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La trampa de Penélope

Hay pocas cosas que bajen más la moral que constatar que estamos volviendo cuando creíamos que habíamos partido

Carlos Leyba 19 enero de 2018

Por Carlos Leyba

En 2017, el nivel del PIB apenas superó en 2% el de 2011. Hace seis años que las exportaciones no crecen. “Estamos siendo” un país consumidor que vive de prestado. Nuestro déficit externo monta US$ 30.000 millones de dólares.

Todo el sector público (Nación, provincias y cuasi fiscal) orilla un desequilibrio de 8% del PIB, y las reformas y ajustes realizados prometen una lenta reducción del mismo que, además, sólo será posible si el crecimiento llega con más vigor que el previsible.

Pero atención, dada la estructura de nuestro comercio, deficitario en industria, y si crecemos, las importaciones lo hacen más. Y si el sector primario excedentario no supera ese crecimiento, el desbalance comercial aumenta.

El crecimiento es imprescindible. Pero no alcanza. Depende de cómo crecemos.

Problema heredado por Mauricio Macri. Pero no es menos cierto que es prioridad que lo resuelva.

Desde 2011 hemos pasado seis años de pequeñas bajas en el PIB sucedidos por años que recomponen. El neto del PIB por habitante, en el paso del tiempo, no se asocia a que estemos mejor. Una manera generosa de decir que retrocedemos. Estos seis años consolidaron un largo período de feroz estancamiento.

Las últimos mediciones de la opinión pública no perciben como progreso colectivo lo que no existió, y de ahí el deterioro de la imagen gubernamental y de las expectativas económicas. Por cierto nada de esto es definitivo. Se puede (se debe) superar. Pero no puede ser dejado de tener en cuenta. Considerar que pequeños movimientos conforman un “cambio” es una curiosa tentación, porque es fácil distinguir entre reformas del edificio y cambios en la decoración.

Largo y feroz

Hay pocas cosas que bajen más la moral que constatar que estamos volviendo cuando creíamos que habíamos partido. El feroz estancamiento económico de larga duración perturba.

Feroz, porque no será fácil derrotarlo. Largo estancamiento porque estos seis años, lamentablemente, no desentonan con el promedio de los 34 anteriores.

Nuestros males tienen raíces tan profundas como el tiempo en que se han instalado.

Tal vez haya consenso en esa parte del diagnóstico. Tal vez haya hartazgo en escuchar repetir que nos ha ido y que nos va mal.

Pero la repetición tiene lugar porque no tenemos presencia del futuro.

El mañana ¿Qué es la presencia del futuro? El futuro se hace presente cuando lo expresa un programa convocante con objetivos e instrumentos explícitos. ¿Sin eso cómo imaginarlo?

Convocante significa que es capaz de desarrollar una vocación común, colectiva, dispuesta a abrir una puerta.

La puerta de entrada al futuro, en economía, es siempre el crecimiento. Es un primer paso.

El estancamiento, por el contrario, es la puerta de entrada al pasado. Crecer es el primer paso para dejarlo atrás.

Pero el futuro para ser convocante necesita mucho más que crecer.

Entre nosotros, entre otras muchas cosas, convocante implica incluir a todos los que hoy están excluidos; y el número de estos depende de la vara de medición utilizada para determinar la exclusión. Si nos guiamos por el Indec y la UCA, el 30% de los habitantes está excluido. Pero si medimos a los menores de 14 años, entonces, los excluidos por la pobreza son la mitad de esas generaciones. Imposible no imaginar el futuro.

Crecer incluyendo sería una mejor definición del primer paso como objetivo de ese programa necesario.

En realidad, es una quimera imaginar posible, dada la magnitud y densidad de la exclusión que hoy le quita dignidad a la Argentina, crecer sin incluir. La inestabilidad social sería un problema en expansión.

Por eso el crecimiento necesario es más complejo que el dictarían las prioridades del “mercado”.

No hace falta mucha imaginación para comprender que un crecimiento guiado exclusivamente por las “prioridades del mercado” no es naturalmente incluyente porque los excluidos son lo que no tienen “capacidad de mercado”: no emiten señales positivas al mercado.

Pero además de incluir socialmente, el crecimiento que nos abre la puerta al futuro, es uno que debe desarrollar nuestro potencial dormido.

También aquí el mercado tiene sus prioridades. Respetables, lógicas. Pero ?como mínimo? incompletas.

Es conveniente repetir que estamos sobre un desierto poblacional en una inmensidad de territorio y riquezas vacantes. Un desierto crítico. Crítico porque es un desierto pleno de oportunidades y es, a la vez, un peligro latente que esas cosas permanezcan yermas.

Pero, otra vez, las “prioridades de mercado” no son las de la integración productiva del territorio, sino las de extracción rentable en primera iteración; y las más de las veces con externalidades negativas en iteraciones sucesivas.

El rumbo

Dicho en terminología en desuso, pero vigorosamente verdadera, las “prioridades de mercado” territorialmente no generan “polos de desarrollo” en un territorio vacío y aislado, sino “nichos de extracción”.

Desarrollar el potencial dormido, al igual que la inclusión, obligan a una definición del crecimiento que asuma esos problemas centrales como integralidad.

Eso sólo s posible a partir de un programa que se lo proponga y que dimensione instrumentos para lograrlo. Eso requiere de un Plan que sólo puede tener el horizonte temporal que le brinde la densidad del consenso social. No hay largo plazo sin consenso.

El “estilo” de crecimiento es tan importante, en el resultado final y en el tránsito, como la tasa de crecimiento. Lo uno y lo otro.

Un crecimiento incluyente y de desarrollo, es el primer paso de un programa que nos abra la puerta al futuro y es el primer tema de un debate multidimensional que nos debemos los argentinos. No de ahora sino desde hace 40 años. No nos hagamos los tontos.

Pero es verdad que no hay la más mínima señal que el gobierno esté procurando ese debate. Tampoco que la oposición este sugiriendo elementos para el mismo. Ambos han renunciado hasta ahora a la política mayúscula.

Hace muchos años que no nos pensamos hacia delante. Antes lo hacíamos. Y sin esa vocación, está demostrado, nos atrapan los problemas del pasado. Problemas que nos producen hartazgo y una molestia radical cuando discutimos acerca de quién es el titular de la responsabilidad de los problemas que ahora tenemos que resolver. La grieta se cultiva en el hastío del estancamiento.

Han pasado dos años de este Gobierno y con él, como con Cristina K, tampoco crecemos, no incluimos y no hay la más mínima señal de desarrollo. Es grave. Y más grave no debatirlo.

Es cierto que las condiciones de partida de esta gestión equivalían a tratar de salir de una marea de escombros. Es verdad. Pero hecha la claridad, al remover los primeros escombros que es lo que producen los primeros tiempos de gobierno bien empleados, la búsqueda del futuro no se inició con la propuesta de un programa convocante con objetivos e instrumentos explícitos. No, en subsidio, el Gobierno, después de dos años, anunció el “reformismo permanente”. Una frase de ocasión, pero contradictoria, que sería el método para lograr “20 años de crecimiento”. El método sugiere la imagen de Penélope que también empleo 20 años tejiendo y destejiendo.

Si es un pronóstico es de baja credibilidad. Primero porque no hay la más mínima señal que esos años hayan comenzado y segundo, lo principal, porque esos pronósticos no están fundados en verdaderas transformaciones estructurales.

¿Cómo podríamos crecer si rigen las mismas condiciones estructurales que nos arrastran al estancamiento desde años?

¿Hay programa?

Las transformaciones estructurales, en economía, sólo son tales si conjugan un programa que, en nuestro caso, lleve la tasa de inversión sobre PIB a aproximarse a 30% por año y a lo largo de, por lo menos, los próximos 10 años.

Inversión fundamentalmente reproductiva con efectos en materia de inclusión y de ocupación del espacio.

Las señales del mercado, aquí y ahora, no son atrayentes para eso. Las prioridades colectivas necesitan los instrumentos de un plan consensuado. Además el estancamiento silencia las señales del mercado.

Ni soñar con transformación con inversión del 20 por ciento sobre PIB. Apenas alcanza para no retroceder. La acumulación de años de estancamiento empeora las cosas.

El gobierno, como ha sido habitual, está atrapado en la dinámica de la permanencia. La oposición en la búsqueda de herramientas de demolición. La realidad arremolina a ambos. Sólo la leal propuesta del Gobierno, porque tiene los fierros del poder, de debatir una agenda de consenso para el crecimiento, no de negociación de vituallas de permanencia, es la manera de salir del estancamiento económico que amenaza la productividad del sistema.

La ayuda

El Gobierno necesita ayuda, solo no puede. Todos necesitamos que tenga éxito.

Por ejemplo necesita ayuda para salir de la encerrona de las Lebac. Si baja la tasa de manera consistente, los casi US$ 60.000 millones “invertidos” en Lebac pueden generar una estampida de Puerta 12 en el mercado cambiario. Si, por el contrario, persiste en “la tasa”, ¿cómo imaginar que “el mercado” va a optar por enterrar fierros productivos de riesgo cuando el BCRA ofrece la mayor tasa en dólares que se pueda imaginar, líquida y segura?

El Gobierno ha buscado la ayuda afuera para lograr inversiones. Todos los escenarios de marketing que procuró fueron, por lo menos, ingenuos: el mini Davos, la reunión de ministros de la OMC, la anunciada respuesta del Tratado de Libre Comercio con la UE, la candidatura a ser parte de la OCDE.

Pero así como la “tasa de interés” no derrota esta inflación, a menos que la economía se desplome, los actores para invertir necesitan “argumentos”. El “argumento” en el planeta entero comienza por el tamaño de la zanahoria. Y la que ofrece Federico S., obnubila a las demás.

El Gobierno y el país, más que actores del exterior, necesita “argumentos” para la inversión y eso sólo es posible y creíble en una agenda de largo plazo consensuada y que garantice inclusión y desarrollo del potencial para crecer. Esa es la manera de salir de la trampa de Penélope.

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