confianza hoy en día) para volver a adquirir títulos argentinos. Sin ese gran respaldo, lo más probable es que seguirían teniendo en lo inmediato una idea en su cabeza: “vender” Argentina. Una convertibilidad naciente, en medio de una situación de alta inflación, con mercados “en contra” sería el peor estallido que una economía puede tener.

Aunque el respaldo del primer mundo se diera, no hay que soñar con la llegada de grandes emprendimientos industriales. Muy prontamente, los analistas seguirían viendo que la Cuenta Corriente seguiría siendo deficitaria, que el clima de negocios no sería el deseable, dada la muy segura falta de acuerdo por parte de la población (factor que fue esencial durante la década de los '90), y que los fundamentals de las empresas, básicamente, la generación de flujos producto de sus actividades, serían muy bajas.

Factor importante: durante la primera mitad de los '90, China no había logrado aun imponer sus productos manufacturados en todo el mundo. Hoy, sin política monetaria independiente que permitiera “abaratar” los precios de las manufacturas locales a nivel internacional, las pymes serían literalmente arrasadas por la competencia internacional.

Esto, los mercados, lo saben.

BCRA, más fuerte

Un país que tiene 2.780.400 km2 de superficie, 11.968 km de frontera, 4.989 km de costa, y que tiene una gran tradición industrial, pese a que ésta ha quedado desorganizada y en ciertas ocasiones obsoleta, no puede renunciar a tener un entramado productivo propio, y a un instrumento de política monetaria.

El BCRA ha demostrado que, tras haber roto el esquema de metas de inflación y terminar con las absurdas subastas, al intervenir fuerte en los mercados de divisas, puede brindar señales de fortaleza. Dejar entrever, de la misma forma que se anunció el retorno al FMI en su momento, un atisbo de intento de volver a un tipo de cambio fijo solo volvería a provocar aun más a los ya sensibles mercados a terminar de ver a nuestra economía como una zona de especulación libre.

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