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La pesada mochila que Argentina nunca se pudo sacar de encima

La indisciplina fiscal ha sido la norma en la Historia Argentina, y quizás su mayor problema macroeconómico

31 agosto de 2018

Por Sebastián Senlle Economista

La indisciplina fiscal ha sido mucho más la norma que la excepción en la Historia Argentina, dándole al déficit en las cuentas públicas un carácter crónico que lo ha convertido en una pesada mochila que traba el crecimiento, aumenta la inestabilidad y da lugar a recurrentes crisis fiscales, que a su vez desembocan en crisis de deuda (habiendo incurrido en ocho casos de default o reestructuraciones), cambiarias o externas.

Cifras del Ministerio de Hacienda arrojan que, desde 1961 hasta 2017, el 80% de los años exhibieron resultados financieros deficitarios en el sector público. Desde el Instituto Interdisciplinario de Economía Política (IIEP), la investigadora Victoria Giarrizo calcula que entre 1900 y 2017, sólo diez años presentaron equilibrio fiscal.

A partir de 2004, las cuentas públicas mostraron un progresivo deterioro desde el 3,4% de superávit primario sobre PIB hasta perder el saldo positivo en 2010, marcando en 2015 el peor resultado fiscal primario desde 1975, con un déficit de 5,4% (y de 6,7% al considerar el resultado financiero). La corrección, desde entonces, ha sido muy leve al mirar el déficit financiero (que alcanzó el 6,1% en 2017), aunque más significativa al enfocar el resultado primario, que arrojó un déficit de 3,9% el año pasado.

En los últimos quince años, el déficit fiscal ha venido acompañado de un gasto público consolidado creciente, que recién comenzó muy tímidamente a descender a partir de 2016. Estadísticas oficiales de Hacienda calculan que el gasto público consolidado trepó del 26% del PIB en 2004 a un techo del 47% en 2015, de lo cual el 65% resultaba explicado por el gasto social, una de las partidas más rígidas y sensibles, dificultando cualquier intento de normalización.

La presión tributaria impuesta para sostener esta estructura se fue convirtiendo en un severo condicionante para las firmas locales, dañando su competitividad, rentabilidad y posibilidades de expansión (máxime en un país con un mer

cado financiero chico y donde, por tanto, los proyectos de inversión de las firmas suelen financiarse en buena medida con su propio cash-flow). De acuerdo a los indicadores del Banco Mundial, Argentina ocupa el peor lugar (137) en el ranking de tasa impositiva total, con las obligaciones tributarias representando un 106% de los beneficios de las empresas, contra un promedio de 46,2% en la región y 40,5% a nivel global. El desempeño argentino en materia educativa, sanitaria e infraestructura exhibe que el elevado gasto público no retorna por otras vías en mejoras de competitividad para las firmas ni en servicios de calidad para el contribuyente.

La persistencia de niveles de déficit fiscal elevados ha tenido su correlato en varias crisis de deuda, dándole un carácter inestable a su historia económica. Argentina registra ocho casos de default o reestructuraciones de deuda externa y ostenta el triste récord de haber incurrido en 2001 en la mayor cesación de pagos de la Historia.

Además, dada su frecuente financiación recurriendo a la emisión monetaria, la situación fiscal ha vuelto a la inflación en fenómeno crónico, que lleva a los agentes a desarrollar permanentemente estrategias de cobertura. En 2017, la inflación argentina, de acuerdo al FMI, se ubicó en el séptimo escalón global (al alcanzar el 25%, multiplicó por 6 la media de los países emergentes, que fue de 4%) y las proyecciones para este año (cada vez más en la zona de 40%) podrían trasladarnos al cuarto casillero.

Recurrir al BCRA como método reiterado de financiación del déficit produjo daños graves en su solidez, en su credibilidad y en su capacidad para hacer política monetaria y defender el valor de la moneda. En su balance a diciembre de 2015, los préstamos al Tesoro (adelantos transitorios y Letras Intransferibles) eran 260% más altos que el valor en pesos de las reservas internacionales y representaban el 66% del activo del BCRA (descendiendo al aún elevado 53% en el balance de 2017).

Los desequilibrios fiscales suelen repercutir también en la salud de las cuentas externas. La financiación del déficit público en el mercado doméstico resulta una tarea muy difícil, no sólo porque una porción de las obligaciones está expresada en moneda dura sino también porque, si se prescinde de la emisión monetaria, el tamaño significativamente chico del mercado financiero local y la baja masa de ahorro allí disponible le imposibilitan cubrir las necesidades fiscales.

Por eso es que, durante la Historia, los gobiernos han debido recurrir a la deuda externa para “cerrar las cuentas”. Modelos económicos simples (como el llamado “modelo de las tres brechas”) lo explican en términos de una identidad contable, donde se definen tres sectores (público, privado y externo). La suma del ahorro neto de inversión de los tres sectores debe ser cero, de forma tal que un déficit en el sector residente (público más privado) deberá ser compensado por “el resto del mundo”. El déficit en cuenta corriente, así visto, es el exceso de gasto de residentes locales por sobre su ingreso.

En un escenario con un sector público crecientemente deficitario desde 2010, y con el sector privado, en cambio, mostrando (leves) tasas de ahorro positivas en la mayor parte del período, las culpas parecen recaer mucho más sobre el consumo público que sobre el privado.

En un informe publicado en mayo, el Instituto para el Desarrollo Social Argentino (IDESA) explica en términos sencillos el mecanismo que lleva de la indisciplina fiscal al desequilibrio externo: “Cuando el Estado gasta en exceso y se endeuda en el exterior, trae una abundancia ficticia de dólares que induce al desequilibrio de las exportaciones respecto a las importaciones, potencia el turismo emisivo y propulsa el envío de regalías al exterior”. El estudio concluye que “el déficit externo no se corrige con proteccionismo sino evitando el excesivo endeudamiento externo por el alto déficit fiscal”, agregando que “por eso, para reducir el desequilibrio externo hay que reducir el déficit fiscal”. El consultor Federico Muñoz coincidió, en una entrevista reciente, con el diagnóstico: “El imparable aumento del déficit fiscal de los últimos años terminó siendo factor explicativo crítico del aumento de las necesidades de financiamiento externo: o, si se prefiere, el déficit externo es 'hijo' antes que 'gemelo' del déficit fiscal”.

Muchos economistas coinciden en que la corrección fiscal es una de las condiciones necesarias para encarar procesos de crecimiento saludables. “Es clave tener las cuentas fiscales ordenadas, como hizo Chile, por ejemplo. Más aun, creo que una vez que se alcance el equilibrio primario hay que ir a una regla fiscal con déficit contracíclico”, explica Sebastián Galiani, ex secretario de Política Económica, en diálogo con El Economista. “Siempre pensé que esto es lo más importante que hay que hacer en Argentina, dada su historia fiscal”, señala Galiani aunque advierte que “cuando te dejan un déficit consolidado de aproximadamente 7 puntos del PIB, necesitas algunos años para hacerlo”.

La tormenta cambiaria iniciada en abril ha puesto en tela de juicio la estrategia gradualista y obliga a acelerar los plazos de la corrección fiscal ante el cierre del financiamiento externo. El propio Presidente reconoció la cronicidad del déficit como un problema urgente, al señalar en declaraciones recientes la necesidad de equilibrar el saldo, algo que “Argentina no logra hacer hace más de setenta años”. ¿Podremos, de una vez, sacarnos esta mochila de la espalda?

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