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Las últimas novedades del Nafta y del relato Trump

Trump sigue empeñado en demostrar que los setenta años de liderazgo estadounidense en la política comercia fueron un simple “desastre”

28 agosto de 2018

Por Jorge Riaboi Diplomático y periodista

Veinte meses después de llegar a la Oficina Oval, Donald Trump sigue empeñado en demostrar que los setenta años de liderazgo estadounidense en materia de política comercial, y sobre todo la vigencia de ciertos acuerdos de librecomercio suscriptos por su país fueron un simple “desastre”. Si bien él sólo patrocina lo que sería el golpe de gracia de esta popular tontería, llevó a la cúspide la senda proteccionista que lanzara con timidez Bill Clinton y nunca fue revertida por los que lo sucedieron en el cargo. La actual especialidad del jefe de la Casa Blanca son las guerras comerciales y su extraña convicción de que es el monarca de los negociadores, opinión que no solemos compartir los activistas de esta complejísima profesión, ya que nuestro amor propio, en vista de quien dice estar en la cima, anda por el piso.

Ello no supone restarle méritos al mandatario elegido por la democracia norteña, quien comenzó encareciendo la importación de productos específicos, como lavarropas y placas fotovoltaicas, para luego generalizar las hostilidades de Washington con sus socios del Nafta (México y Canadá); los 28 miembros de la Unión Europea (UE) y un sinfín de aliados o competidores del calibre de Japón, Turquía, China, India, Rusia, en alguna medida Australia, y Corea del Sur, una lista sólo ilustrativa de los afectados por este accionar.

La mayoría de los observadores cree que no será fácil arreglar semejante tarea depredadora, a cuyas consecuencias económicas ya nos referimos. Pero vale la pena volver sobre el pronóstico y sobre las reflexiones que, a fines de julio, describió la Comisionada de Comercio de la Unión Europea (UE), Cecilia Malmström, lo que se hará sintéticamente, en la última parte de este comentario.

La noticia del día es que parece confirmarse el clima de arreglo con México, lo que huele a verdad audaz, ya que existen costuras sueltas que no son verdurita.

El 31 de agosto vence el plazo mágico y legal para presentar una versión revisada y oficializada del Nafta bilateral que sólo vienen negociando Estados Unidos y México, por cuanto ello haría posible que la modernización sea suscripta con el mandatario saliente, Enrique Peña Nieto. En el Congreso de Estados Unidos se afirma que esto no es cierto, ya que la Ley de Promoción del Comercio (fasttrack) permite dar luz verde a un acuerdo de características y presencia trilateral en el que participen todos los socios del Nafta, o sea con Canadá a bordo, y no bilateral como el que está recibiendo los toques finales. Tanto el presidente mexicano que termina su mandato, como el electo (Andrés Manuel López Obrador o AMLO), creen necesario que el acuerdo sea trilateral. Canadá también y Estados Unidos no dice que no.

Por otro lado, cuando las cosas ya lucían encaminadas, cobraron más fuerza cuatro asuntos que todavía no están o no parecen estar totalmente resueltos: a) la cláusula de posible terminación automática que propone Washington para el nuevo Nafta a los cinco años (sunset clause), tema al que hice referencia en anteriores columnas (este es un enfoque que guarda paralelismo con las normas que aprobó Washington para ratificar su condición de miembro de la OMC en 1995, el que está vigente y plantea un problema independiente del vinculado con el nuevo Nafta); hoy se habla de una versión light de la regla, cuyo texto se apartaría del tono muscular impuesto al resto del Nafta 2.0; b) un mecanismo de solución de diferencias contra la expropiación de inversiones en el sector del petróleo y gas (que Jesús Seade, el negociador de AMLO en este especial proyecto, rechaza a medias, lo que explica, exclusivamente, como una necesidad política del gobierno entrante para auditar hechos ilegales o anormales en los que pueda haber incurrido la gestión del gobierno saliente, no con la finalidad de anular acuerdos o contratos sin mácula, ni menos para orientar sus acciones al campo de la inseguridad jurídica); c) la incorporación de Canadá a estos arreglos y la necesidad de resolver sus problemas pendientes, una condición que demanda tanto el Congreso de Estados Unidos como la parte mexicana, lo que días atrás no parecía un trámite sencillo debido a que el jefe de la Casa Blanca se la quiso poner difícil al primer ministro Justín Trudeau y d) el acuerdo sobre las reglas de origen del sector automotriz, un paquete que se las trae.

Sobre el último de esos puntos, el arreglo no difiere de lo explicado en mis notas anteriores acerca de la modernización del Nafta, con una sugestiva variante. Esta se refiere a dos condiciones; a) las cláusulas de origen concebidas para acceder a los aranceles aplicables al comercio regional de vehículos terminados del 2,5 por ciento, sólo estaría disponible para las operaciones que hagan las firmas automotrices que ya tengan planta industrial en territorio del Nafta; y b) las que no cumplan el anterior requisito quedarían sujetas a un arancel mayor (especulativamente del 10 al 25%) y expuestas a la Sección 232 de la Ley de Comercio de 1962 (al punto que se refiere a Seguridad Nacional), una norma que la mayoría de los legisladores quiere reformar para sacarle discrecionalidad al uso que efectúa Donald Trump. Ese trato diferenciado plantea dudas legales, las que únicamente podrán aclararse con los textos finales de presentación del tema, ya que a simple vista podrían violar el “trato nacional” tal como se concibe en el Acuerdo Trims y sus efectos en un acuerdo de integración, cuyas reglas fueron negociadas durante la Ronda Uruguay a pedido de los países desarrollados, entonces capitaneados por Estados Unidos. Es probable que la Unión Europea y ciertos países del Asia no salgan a festejar esta innovación, la que a priori tiene el beneplácito de las tres hermanas (Ford, General Motors y Fiat-Chrysler), pero no la de todas las firmas del ramo.

Este debate repone la actualidad de la nota que escribiera Malmström para el Financial Times, la que circuló pocas horas después de la reunión que sostuvieron (el 25/7/2018) el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker (su jefe) y Trump.

Los puntos salientes de su comentario, el que está muy bien estructurado, son los siguientes: I)el orden establecido para el comercio internacional está pasando por su crisis más profunda; algunos quieren desandar la conexión que sirvió para administrar y orientar 70 años de exitoso crecimiento; II) los hechos no se pueden remover, cualquiera sea el poder de determinada Nación; incursionar por la senda de las guerras comerciales equivale a impulsar acciones depredadoras de los Estados; el saldo es mayor intervención y manipulación oficial, lo que reduce la oportunidad de crecimiento e iniciativa; a) aquí entra el papel de la OMC sobre la base de dos opciones: a) volver el reloj atrás olvidando los progresos acumulados a lo largo de esas siete décadas y dejarlo sintonizado en el momento en que no existía esa Organización y el comercio no era previsible ni justo; o b) enfrentar los actuales problemas y resolverlos; III) el comercio enfrenta hoy muchos problemas, entre los que se destaca el hecho de que las aprobación de nuevas reglas de intercambio camina con mucha mayor lentitud que el avance económico y tecnológico, está deliberadamente bloqueada la eficiencia del sistema de solución de diferencias de la OMC (lo que obviamente alude a Washington) y existe poca transparencia acerca de las reglas comerciales que aplican ciertos países, lo que en la OMC supone un acto ilegal (acotación nuestra); el resto de la alusión de Malsmtröm está básicamente dirigida a las proezas chinas, sobre las que pesan muchas acusaciones largamente probadas, y IV) al llegar a este otro punto se proponen varias acciones: a) desbloquear y reformar el funcionamiento del sistema de solución de diferencias de la Organización; b) desarrollar y modernizar las medidas que impiden la sana competencia, impidiendo por igual las acciones cuestionables de intervención estatal (China) y las acciones unilaterales (Estados Unidos); c) eliminar las barreras que obstaculizan la inversión, los servicios, el comercio digital y las que fuerzan la transferencia no deseada de tecnología (China), y d) encontrar el modo de que las decisiones y los procesos de negociación sean más ágiles y mejores, evitando los constantes bloqueos al sistema, motorizados por pequeños grupos de naciones que persiguen intereses subalternos.

En Ginebra nadie ignora a quienes fueron dirigidos cada uno de estos mensajes. Sería deseable que ello también rebote en Washington y Pekín, ya que Cecilia no digiere bien la indiferencia machista-leninista.

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