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Las derivaciones políticas de la actual crisis turca

La tensión entre Trump y Erdogan no es nueva

Atilio Molteni 22 agosto de 2018

Por Atilio Molteni Embajador

Turquía y Estados Unidos mantienen relaciones estratégicas y bilaterales muy significativas desde luego de la Segunda Guerra Mundial. Algunos de esos vínculos son imputables al escenario regional y otros son una derivación de los crecientes rasgos autoritarios del actual Gobierno turco, cuyas autoridades dejaron muy atrás la configuración secular y prooccidental que trazara el general Mustafa Kemal Atartük después de la caída del Imperio Otomano, a principios del Siglo XX. Esa multiplicidad de causas estuvieron presentes en una agitada realidad política y en el brote de inestabilidad económica que se registrara días atrás.

Lo cierto es que el pasado 10 de agosto la lira turca, que ya estaba en declinación, perdió en un día más del 16% de su valor respecto del dólar estadounidense, lo que dio lugar a que el presidente Recep Tayyip Erdogan responsabilizara a Washington por desatar una guerra comercial sin tener en cuenta los efectos y defectos de su propia política económica.

Esa tensión no es nueva. Estuvo presente cuando Erdogan se reunió en Bruselas cara a cara con Donald Trump, en el marco de la conferencia de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) realizada el pasado julio, cuando trataron la situación del pastor evangélico Andrew Brunson de Carolina del Norte, preso desde 2016 en cárceles turcas, acusado de tener vínculos con el frustrado golpe que se registrara en esa nación durante dicho año. Esto interesa especialmente al Jefe de la Casa Blanca, quien adjudica gran valor al respaldo político de los evangelistas en las próximas elecciones legislativas que se realizarán en noviembre.

La solución del aludido conflicto, el que para algunos observadores se prestaba a dudas y tenía la apariencia de haber sido una operación armada por el Gobierno de Ankara, se unió a otros elementos o conjeturas que dieron toda la impresión de algo montado para armar una especie de moneda de cambio o favor político para lograr que Washington brinde ciertas ayudas al gobierno en crisis. La idea que flotaba entre los analistas políticos era que el Gobierno turco deseaba cambiar la libertad de Brunson por un paquete de asistencia económica de Estados Unidos. Y a pesar de la intervención personal del presidente Trump, que habría tenido la impresión de que había llegado a un acuerdo con Erdogan, el proyecto de trueque no prosperó.

Ante ese hecho, el habitante de la Oficina Oval y autor de “El arte de la negociación” se sacó los guantes y exhibió otra clase de artillería táctica. A principios de agosto dispuso que los ministros del Interior y Justicia de Turquía ingresen a la lista de personas inelegibles para tener relaciones económicas y financieras en Estados Unidos y, el 10 de agosto anunció, con un tuit, la duplicación de las tarifas de importación del aluminio turco al 20% y del acero al 50%, apelando a la muy polémica Sección 232 de la Ley de Comercio de 1962, que le otorga al Presidente la facultad de adoptar esa clase medidas en casos que puedan afectar la seguridad nacional. También decidió que se suspenda la transferencia a Turquía de 100 aviones F-35 con entrega prevista en los próximos años, aun cuando parte de sus componentes son fabricados por empresas turcas.

No conforme con ello, el Jefe de la Casa Blanca hizo trascender que otras acciones estaban en camino si Erdogan no dejaba en libertad a Brunson, lo que fue reiterado el 16 de agosto por el secretario del Tesoro, Steven Mnuchin.

Estas señales contribuyeron a oscurecer todavía más los problemas de la economía turca (que está entre las primeras veinte a escala mundial), ya que ésta exhibe uno de sus clásicos déficit de cuenta corriente de la balanza de pagos, una deuda externa que alcanza al 50% del PIB, una inflación 16% de inflación anual (en esas regiones se considera un índice muy preocupante) y un clima de gran escepticismo entre los inversores. Además, la gestión de Erdogan es muy criticada por la falta de políticas responsables, su tendencia hacia el populismo y al nacionalismo extremo, factores que ponen en tela de juicio el sistema de libertades individuales existentes en el país. Las señales de crisis afectan a los bancos europeos con grandes inversiones en Turquía y se extendió a otras economías emergentes como la Argentina. Al redactarse esta columna, el gobierno de Ankara se proponía efectuar un programa de ajuste económico independiente, sin acudir al FMI.

Ese mismo día el presidente Erdogan hizo conocer su opinión en una dura op-ed publicada por The New York Times, en la que expresó que las acciones unilaterales de los Estados Unidos afectan sus propios intereses y obligan a Turquía a buscar otros amigos y aliados (lo que puso en práctica de inmediato al dialogar con el presidente Vladimir Putin). Tampoco se privó de mencionar el caso de Fethullah Gulen, un clérigo islámico radicado desde hace años en Pensilvania, cuya extradición demanda su gobierno para que pueda ser juzgado por la supuesta participación en el golpe de Estado antes aludido. Al respecto señaló la falta de apoyo de Washington a la democracia de su país y a su asociación en Siria con los kurdos del PYD-YPG, a los que Ankara identifica como un brazo terrorista del PKK turco. Subrayó que su Gobierno no absorberá en forma pasiva las amenazas de sanciones y se propone responder de la misma manera, lo que llevó adelante el 15 de agosto elevando las tarifas aduaneras de una serie de productos importados desde los Estados Unidos.

Al ponderar estos hechos, es preciso recordar que algunas declaraciones y gestos turcos contribuyeron a estimular los problemas que hoy tiene con Washington. Uno de esos hechos fue la negociación bilateral con Rusia acerca de la situación en Siria, ciertos proyectos energéticos y la compra-venta de armas, un paquete que incluye un sistema muy sofisticado de defensa antiaérea S-400.

Washington incluye en la lista de suspicacias el aumento de sus relaciones con China y con Qatar (país que acaba de ofrecerle a Turquía US$ 15.000 millones de ayuda financiera). Tampoco olvida que Erdogan cuestionó el reconocimiento estadounidense de Jerusalén como capital de Israel y el traslado de su Embajada a esa ciudad, así como su retiro del acuerdo nuclear con Irán, motivo por el que no piensa cumplir el restablecimiento de sanciones impuesto por Washington.

Paralelamente, las relaciones de Ankara con la UE tampoco pasan por su mejor momento. Lo único que impide un mayor agravamiento es la expectativa europea de que Turquía cumpla con sus compromisos de detener el flujo de refugiados sirios (hay más de tres millones en su territorio) y de otros afectados por la crisis regional.

El otro elemento de este rompecabezas es que la influencia de Estados Unidos en Medio Oriente está declinando y existe una nueva situación geopolítica. Esta se caracteriza por la competencia de Washington con Moscú y Pekín, motivo por el que el enfrentamiento con Turquía adquiere elevada sensibilidad, ya que la antedicha gravitación regional y el esfuerzo militar estadounidense pasan por su territorio. Esto último se corporiza, por ejemplo, en la estratégica base aérea de Incirlik, que tiene gran capacidad operativa, incluye la presencia de armas nucleares y permite usar los aviones que enfrentan al Estado Islámico. Por otro lado, cierto entendimiento con Turquía es también indispensable para la búsqueda de una solución de la crisis siria, dar mayores posibilidades a una negociación entre israelíes y palestinos y preservar el estatus quo en el Mediterráneo Oriental.

La otra pieza crítica es la economía turca. Washington no es indiferente a los efectos globales de su inestabilidad sobre otras economías emergentes. Por ello no es descartable una solución pragmática que satisfaga las gigantescas susceptibilidades del mandatario estadounidense y su colega turco.

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