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La crisis del Medio Oriente

El futuro de la región es hoy más preocupante debido al marco de creciente inestabilidad e intervención exter

Atilio Molteni 14 febrero de 2018

Por Atilio Molteni Embajador

El futuro de la región es hoy más preocupante debido al marco de creciente inestabilidad e intervención externa. Es allí donde la anarquía está más extendida, con un acentuado debilitamiento de algunos de sus Estados, espacios territoriales sin gobierno, proliferación de armas y tecnología y el renacimiento del sectarismo, factores que conviven tanto con intensas presiones económicas y demográficas como con la lucha por el futuro del Islam entre los extremistas violentos y una vasta mayoría compuesta por moderados. Esto se debe a que coexisten varios problemas.

Un colapso de la autoridad del Estado. Por más de cien años la región se organizó aplicando un sistema de Estados cuyas características institucionales y límites geográficos fueron fijados, en algunos casos, por las potencias coloniales al caer el Imperio Otomano. El Acuerdo Sykes-Picot de 1916 buscó dividir gran parte de la región en zonas de control e influencia, como expresión de una nueva etapa del colonialismo. Su contenido se reflejó en los mandatos que la Sociedad de las Naciones otorgó a Gran Bretaña y Francia. Más adelante se crearon cuatro Estados: Irak, Siria, Jordania y el Líbano, que tuvieron poca relación con las realidades históricas y étnicas de sus territorios y poblaciones. Este proceso dio lugar a problemas aún vigentes.

Por bastante tiempo el aludido sistema resultó políticamente estable y su evolución se caracterizó por el panarabismo, el autoritarismo y el populismo de sus líderes. Luego, gradualmente, se gestó una crisis que desembocó en la “Primavera Arabe”, que no abrió el camino a democracias sino a situaciones conflictivas que ya eran características de los Estados fracasados. Hoy en día Libia, Yemen, Siria e Irak no controlan sus propios territorios y están en distintas etapas de fragmentación, conforme a sus líneas sectarias, étnicas y confesionales. Esa crisis se debió a un largo proceso de deterioro de las relaciones del poder político con sus sociedades, lo que dio lugar a la acción de actores no estaduales que utilizan el terrorismo: movimientos sunitas, salafistas y jihadistas como Estado Islámico y Al-Qaeda y chiitas, como Hezbolá y a la intervención externa (de Irán, la Federación Rusa, Estados Unidos y otros países árabes).

Los países sunnitas, encabezados por Arabia Saudita y miembros del Consejo de Cooperación del Golfo (Kuwait, Bahréin y los Emiratos Arabes Unidos) enfrentan a Irán por la supremacía regional. Teherán, por su parte, busca el ejercicio de un protectorado religioso chiita. Cuenta con una presencia militar (de su Guardia Revolucionaria y la Fuerza Al Quds) en Siria, Irak y el Líbano, lazos estrechos con Hezbolá, Hamas en Gaza y los Hutíes en Yemen, así como misiles muy sofisticados y una capacidad militar convencional y asimétrica. Este enfrentamiento se desarrolla a través de “proxis” o clientes y otras acciones políticas y militares, como el envío de armas o fondos. El factor religioso de las dos grandes ramas del Islam se complementa con la división étnica (árabes contra persas), ideológica (aliados de Estados Unidos contra sus oponentes) y geopolítica (debido a las ambiciones de los Estados involucrados donde hay vacíos de poder).

También tienen lugar nuevos desarrollos: Trump dio pasos positivos con relación a sus aliados tradicionales en Oriente Medio, como Israel y Arabia Saudita, contrastando con lo sucedido durante la Administración Obama, con la cual existieron momentos de tensión. Por otro lado, la posibilidad de mejorar la relación con Irán quedó atrás cuando el Presidente cuestionó el entendimiento alcanzado mediante el acuerdo nuclear suscripto en 2015. A su vez, las relaciones de Washington con Ankara están en un mal momento, debido a diversos factores: diferencias respecto de las políticas a desarrollar en Siria, los problemas derivados del fallido golpe militar del 2016 y el creciente autoritarismo del presidente Erdogan, motorizado por el nacionalismo islámico y su pragmatismo, que lo ha hecho distanciar también de la UE y enfrentar a los curdos en la provincia siria de Idlib, mediante la intervención militar de sus tropas.

Allí, la guerra civil que lleva siete años parece incontrolable más de 400.000 muertos y once millones de personas desplazadas). La victoria de diversas fuerzas sobre el Emirato Islámico permitió que Al-Assad se consolide y ataque, con el apoyo de los rusos e iraníes, a las fuerzas insurgentes sunnitas en diversas regiones. Ello, mientras las tropas norteamericanas siguen desplegadas en el este del país en apoyo a los que considera sus aliados y cuando siguen paradas las negociaciones que auspicia la ONU en Ginebra o por Rusia en Sochi.

El presidente Trump ha hecho conocer su aspiración a alcanzar un arreglo sobre el status final entre Israel y Palestina, como “acuerdo último”. Con la participación de su yerno, Jared Kushner y del enviado especial Jason Greenblatt, busca que se reasuman las negociaciones con la cooperación de Egipto, Jordania, Arabia Saudita y la UAE. Pero su decisión de reconocer a Jerusalén como capital de Israel y trasladar allí a su Embajada, está afectando su papel como único mediador. Por ello, el presidente Abbas promueve alternativamente un proceso de paz con la intervención del Consejo de Seguridad de la ONU; un cuarteto expandido con la intervención de China y de países árabes, o una conferencia internacional.

Netanyahu expresó la importancia de que sus nuevos socios árabes participen en un esfuerzo diplomático conducido por Washington, agregando dos prerrequisitos: el reconocimiento de Israel como un Estado Judío y una presencia militar indefinida de ese país israelí en la Ribera Occidental del valle del Jordán. Por otro lado, si bien la situación estratégica de Israel es la más favorable en sus casi setenta años de existencia, sus márgenes de seguridad son relativos ante los avances de Irán y Hezbolá hacia sus fronteras. Esto quedó demostrado cuando el 10 de febrero Israel atacó un centro de comando y control iraní próximo a Palmira, desde el cual se habría hecho volar un drone sobre su territorio. Un F-16 israelí fue derribado, lo que motivó una serie de acciones de represalia sobre blancos sirios e iraníes. Estos episodios podrían originar una nueva fase de este grave conflicto.

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