El Economista - 70 años
Versión digital

mie 24 Abr

BUE 19°C

Los cinco problemas que más preocupan a los economistas

Más allá del optimismo general reinante, hay algunas luces amarillas para examinar con más atención

30 octubre de 2017

Gradualismo fiscal (un plan con límites). Hoy, Argentina tiene un déficit primario que ronda los $400.000 millones anuales, algo por encima de los US$ 22.000 millones. Con una presión tributaria efectiva en niveles récord, un gasto público indexado y una demanda cultural siempre latente por más presencia del Estado, el camino para la convergencia fiscal no es muy ancho y requiere pericia. Y, por supuesto, tomar deuda. El Gobierno ha emprendido ese camino (que debería llevarlo a un rojo primario ?es decir, sin considerar el costo de la deuda? de 2,2% del PIB en 2019) y, hasta ahora, ha tenido éxito parcial. Y, ciertamente, la mayoría se inclina por una solución gradual más que por el famoso shock fiscal que, además, es impracticable. Pero los fiscalistas más sabios dicen que se viene, ahora, la parte más sinuosa del trayecto visávis se reduce la capacidad de financiar, vía deuda, esos desequilibrios porque los ratios empiezan a aumentar y la paciencia de los inversores con Argentina siempre es menor que el promedio. Por ahora, el mercado presta, y a tasas decrecientes, pero hasta Doña Rosa sabe que eso no será para siempre. ¿Quedan 1, 2 o 3 años? Mejor no tentar la suerte. El crecimiento será más que bienvenido para “licuar” ese rojo dentro de una economía más robusta y, además, apaciguar los temores sobre la capacidad de repago de la creciente deuda.

Desinflación: compromiso firme, pero con poco éxito aun. Hasta ahora, las inflaciones observadas se vienen manteniendo con persistencia por encima de las metas que el BCRA se fue trazando: el 25% informal proyectado para la interanual de diciembre del 2016 se transformó en un 41% y el 12-17% del 2017 va para 2324%. Niveles que, además, siguen dentro de los registros que, puntos más o puntos menos, vemos desde 2007. Para el 2018 no mejora: el BCRA apunta a una de 10% (con margen de error de 2 puntos hacia arriba y hacia abajo) y el promedio de los analistas consultados por el REM dicen esperar una de 15,8%. Si bien el presidente del BCRA sostiene que la explicación única para la inflación es la dinámica monetaria, los aumentos mostraron hasta ahora correlatividad con otros factores. Preocupa entonces esa potencial subestimación de los otros factores que la causan. El director socio de Consultora Ledesma, Gabriel Caamaño Gómez, afirmó: “Hubo subestimación de varios factores. Tenemos un montón de otras cuestiones jugando en el corto-mediano plazos: inercia, ajuste de precios relativos y excesos de liquidez heredada, entre otros. Y la principal fuente de creación monetaria bruta sigue siendo la relacionada directa o indirectamente con las operaciones de financiamiento del déficit fiscal”. La consistencia y compromiso de largo aliento está, pero también falta pericia y amplitud para manejar y comprender el corto plazo.

Cuentas externas, una luz cada vez más roja. El de la sostenibilidad externa es un problema subestimado, ante la idea de que el país seguirá teniendo acceso abierto al endeudamiento externo y, a la vez, una obsesión para algunos analistas que advierten que esa dependencia está peligrosamente apoyada en un factor externo sobre el que la política económica no tiene influencia alguna: un sacudón internacional. Un cisne negro como los que se ven, casi semanalmente, en el mundo. Con las exportaciones virtualmente quietas y las importaciones creciendo a mayor velocidad, se sumó un factor novedoso, derivado del propio modelo: los intereses que genera la estrategia de financiamiento de los déficit gemelos vía deuda en moneda extranjera. Así fue como el rojo de cuenta corriente más que se duplicó entre el segundo trimestre de 2016 y el mismo período de 2017 (pasó de US$ 2.780 M a US$ 5.954 M). Es lo mismo que decir que las necesidades de financiamiento externo se duplicaron. Eso se suma a una Formación de Activos Externos (es decir, la dolarización de carteras) que no baja de US$ 2.000 millones mensuales. El aporte de la IED, que es el tipo de inversión que potencialmente más puede aportar a dar un salto productividad y de generación o ahorro de dólares, sigue muy bajo. El fantasma de la restricción externa, y sus causantes clásicos, siguen ahí.

Exportaciones todavía no tuvieron su 2º semestre. A las exportaciones aún  no le ha llegado su “segundo semestre”.  Los números no mienten (más). En el 2017, apenas suben 0,7% versus 2016 y, en nueve meses, siquiera superaron los US$ 44.000 millones. Peor aún: en cantidades, es decir, sin el “efecto precio”, caen 0,6% en 2017. En 2016, apenas subieron 1,7%. En todo 2017, las exportaciones serán de poco menos de US$ 60.000 millones, algo así como US$ 1.300 per capita. Muy poco. Hubo, y hay, factores adversos, como Brasil y las inundaciones, pero el problema es más grave que eso. El magro desempeño exportador preocupa por varios motivos. Sin una suba potente allí, la restricción externa (o eterna) volverá a operar más temprano que tarde, forzando a ajustar los niveles de demanda de la economía. Se podrá postergar más o menos, pero, si no repuntan las exportaciones, ese momento llegará. Asimismo, es una palanca de crecimiento que Argentina no está usando. Varios países (sobre todo asiáticos) la han usado para desarrollarse y sofisticar su estructura productiva. Hacia adelante, la agenda virtuosa demanda, sobre todo, más competitividad. Allí importa el precio del dólar, pero no es lo único. Hay que trabajar, también, sobre la oferta exportable, los acuerdos comerciales, los costos y la inserción en las cadenas globales de valor. El ratio exportaciones sobre PIB de Argentina hoy es uno de los más pobres del mundo.

El dólar está bajo (y todo indica que así seguirá). Hoy, el dólar en Argentina está barato. O regalado, como dicen los más críticos. Y, ciertamente, está lejos del equilibrio. Aunque ese valor siempre es debatible, un rojo en la cuenta corriente de 4% del PIB (o incluso algo más) muestra que el desequilibrio está. Más allá de que el dólar bajo tiene más lobby social que el dólar alto (y, además, ayuda en la tarea de desinflar la economía), los economistas recuerdan que Argentina siempre funciona mejor con un dólar más competitivo, que opera como una protección para el empleo y un lubricante para la producción de bienes transables, entre otros factores. “La combinación de un déficit fiscal elevado financiado con deuda externa y una política monetaria de desinflación de tasa de interés real positiva estimulará la oferta de dólares en el mercado local. Esto tenderá a fortalecer al peso y hará perder competitividad a la economía, desalentando la producción en aquellos sectores sustitutos de importaciones y exportadores”, dice FyE Consult. Algo que el BCRA evitó que ocurra con su “amenaza” (no concretada) de llevar las reservas a 15% del PIB. La era de dólar bajo (algo que Carlos Melconian llamó allá por 2015, premonitoriamente, como la “Macriapreciación”) que parece haber arrancado implicará trabajar más sobre la famosa competitividad no-precio de la economía.

Seguí leyendo

Enterate primero

Economía + las noticias de Argentina y del mundo en tu correo

Indica tus temas de interés