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Europa, Japón y China intentan blindar la apertura económica

Los gobiernos más influyentes de Asia y Europa buscan cómo neutralizar la absurda guerra proteccionista que impulsa la Casa Blanca

24 julio de 2018

Por Jorge Riaboi Diplomático y periodista

La semana pasada se registraron dos hechos muy significativos, de aquellos que no siempre atraen la más sabia de las reacciones entre quienes suelen tocar de oído la economía y la política comercial. Estas novedades reflejan la nueva estrategia de los gobiernos más influyentes de Asia y Europa sobre cómo neutralizar la absurda guerra proteccionista que impulsa la Casa Blanca, una movida que trae consigo la inesperada alianza de gigantes regionales y nacionales que en teoría adhieren a objetivos incompatibles entre sí y sólo cooperan en este proyecto ante la necesidad de apagar el brote de mercantilismo circense y sin brújula que se esgrime desde Washington.

Ni tanto ni tan poco. A sus líderes les preocupa en serio la posibilidad de que se materialice una caída libre del crecimiento global en el segundo trimestre de 2019 y que hoy parezca normal el constante ninguneo de la OMC, lo que no los cierra al debate sobre la reforma y actualización de sus reglas. Todo lo demás es más sugestivo y viene de yapa.

El fin de semana pasado, Project Syndicate se ocupa del tema y decidió ponerle laser a una interesante reflexión de Nouriel Roubini, fechada un día después (18/7/2018) de la firma del acuerdo de libre -comercio entre Japón y la Unión Europea (UE), y dos días después de un diálogo que no tiene desperdicio entre Pekín y Bruselas, del que sí hay documentación disponible. El título del artículo de Roubini es “Trump puede matar la reactivación global”.

Sucede que el Viejo Continente (bajo la batuta de Angela Merkel y Emmanuel Macron) por fin logró entender, tras varios topetazos de altura en el G20, el Fondo Monetario, la OCDE y el G7, que el problema Donald Trump no se corrige con nuevos diálogos íntimos o con prodigios de tolerancia política. El paciente necesita ver el músculo de la apertura económica ajena, de la expansión del comercio y de las fuentes de multilateralismo activo que subsisten a pesar de la obstinación estadounidense de matar (término que le presté por algunas horas a Roubini) a todas las criaturas institucionales que ayudó a crear en los últimos setenta años, como el mentado, poco conocido y hoy fallecido Consenso de Washington.

Trump acaba de ver que la Asociación Transpacífica que se concibiera a medida de la participación estelar de los Estados Unidos, siguió adelante a pesar de la estúpida deserción de Estados Unidos que él mismo ejecutó apenas llegara al poder. Tras cartón, también acaba de ver, el lunes 16 de julio, los antedichos entendimientos de Bruselas con la dirigencia política china, similares a los que resultan esquivos para su diplomacia, guiada por excelentes diagnósticos y por una gestión olvidable (ver mis anteriores columnas). Y, por si fuera poco, también acaba de ver como los presidentes de la Comisión y del Consejo de la UE suscribían en Tokio, con el Primer Ministro de Japón, un texto bilateral sobre Libre Comercio que se venía negociando desde 2013, el que se identifica bajo el título de Acuerdo de Asociación Económica y sería activado sin nuevas ceremonias en 2019.

Con el agregado de que, desde hace meses, Washington habla hasta por los codos de gestar un acuerdo de parecido tenor y mayor entidad con el primer ministro, Shinzo Abe, en el entendido de que hablar no tenía costo. Ahora la Casa Blanca deberá entender que la retórica vacía o morosa genera un altísimo costo de oportunidad, del tipo que uno paga cuando falta sin aviso al “mecánico mental” (psicólogo, psiquíatra, psicoanalista o colega de oficina con beneficios).

Tan altos son los costos de la inacción, o de las acciones equivocadas, que el FMI se desperezó y dedica algún párrafo enérgico acerca del posible impacto de la presente guerra comercial, al que estimó en US$ 430.000 millones, una bagatela cuando se tiene en cuenta que nuestros amigos del Financial Times ya acarician la cifra de US$ 800.000 millones y resulta obvio que ambos se quedaron bastante cortitos. Tanto como cuando había decenas de pronósticos sobre los efectos de la crisis financiera, energética y alimentaria que saltó por los aires en 2007/2008. En especial, si el asunto no deriva en un mecanismo tangible y responsable de acción contracíclica.

Este último criterio no parece deducirse de las eventuales reparaciones económicas de tinte ilegal (subsidios) a los productores que resulten afectados por esa guerrita que acaba de mencionar el secretario de Agricultura de Estados Unidos, Sonny Perdue, ante el efecto de las represalias chinas, canadienses, mexicanas, indias, turcas, y de toda Europa que responden a los distintos castigos o “precauciones arancelarias en materia de seguridad nacional” inventados por Washington. El propio Perdue estimó, con enorme prudencia, que el chiste le podría costar a Estados Unidos la caída de unos US$ 20.000 de los US$ 140.000 millones que exporta anualmente, si el asunto no dura más de un semestre. Ante semejante perspectiva va a ser muy interesante conocer cómo hará Washington para justificar cheques oficiales por esa cantidad, cuando el total de ayuda interna legalmente consolidada en la Ronda Uruguay que admiten sus compromisos ante la OMC, alcanza a unos US$ 19.000 millones y esa caja (Caja Ambar) no está excesivamente subutilizada (se sugiere ver el Anexo IV de la Lista Nacional de ese país ante la aludida organización). Si Washington decide llevar el asunto a la Caja Verde, la pelea será de campeonato.

Si bien las dos movidas de Bruselas por el Asia se las traen, tiene lógica mirar con cierto detalle y urgencia la declaración emitida donde se refleja el diálogo de Pekín del 16 de julio. Con dos observaciones. Primero, es difícil que la dirigencia china suscriba un texto de esta naturaleza por mera simpatía política. Segundo, es más difícil lograr que el gobierno chino cumpla con fidelidad occidental los compromisos que asume, o los que a veces supone que asumió.

Los primeros siete párrafos de la declaración se refieren a la agenda política de este foro, el que oficialmente se llama Asociación Estratégica Comprensiva entre China y la UE y anda por su vigésima sesión. Ese cuidadoso ladrillo estará en mejores manos si lo desmenuzan mis colegas de política internacional, pero va de suyo que tiene una referencia importante a la solución pacífica de los problemas inherentes a la península coreana, los que amenazan por calentarse nuevamente, ya que Washington percibe que después del diálogo no hubo razonable continuidad.

El párrafo octavo no llamaría la atención hasta fines de 2016, por cuanto era un insumo permanente de las declaraciones del G20 hasta que llegó Donald Trump. Ahí se describe el interés común de fortalecer una economía global abierta, de lograr el mejoramiento de los procesos liberalización y facilitación del comercio y la inversión y activar el fortalecimiento de la OMC. En este último aspecto, las representaciones crearon un Grupo de Trabajo para analizar la reforma de esa Organización, el que se constituirá bajo la presidencia de un viceministro.

La declaración también registra el propósito de China de mejorar las condiciones de acceso a su mercado comercial y de inversión, así como el fortalecimiento de los derechos de propiedad intelectual, temas hartosensibles en la relación de Pekín con sus socios desarrollados (como los miembros de la OCDE).

Ambas partes destacaron el paralelo interés de coordinar sus respectivos y muy ambiciosos programas de conectividad, los que parecen ligados a planes funcionales de crédito. También se hace referencia a los posibles logros del debate bilateral sobre Indicaciones Geográficas, la gigantesca beca que concibió Europa para sacar provecho de conocimientos ya incorporados a la tradición cultural e industrial de otros países hace más de una centuria.

El documento tampoco omite un sugestivo párrafo sobre cooperación económica, financiera y macroeconómica entre las partes, que no parece un insumo formal; en especial si se tienen en cuenta los paralelismos de las instituciones de Occidente y de China en esta materia como el Banco de Inversión e Infraestructura con sede en Pekín, que tiene objetivos similares al Banco Mundial (BM) con sede en Washington.

Desde una perspectiva más amplia, el mensaje central que parece respirar la Declaración, es que todo aquello que resultó imposible inventariar en los presentes acuerdos del G20 será más que bienvenido al hogar, dulce hogar, que están armando Europa y Asia. Un mensaje encantador para la Oficina Oval.

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