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Equilibrio

Es un presente “desequilibrado” en la óptica de quienes anhelan una sociedad de productores, con incremento sistémico de la capacidad reproductiva y con niveles progresivos de equidad

Carlos Leyba 15 diciembre de 2017

Por Carlos Leyba

Hagamos el ensayo de exponer los objetivos de la política económica como si ellos fueran a lograr el equilibrio entre las variables que integran el cuerpo de análisis de la disciplina.

Por ejemplo, una de las acciones llevadas a cabo por la actual gestión económica es establecer un nuevo conjunto de precios relativos (aumento de tarifas por encima de la inflación) para lograr un “equilibrio”, digamos, sectorial y así contribuir al equilibrio “deseado”.

La eliminación de los subsidios se realiza para equilibrar el Presupuesto y a la relación entre gasto público y privado. Implica “el cambio” de las componentes del gasto público y del privado lo que, a su vez, tiene repercusiones sobre la recaudación y cambios en las demás variables con el Presupuesto.

Cada una de las variables modificadas genera cambios en las demas. ¿Cómo se logra el equilibrio deseado entre las variables?

La respuesta define dos universos. El primero es el de quienes entienden que “el equilibrio deseado” es el que define la fuerza de los mercados. El segundo, con muchas versiones, es el de quienes entienden que el Estado “debe y puede” definir el “equilibrio deseado” a través de las variables de mayor impacto.

El equilibrio entre, por ejemplo, consumo e inversión; o entre importaciones y exportaciones o entre masa salarial y beneficios empresarios forma un conjunto relevante de objetivos en los que un resultado es el de las fuerzas del mercado y otro el que procura la acción del Estado.

La prosecución del equilibrio, cualquiera sean las relaciones que queramos establecer tiene que ver, a la vez, con su situación en el pasado, con la que deseamos tengan en el futuro, y también, me tienta decir fundamentalmente, con la relación que se teja entre esas variables.

La relación entre las variables tiene una especial importancia porque es la que conforma “el sistema”. Importa, por ejemplo, el aumento de la inversión, de las exportaciones y de la masa salarial, pero también importa la relación de esas variables entre sí.

Por ejemplo, la relación entre el nivel del consumo (cualquiera sea la clase social que lo realiza) y la inversión (cualquiera sea el actor que la realiza) define un sistema que tiende al agotamiento o a la reproducción de la capacidad de producción. La relación entre exportaciones e importaciones define, según la que predomine, si se trata de un país de productores o de un país de consumidores. Y siguiendo la secuencia, la relación entre masa salarial y beneficios empresarios nos informa de una economía que tiende a la equidad o bien acelera la desigualdad.

Podemos combinar, entonces, las variables de una economía equitativa, de productores y con capacidad de reproducción o bien podríamos combinar un sistema de consumidores, que tienda al agotamiento de la capacidad productiva y navegue hacia la inequidad.

Por ejemplo, el desarrollo de la economía de Corea del Sur es un ejemplo del primer caso cuyo resultado ha sido sobresaliente en materia de desarrollo económico y social. El modelo “productor, reproductor, equitativo” ha tenido extraordinarios resultados en términos de desarrollo humano. ¿Cabe aclarar que no surgió de la espontaneidad de las fuerzas del mercado?

Un ejemplo del segundo caso lo tenemos, hace 40 años, delante de nuestras narices, salvo breves períodos que fueron posteriores a catástrofes y que ocurrieron, en el marco de grandes sufrimientos, gracias a condiciones favorables de términos del intercambio o de gigantescos compromisos hacia el futuro que generaron luego la catástrofe.

Estos brochazos gruesos, acerca de las relaciones de sistema, mirando a nuestro presente y las relaciones tal como ocurren hoy, nos informan, con un saldo de las cuentas externas negativo que tiende a acrecentarse, que estamos en el andarivel de un país “consumidor” o importador neto. Mirando el nivel de las inversiones no cabe duda que estamos en la dirección del agotamiento de las capacidades, y no en la ruta del acento en la capacidad de reproducción. Finalmente, verificando el colosal proceso de concentración de la riqueza, el nivel de la pobreza, la enorme proporción de trabajadores en la marginalidad social, el nivel del salario medio y las nuevas mega fortunas súbitas no cabe duda que constituímos una sociedad inequitativa en proceso de profundización de desigualdad.

La descripta, la que las cifras avalan, no es una situación de equilibrio en ninguna de las acepciones posibles del término con excepción que la que se deriva del capricho de las “fuerzas del mercado” o de la debilidad de la acción del Estado, que es otra manera de decir lo mismo.

Es un presente “desequilibrado” en la óptica de quienes anhelan una sociedad de productores, con incremento sistémico de la capacidad reproductiva y con niveeles progresivos de equidad.

A partir de una situación de desequilibrio la tarea es construir el futuro. El proceso, en ese caso, debe ser una continua aproximación al estado de equilibrio deseado.

En nuestro caso ?que naturalmente es apenas una versión- ese equilibrio deseado sería la marcha hacia un contundente fortalecimiento de la capacidad de reproducción, la conformación de una economía de productores mensurada a través del saldo de la balanza comercial y ?fundamentalmente? una sociedad progresivamente más equitativa.

La primera complicación, como en todas las cosas de la vida, surge de las diferencias que los distintos actores tienen acerca de cuál es el equilibrio deseado y cuál sería el proceso más eficiente para alcanzarlo.

Las diferencias, entre distintas corrientes, acerca del equilibrio deseado son enormes. Diferencias acerca del nivel para cada una de las variables y sobre la trayectoria deseada.

Dejando de lado las opciones “magnas” -como podrían ser la propuesta de “una economía socialista” versus una “economía capitalista” que, aquí y ahora, carecen de masa crítica- la cuestión se reduce a la diferencia en el capitalismo deseado.

Nunca fueron pocas las diferencias en nuestra sociedad, pero se han ahondado a partir de la enérgica y creciente representatividad de la propuesta PRO que cambia radicalmente el eje del paradigma discursivo hasta ahora dominante.

Hay un abismo entre la manera en que el PRO entiende que puede (y debe) pasar del agotamiento de las capacidades al incremento de la capacidad de reproducción y la manera en que los sectores, digamos, desarrollistas la encararían.

Al respecto un ejemplo paradigmático es el método del blanqueo. El mismo regularizó a los contribuyentes y obtuvo, por una sola vez, un ingreso fiscal extraordinario.

La masa gigantesca de fondos blancos o blanqueados, radicados fuera del sistema, suma U$S 400.000 millones, podría haber sido “atraída” para incorporar bienes de capital para ampliar la capacidad de reproducción. Pero se redujo a regularización de beneficiarios y suma de recursos fiscales. No hubo incentivos para incorporarlos a ampliar la capacidad reproductiva. La cuestión no es menor ya que la fuga de esos excedentes está en la raíz del agotamiento de la capacidad reproductiva.

En la cuestión de país productor versus país de consumidores, el PRO,con la decisión de sostener el atraso cambiario como ancla inflacionaria y mecanismo de generación de rentas extraordinarias, edifica un futuro de país importador neto y, por lo tanto, un país de consumidores que, por otra parte, se resuelve en la dinámica del endeudamiento. Hay quienes procuran una relación inversa en esa dicotomía y que se alinean en lo que podemos llamar la coalición económico-social de los sectores transables del mundo de la producción.

El tercer abismo diferencial, siguiendo este esquema simplificador, está dado por las medidas dirigidas al fortalecimiento estructural de la concentración. El Gobierno se inició con una colosal transferencia de ingresos, además de la eliminación de las retenciones, particularmente por el mecanismo de pagar la escandalosa retribución a los apostadores del dólar futuro, y continuó con un mecanismo monumental de transferencias financieras a través del retorno de las Lebac que dificilmente encuentre un paralelo en la historia nacional y mundial. Mas allá de los objetivos declarados, respecto al respeto a los contratos y combate a la inflación, la relación que se plantea, a partir de esas transferencias, que sólo son un ejemplo, es de una pavorosa inequidad.

Importan estos comentarios para resituar una conversación pública en la que, quienes gobiernan, insisten en la búsqueda del “equilibrio”. La referencia es que no hay la posibilidad de hablar de un equilibrio si no lo es el de la relación entre todas las variables de la economía. Siempre hay una relación entre ellas que es el punto de partida.

¿Cuál es el equilibrio buscado? La ausencia de un programa, de un plan explicitado que defina los objetivos de las relaciones entre variables y la dirección de esas relaciones, es un déficit de la calidad de la política económica que no lo supera el hecho que el PRO en el gobierno se identifique con un paradigma que basicamente no es el de “productor, reproductor, equitativo”.

Y eso no significa que no aspire a llegar,  claro que por el camino elegido cuyas huellas hemos señalado, a más inversión, más exportaciones y menos pobreza. De lo que se trata es que el PRO elige un camino que obliga a pasar por un sendero muy alejado del modelo “productor, reproductor, equitativo”. Ese sendero se caracteriza por tipo de cambio retrasado, negocios financieros maravillosos y ausencia de incentivos a la inversión. Pasar por ahí para llegar a “productor, reproductor, equitativo” es un innecesario triatlón de la política económica.

La Real Academia define equilibrio como la “situación de un cuerpo que, a pesar de tener poca base de sustentación, se mantiene sin caerse”.  Las elecciones son poca base de sustentación para una economía de “consumidor, agotamiento del capital e inequidad” que, ya sabemos, hace 40 años que no crece y genera permanentes desequilibrios.

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