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Trump, la guerra y una tendencia de fondo

El panorama mundial es el más acalorado de los últimos setenta años, las cartas están sobre la mesa y el resultado es incierto

30 julio de 2018

Por Guido Lapajufker Economista

Los ríos de tinta derramados sobre la guerra comercial y las medidas arancelarias tomadas por las principales economías del mundo llevan a que prácticamente nada de lo que se diga sea original. Los periódicos de todo el mundo llenan sus páginas con versiones sumamente contradictorias entre sí, dejándose llevar por el acontecimiento del día anterior sin detenerse en analizar las tendencias que operan de fondo y las causas que las motorizan. Por citar un caso, la reunión del miércoles pasado entre Donald Trump y Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, fue leído por casi la totalidad de los medios nacionales como el fin de la guerra comercial. Es un error grosero, que ilustra contundentemente el impresionismo antes señalado.

Por un lado, porque no se acordó nada en concreto y hasta ahora todo quedó en el plano de las intenciones. Es cierto que el tono de las declaraciones del presidente de Estados Unidos fue el menos agresivo del último tiempo, lo que muestra que la CE cedió ante algunas de sus presiones, igual que hizo la semana anterior la OTAN. Por el otro, existe una confusión en pensar a la guerra comercial y el enfrentamiento entre las potencias solamente a partir de si se imponen o no aranceles, cuando estos son apenas una manifestación de un proceso de mucho más largo alcance .

“Intercambio justo” Valiéndose de la muy desmejorada economía estaodunidense, Trump utilizó una demagogia nacionalista y populista para atacar problemas realmente existentes: entre otros, el inmenso déficit comercial (particularmente con China), la desindustrialización notoria -especialmente en la zona centro del país-, la pauperización de las condiciones de vida de los sectores populares.

La política económica que lleva adelante Estados Unidos está plagada de contradicciones y desequilibrios, que ha profundizado una grieta dentro de su burguesía. La crisis en torno a la política monetaria es ineludible: mientras el Gobierno pretende un abaratamiento del dólar respecto de sus monedas rivales para tener una ventaja en lo comercial, la Reserva Federal está decidida a una “normalización” de su política, subiendo la tasa de interés y terminando con los planes expansivos de la última década. El Presidente ha puesto el grito en el cielo sobre este asunto señalando que “no me gusta todo este trabajo que estamos poniendo en la economía para luego ver que las tasas suben y eso la enfría”. Agregó: “No me genera entusiasmo“.

Lo del Gobierno de Estados Unidos puede definirse como un proteccionismo ofensivo. Opera igual que quien en un juego de póquer prefiere asustar al adversario y que se vaya del juego frente a un “all-in”, pero sin llegar a mostrar las cartas. Trump se muestra definido a ir a fondo, aumentando la apuesta con pequeñas acciones que, como en el caso de los aranceles a Europa, pueden ser rápidamente revertidas siempre y cuando haya grandes concesiones a la primera potencia mundial. Esa sería la justicia comercial del presidente republicano.

America First

La consigna electoral del magnate era mucho más que marketing. Trump tiene la política de terminar con una impostura que sus antecesores alimentaron: desde el principio planteó que la globalización no había producido una alianza mundial de la producción sin fronteras, que no había eliminado la competencia entre estados históricamente rivales, sino que la acrecentaba. El remolino Trump, con su estilo pedante y verborrágico, ha puesto de manifiesto la implosión de todo el armado institucional de la posguerra. Las tendencias disolutorias dentro de la Unión Europea son la expresión más acabada de este fenómeno.

Europa y particularmente Alemania son atacadas por una supuesta subvaluación del euro, lo que le otorgaría ventajas que explicarían su superávit comercial. Los aranceles que están siendo revisados tienen como contrapartida la compra de gas licuado por parte de Alemania a Estados Unidos que sustituiría a Rusia en este insumo estratégico. La visita de Trump a Europa y su polémica reunión con Vladimir Putin empiezan a dar resultados, aunque difícilmente Rusia se queda de brazos cruzados frente a semejante atropello.

Finalmente, China, la palabra más usada por el presidente norteamericano en toda su campaña. Al respecto tiene una enorme pelea al interior de la burguesía nativa. Por un lado, los que apoyan su política de tender al equilibrio del balance comercial, reduciendo importaciones e impidiendo un mayor desarrollo de los asiáticos. Por el otro, los que se oponen a su política, convocándolos a atender el balance de pagos, en el que Estados Unidos tiene una diferencia muy considerable a su favor respecto de China, explicada fundamentalmente por los dividendos que las empresas norteamericanas envían a sus casas matrices. El plan de Trump de avanzar en una reducción de ese déficit comercial ataca directamente los intereses de una parte de su propia base social, o de la clase social a la que él representa como presidente.

Por ahora, comercial La política de enfrentamiento con el resto de las naciones que pretendían ser aliadas y se han probado rivales no es gratuita. La escalada de guerra comercial y guerra monetaria de devaluaciones competitivas han sido, históricamente, la antesala a las mayores contiendas bélicas.

A pesar de que todavía no ha habido manifestaciones en este sentido, la Unión Europea desfinancia la OTAN en favor de un ejército propio y Estados Unidos promueve su disolución. Por otra parte, un ascenso productivo Chino pondría en jaque la política norteamericana que compite por la colonización de ese potencial mercado tanto de consumo real como financiero.

El panorama mundial es el más acalorado de los últimos setenta años, las cartas están sobre la mesa y el resultado es incierto.

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