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Sobre los ciclos cambiarios (parte II)

En la nota anterior comentábamos sobre los vaivenes cambiarios recurrentes y hoy nos ocuparemos de las alternativas disponibles para los policy-makers

04 julio de 2018

Por Pablo Mira Docente e investigador de la UBA

En la nota anterior comentábamos sobre algunos posibles mecanismos detrás del ciclo cambiario, ese vaivén bianual caracterizado por apreciaciones que provocan mayor actividad, y por posteriores depreciaciones que traen consigo recesión, inflación y desgaste de expectativas. También señalábamos que la expansión ocasional es transitoria, y que de poco vale intentar mantener indefinidamente el dólar barato, pues esta situación estimula la demanda de divisas y, tarde o temprano, obliga a una devaluación mucho más brusca, con consecuencias seguramente peores. Queda entonces evaluar cuales son las alternativas disponibles en estas circunstancias.

Las soluciones retóricas son bien conocidas. Fáciles de identificar, se trata de explicaciones que eluden referirse a las necesarias transiciones, al obligado paso del tiempo para llegar a buen puerto, y al esfuerzo que requieren para su éxito. Es obvio que si el país produjera mágicamente varios de los bienes que importa, los requerimientos de divisas cederían de inmediato. Lo mismo si, de un día para el otro, la gente modificara su psicología y comenzara a adorar el peso. Y sin dudas, aumentar las exportaciones de manera duradera también resuelve todos estos problemas. Estas estrategias tienen en común su carácter de fines que no explican suficientemente los medios. Y son difíciles de alcanzar porque requieren de años, quizás de décadas, de voluntad transformadora.

Varios analistas han sugerido que un atajo posible es mantener un tipo de cambio suficientemente devaluado (competitivo) y estable. Las ventajas respecto del ciclo cambiario de esta estrategia son evidentes: con un tipo de cambio menos fluctuante, y más elevado, la percepción de que ocurrirán devaluaciones traumáticas es mucho menor, lo que aminora la necesidad de ahorrar en divisas, limitando así la conformación de un círculo vicioso de devaluación y fuga.

Pero esta iniciativa omite un dato fundamental, que es cómo alcanzar esa quimera de tipo de cambio alto y más o menos constante. Una condición necesaria para lograrla es reduciendo la inflación. Los agentes utilizan el dólar como moneda de ahorros y como referencia para ajustar los precios en un entorno inestable, pero sin inflación esta estrategia termina por no ser demasiado efectiva. Si bien la estabilización lleva tiempo, no es imposible de lograr con políticas sistemáticas de coordinación con el sector privado. Esta condición, sin embargo, puede no ser suficiente, como demostraron los ciclos stop-go que caracterizaron a la economía argentina hace cincuenta años, cuando la “psicología” del dólar

estaba bastante más controlada.

Y existe una preocupación adicional, que es la economía política de los ciclos cambiarios. ¿Tienen incentivos los gobiernos a llevar a cabo políticas para suprimirlos, o tienden a aprovecharse de él?

El economista Arslan Razmi publicó recientemente un artículo muy interesante en el que analiza este punto, de naturaleza política. Razmi compara la estrategia cambiaria de los países asiáticos, que se desarrollaron muy rápidamente, con la de América Latina, caracterizada por infinidad de episodios traumáticos. Su hipótesis es que desde los años '60, mientras que los primeros lograron sostener un tipo de cambio devaluado (y estable), nuestro continente insistió en complicarse una y otra vez con ciclos cambiarios. Y digo “insistió” porque, según Razmi, parte de la razón por la cual estos países caían una y otra vez en estos dilemas con el dólar tuvieron un componente de oportunismo político. En la tercera y última entrega sobre los ciclos cambiarios, exploramos cuáles son las principales diferencias estructurales y políticas que distinguen la experiencia asiática de la que caracterizó la volátil y poco efectiva estrategia seguida por Argentina y sus vecinos.

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