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Algunas lecciones del caso israelí

Argentina enfrenta hoy un desafío similar al que tuvo Israel en 1985

23 julio de 2018

Por Sebastián Galiani Profesor de la Universidad de Maryland

Desde la crisis energética de 1973 hasta 1985, la economía israelí tuvo una pésima performance. Desde 1979, incluso, la tasa de inflación fue de tres dígitos. No solo había hiperinflación, sino que el déficit fiscal era récord, la participación del Estado en la economía superaba ampliamente a la observada en las economías más desarrolladas, y la economía presentaba recurrentes crisis de balanza de pagos.

Entre 1967 y 1973, Israel experimentó un pronunciado crecimiento del déficit fiscal y de la participación del Estado en la economía que perduró hasta el plan de estabilización de 1985.

En este movimiento, impulsado principalmente por la agudización de los conflictos militares con el mundo árabe, el gasto público pasó de representar un 35% a 70% del PIB mientras que el déficit alcanzó el 15%. En ese contexto, en julio de 1985, el gobierno lanzó un programa de estabilización que resultó exitoso y sentó las bases para un programa de reformas estructurales que, gradualmente, fueron transformando la economía israelí en una economía estable en la que el sector privado pasó a liderar la asignación de recursos y el crecimiento económico.

El diseño del programa combinó un recorte drástico en el déficit junto con la fijación sincronizada y transitoria de varias anclas nominales. Si bien cada programa de estabilización tiene que adaptarse a la inflación que enfrenta, y no es mi objetivo en esta nota focalizarme en los detalles del programa israelí, sabemos que, en el mediano plazo, ningún programa que busque eliminar una inflación elevada tendrá éxito si no contrala el déficit fiscal. Además, cuando el público reconoce que el gobierno no dependerá durante el tiempo de financiamiento monetario, la desinflación se vuelve mucho más fácil de lograr y mantener.

De hecho, el Gobierno israelí, cuya forma de gobierno es una democracia parlamentaria, lo cual resultó instrumental al ajuste fiscal inicial, logró reducir sustancialmente el déficit fiscal (ver Figura I). Esto le permitió no solo consolidar el proceso de estabilización, sino también ir reduciendo en el tiempo la deuda publica en relación al PIB (ver Figura II). Naturalmente, Israel aumentó su ahorro doméstico, lo cual implicó una importante mejora en su cuenta corriente y una baja pronunciada de su deuda externa.

La caída del déficit fiscal se dio con una baja de 10 puntos del PIB en el gasto público y una suba parecida, aunque transitoria, en la presión tributaria. La baja en los gastos puede explicarse principalmente por medio de tres componentes: el gasto militar, el gasto en subsidios a las empresas y el pago de intereses de la deuda pública.

En la Figura III podemos apreciar claramente el éxito obtenido en materia inflacionaria. En 1986 la inflación cayó por debajo del 30%, y en 1987 bajó a aproximadamente 15%. Sin embargo, bajar la inflación desde ese guarismo hasta valores de un dígito tomó una década. Finalmente, la inflación continúo bajando y hace ya más de diez años que alcanzó valores similares a los de los países desarrollados estables.

El cambio de orientación fiscal de la economía israelí tuvo dos etapas: una rápida -la reducción del déficit- y otra gradual -la caída de la participación del gasto público y de la presión tributaria en el PIB- (ver Figura IV). Desde 1984 hasta 1998, el gasto público pasó desde alrededor de 70% hasta 48% del PIB. Los rubros que más cayeron fueron el gasto en defensa, el gasto en subsidios a las empresas y el gasto en intereses de la deuda. Paralelamente, aumentaron los gastos en otras partidas como transferencias, debido a cambios en la desigualdad, en el desempleo y en la proporción de la población mayor a 65 años. Desde 1980 a 2016, el gasto público bajo aproximadamente 30 puntos del PIB, mientras que la presión tributaria lo hizo en aproximadamente 20 puntos del PIB (ver Figurar IV).

El proceso de estabilización iniciado en 1985 no solo le permitió a Israel eliminar la inflación y reducir fuertemente su deuda pública y externa, sino que también sentó las bases para que la economía crezca sostenidamente. Tan es así que, en términos per cápita, creció más que la economía de Estados Unidos. Esto ocurrió a pesar de que Israel absorbió un fuerte incremento en su población como fruto de la inmigración rusa luego de la caída del comunismo. En cambio, Argentina, que también lanzó un programa de estabilización inicialmente exitoso en 1985, nunca logró eliminar su déficit fiscal en forma permanente, ni bajar su inflación más allá del período durante el que el BCRA no financió al Tesoro por ley, pero que terminó en un default de la deuda pública. El crecimiento de la economía argentina fue lastimoso (ver Figura V).

Argentina enfrenta hoy un desafío similar al que tuvo Israel en 1985. Tiene un alto déficit fiscal, que está bajando, pero que aún es muy elevado, y consiguientemente, tiene también un alto déficit en cuenta corriente. Además, tiene elevadas tasas de inflación, gasto público y algunos impuestos elevados y distorsivos. Pero tiene también un programa de eliminación del déficit primario para 2020, una Ley de Responsabilidad Fiscal que le permite controlar el gasto y continuar bajándolo en relación al PIB incluso luego de alcanzar el equilibrio fiscal primario, y una reforma tributaria que gradualmente mejorará su sistema tributario. Cumplir ese programa es esencial para desarrollar un proceso de crecimiento sostenido.

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