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Ante un posible sobreajuste de la actividad

El nuevo set de políticas puede generar un "overkill" de la actividad, es decir, un doble ajuste contractivo

18 julio de 2018

Por Guido Lorenzo ACM

El principal problema de la economía argentina es su incapacidad para generar ingresos por sobre su nivel de gastos. Esto lleva a una continua necesidad de financiamiento que parece no disminuir de los US$ 30.000 millones en los últimos años. Uno de los actores que no contribuye a equilibrar la cuenta de ingresos y gastos es el sector público, que desde 2009 entró en una situación de déficit crónico. El programa acordado con el Fondo Monetario Internacional (FMI) propuesto por los funcionarios de Argentina apunta a resolver el resultado de la brecha fiscal y que, al mismo tiempo, con la liberación del tipo de cambio, se recupere competitividad y se alcance simultáneamente un equilibrio interno y externo.

Luego de conocerse el documento del FMI acerca del programa a implementar y los dichos del Presidente se disiparon algunas dudas que tenían relación con la reducción del déficit fiscal para la convergencia al equilibrio en 2020. Por un lado, el FMI comenta que de las reuniones surgía que era desafiante la reducción del gasto y que, por lo tanto, se sugería pausar la disminución de impuestos. Sin embargo, parece que la decisión final es cerrar la brecha fiscal con una caída del gasto público en términos nominales y reales.

Claramente esta medida es recesiva en el corto plazo e impacta directamente sobre la demanda agregada del país. En la visión del FMI y posiblemente de los funcionarios que participaron de la negociación, este efecto contractivo se ve compensado por el efecto expansivo que gana el país en el frente externo gracias al reacomodamiento del tipo de cambio real.

Sin embargo, la experiencia demuestra que las correcciones en el tipo de cambio pueden ser contractivas para Argentina. Las razones son varias.

El reacomodamiento de precios. Una depreciación del 50% del peso trae apareado un traslado a precios y por definición un cambio de precios relativos. Mientras ese ajuste de precios se da, las ecuaciones de rentabilidad de un sector y otro no están claras y, por lo tanto, muchos planes se paralizan y reina la incertidumbre.

Las elevadas tasas de interés. Para estabilizar el tipo de cambio y que no realice un overshooting, se ha aplicado una política de control de agregados mucho más estricta: como resultado, las tasas de interés frenan la actividad y eso deprime la demanda.

Cambio en la distribución del ingreso y la riqueza. Los que tenían activos dolarizados y

tienen sus ingresos atados a dólares suelen ser agentes que, o bien ahorran más que el promedio de la sociedad o bien consumen o invierten demandando bienes y servicios del exterior. Por lo tanto, se resiente la demanda como resultado de la nueva distribución o bien se reorienta hacia el exterior. La contracara es más sencilla: se contraen los salarios reales siempre que los precios aumentan con el tipo de cambio.

Otros factores que no parecen estar presentes pero que tampoco colaboran. Problemas de hoja de balance de empresas endeudadas en dólares, retardos en la reasignación de recursos, etcétera.

Todos estos factores en el corto plazo le ganan al impulso sobre el sector transable que puede tener un tipo de cambio más alto como incentivo a exportar más. Además de un pesimismo que siempre existe respecto de las elasticidades de oferta de exportables, la depreciación debería generar incentivos a una mayor producción. Más aún en un esquema en el que se está favoreciendo a empresas con reducción de retenciones para el caso de la soja, o un horizonte de reducción de impuesto a las ganancias para los próximos años y contribuciones patronales.

Sin embargo, en el corto plazo ganan los factores enumerados. Como resultado se produce lo que se conoce como overkill de la actividad. Es decir, un doble ajuste contractivo. Por un lado, el frente externo actúa deprimiendo la demanda y la actividad y, por el otro, cerrar la brecha fiscal golpea interna. La consecuencia de esto es una menor actividad que empeora la recaudación y obliga a hacer un mayor esfuerzo fiscal.

Por lo pronto, el panorama paece sombrío aun para lo que resta del 2018 y 2019. Las expectativas deterioraron el consumo y la inversión. Las exportaciones dependerán de las cantidades que esperamos que reaccionen bien en 2019, más aún contemplando la base de comparación de 2018 que incorpora el efecto de la sequía. No obstante, habrá que seguir los precios de las commodities, que pueden afectar el equilibrio externo buscado. La sustitución de importaciones que surge luego de un dólar más caro se verá una vez que florezca la actividad, y esa al final parece que es la gran duda: cuánto durará la recesión?frente al año electoral, la esperanza del oficialismo es que ya hayamos tocado fondo, pero aún hay que esperar.

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