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Abrirse (pero mejor preparados)

Argentina tiene una de las economías más cerradas del planeta, y el Gobierno quiere abrirla: el intento vale la pena, pero se deben tomar recaudos para que el ensayo tenga los resultados esperados

Alejandro Radonjic 13 diciembre de 2017

Por Alejandro Radonjic 

En la era del “reformismo permanente”, la nueva fase a la que ha ingresado la política económica luego de las elecciones legislativas del 22 de octubre, la apertura económica juega un rol central. Así lo dijo, ayer, Francisco Cabrera en el marco del Business Forum que se desarrolló en el CCK.

Allí, el ministro de Producción hizo una encendida defensa del libre comercio. “En la historia de la humanidad, el comercio ha sido una extraordinaria herramienta de desarrollo. A lo largo de los siglos, los pueblos se han beneficiado al entregar y recibir bienes y servicios. El comercio nos enriquece más allá de lo económico, al ponernos en contacto con realidades distintas. El comercio ha sido el primer idioma universal, y nos ha hecho mejores. En las últimas décadas, la integración comercial fue vital para potenciar el desarrollo económico y para sacar a millones de personas de la pobreza”, dijo.

Más adelante, Cabrera puso a Argentina como caso testigo del vínculo entre proteccionismo y pobreza. “El proteccionismo no es una solución. Y la Argentina es prueba de ello. Según el Banco Mundial, en 2015 la Argentina fue la tercera economía más cerrada del mundo. Nos quisimos aislar del mundo y los resultados fueron evidentes: más de 30% de la población debajo de la línea de la pobreza, problemas de competitividad en nuestro entramado productivo y debilidad de nuestras instituciones”, dijo el funcionario.

Asimismo, Cabrera sostuvo que el “gradualismo” y el “diálogo” serán los métodos para ir abriendo la economía. “Operamos con la convicción de que el cambio sólo es sostenible si se hace de manera gradual e incremental y a partir de consensos sólidos”, dijo y agregó que “el Gobierno es solo un actor (y) necesita acordar con la oposición, con los empresarios, con los trabajadores, con la academia y con las organizaciones sociales”.

Ciertamente, Argentina tiene una economía muy cerrada. Lo dijo Cabrera y lo reafirman un sinnúmero de datos empíricos. En el ranking global de exportaciones sobre PIB, Argentina está 11º (del fondo de la tabla) y, si se habla de importaciones, nada menos que 3º: las comprar del mundo son apenas más de 10% del PIB. Argentina tiene acuerdos preferenciales con apenas 47 países (que suponen el 16% del PIB mundial) y su participación en las cadenas globales de valor, dice la Cepal, es mínima. Nuestras exportaciones, estancadas en cantidades desde 2005, son bajas; se concentran en un puñado de bienes y son ejecutadas por muy poco players. Las cifras sugieren que el país vive, forzando la metáfora, a espaldas del mundo y así se ha acostumbrado a manejar sus asuntos económicos.

Así las cosas, el ensayo aperturista parece razonable y merece una oportunidad mayor. Pero, tal como advierten aquí y allá, debe ser llevado adelante con inteligencia, tal como pregona el Gobierno con su mantra de “inserción inteligente en el mundo”. El gradualismo y el diálogo son bienvenidos, desde ya, pero están muy lejos de configurar un escenario óptimo para interactuar provechosamente con el mundo.  El primer punto que sobresale es el notorio atraso cambiario que se vislumbra en diversos indicadores. Por ejemplo, los del comercio exterior. Hace unos días, la Fundación Capital alertó que el desequilibrios comercial de 2018 podría superar los U$S 15.000 millones. No son cifras menores.

Pero eso no es todo. Esa apertura comercial debe estar acompañada, además, por incentivos para exportar y políticas de empleo, capacitación y protección social para proveer asistencia a los trabajadores que se ven perjudicados por el nuevo escenario. Los costos de un ensayo mal hecho son enormes y, entre ellos, también figura un retorno (recargado) del proteccionismo que, según la visión del Gobierno, explica el atraso relativo de Argentina.

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