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La guerra comercial todavía no comenzó

El sesgo proteccionista y agresivo del gobierno de Trump no va a cambiar y se intensificará en 2019

Héctor Rubini 30 julio de 2018

Por Héctor Rubini Instituto de Investigación de la Facultad de Cs. Económicas y Empresariales de la USAL

El miércoles pasado, el presidente de EE.UU., Donald Trump y el titular de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, anunciaron el inicio de negociaciones por 120 días para revisar los aranceles al acero y el aluminio aplicados por EE.UU. y las represalias de la Unión Europea.

Los aranceles estadounidenses recaen sobre importaciones desde la Unión Europea por U$S 7.500 millones mientras que los europeos impactan sobre bienes estadounidenses por U$S 3.300 millones, básicamente productos manufacturados relevantes para la economía de varios estados potencialmente decisivos para las elecciones legislativas del próximo 6 de noviembre.

Las posibilidades de un acuerdo son frágiles. Durante estos 120 días, EE.UU. no aplicará el arancel de 25% a la importación de autos con el que amenaza Trump desde mayo, y Europa seguiría comprando soja estadounidense. Pero el propio Trump manifestó el miércoles que “mientras trabajamos en esto no iremos contra el espíritu de este acuerdo a menos que una de las partes termine con la negociación”.

Jugando al límite, Trump sigue su táctica de golpear primero y negociar después de que el rival reaccione. Por ahora no le va mal: el salto del crecimiento interanual del PIB a 4,1% del segundo semestre es una gran noticia con miras a las elecciones legislativas y a profundizar su agresiva política comercial.

Pero todo tiene sus costos. Ante las represalias de China, Trump debió autorizar el lunes pasado un subsidio de U$S 12.000 a los agricultores perjudicados por la potencial caída en las exportaciones de soja a dicho país mientras que Pekín mantiene la misma actitud: si EE.UU. negocia, se sienta a la mesa de negociaciones. y si EE.UU. aplica medidas agresivas, responde con el mismo tipo de agresión. Si la variedad de posiciones a ser gravada por EE.UU. con nuevos aranceles es mayor a la de los bienes importados por China, Pekín responderá con restricciones no arancelarias, o con otra medida fuera del tablero comercial. Algún misil “accidental” de Corea del Norte siempre está al alcance de la mano, máxime después de los acuerdos de Singapur, que no serían suficientes para que Washington mantenga totalmente apaciguado al líder norcoreano.

Mientras tanto, y bajo la influencia y letra de Peter Navarro, Wilbur Ross y Robert Lightizer, Trump cree que las barreras al comercio son el arma más efectiva para forzar al resto del mundo a negociar acuerdos comerciales más favorables para EE.UU. Su “enemigo público” es la República Popular China, y asumiendo la supuesta priorización de la seguridad nacional, no está dispuesto a cambiar de enfoque. Algo que de novedoso no tiene nada.

Como lo ha explicado el año pasado en un libro de lectura más que necesaria (Clashing over Commerce: A History of US Trade Policy), el economista Douglas A. Irwin muestra que la política de Trump se ajusta a la vieja tradición proteccionista del Partido Republicano. Tanto en el Siglo XIX, como en la primera mitad del Siglo XX, tanto demócratas como republicanos debatieron y ajustaron su política comercial a los lobbies sectoriales y regionales. Pero, tradicionalmente, los demócratas han sido los que han defendido y adoptado políticas orientadas hacia el libre comercio, y los republicanos fueron acérrimos proteccionistas, hasta mediados de siglo pasado. A partir de los '60, la libertad de comercio fue cobrando mayor predicamento en el discurso republicano. Durante la “Reaganomics”, la reducción del rol del Estado y la impronta anticomunista identificaron a los republicanos con políticas liberales, pero en materia de comercio exterior, el uso de barreras no arancelarias y los subsidios al agro fueron una constante, y no la excepción.

La emergencia del Tea Party, y el discurso proteccionista permitieron a Trump llegar a la presidencia, exagerando la asociación directa entre los problemas de la caída de empleo e ingresos salariales de amplios sectores, por un lado y, por el otro, el déficit comercial. El triunfo electoral de Trump fortaleció el escepticismo sobre las ventajas de un comercio global más libre. Los indicadores positivos de la actividad económica y el mercado laboral de los últimos meses también van a ser asociados a los vaivenes de la política comercial y, por ende, el discurso mercantilista no va a ser abandonado por la administración Trump. El objetivo de mínima es lograr el control del Congreso en las elecciones legislativas de noviembre. El premio mayor, la reelección de Trump en noviembre de 2020.

Como lo señaló en febrero pasado la Oficina del Representante de Comercio al publicar su agenda de política comercial, las cuatro prioridades de la Casa Blanca son a) la seguridad nacional, b) el crecimiento de la economía de EE.UU., c) hacer cumplir y defender las leyes estadounidenses sobre comercio exterior, y d) fortalecer el sistema multilateral de comercio. La última es la menos creíble, y en la práctica, un eufemismo de las acciones concretas de la Casa Blanca: priorizar acuerdos bilaterales y avanzar sobre el resto del mundo.

En definitiva, una estrategia razonable para maximizar la obtención de votos en el corto plazo, pero que incuba futuros conflictos e incertidumbre. Bajo las prácticas y prioridades de la Casa Blanca, es claro que el acuerdo con la Unión Europea no debe llamar a ningún engaño: el sesgo proteccionista y agresivo del Gobierno de Trump no va a cambiar, y a partir del año próximo probablemente redoble sus esfuerzos para lograr consensos orientados a modificar el rol y el funcionamiento de la Organización Mundial de Comercio (OMC). Algo que lo enfrentará, y de manera más directa, con China, la Unión Europea y otros países. En suma, la llamada “guerra comercial”, a decir verdad, todavía no ha comenzado. Lo que vemos son los primeros amagos y escaramuzas. Y como es de esperar, generará, sí, un shock externo negativos sobre nuestro país, de duración e impacto por ahora imposible de predecir.

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