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El referéndum de Cataluña, una tormenta perfecta

Ante la inminencia del referéndum independentista catalán, la hostilidad entre las partes no ha hecho más que ir en aumento

27 septiembre de 2017

Por Javier Cachés Politólogo    

Ante la inminencia de la celebración del referéndum independentista catalán, la hostilidad entre las partes no ha hecho más que ir en aumento. En los últimos días, el gobierno de Mariano Rajoy envió a la Guardia Nacional, por orden judicial, a detener funcionarios sospechados de estar detrás de la organización de la consulta popular.

Por su parte, el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, denunció el autoritarismo del poder central y la aplicación del estado de excepción en la región. A esta altura, Madrid y Barcelona parecen haber alcanzado un punto de no retorno. ¿Cómo se llegó a esta instancia en la que se ha llegado a poner en entredicho la legitimidad del régimen democrático y la integridad de España? ¿Cuáles son las causas que movilizan la demanda soberanista?

El catalanismo no es un fenómeno nuevo; su identidad encuentra raíces hundidas en el devenir de la historia. Desde su consolidación en tanto Nación moderna, España ha debido procesar un delicado equilibrio entre sus unidades constitutivas. A principios del Siglo XVIII, tras la muerte de Carlos II, se desató la Guerra de Sucesión que enfrentó a la Casa de Borbón con la de los Habsburgo. Los borbónicos eran apoyados por las fuerzas de Madrid y los austracistas, por las de Barcelona. El conflicto acabó con la capitulación de la ciudad catalana en 1714, luego de un sangriento enfrentamiento. La derrota tuvo consecuencias profundas: junto con el resentimiento hacia “las fuerzas de ocupación” (muletilla que vuelve a ser escuchada por estos días), el recuerdo de los caídos en batalla ofreció un mito fundante, un sentido de cohesión y un pasado común al cual honrar. Todos los 11 de septiembre se celebra el Día de Cataluña, que conmemora aquella caída de Barcelona.

En los últimos días, el gobierno de Mariano Rajoy envió a la Guardia Nacional, por orden judicial, a detener funcionarios sospechados de estar detrás de la organización de la consulta popular

El arraigado antagonismo territorial, que tuvo otros episodios (como el choque entre nacionalistas y republicanos durante la Guerra civil de 1936-1939), es condición necesaria pero no suficiente para comprender por qué la causa independentista encontró terreno fértil para avanzar en el último tiempo. Para ello hay que revisar las razones de corto plazo.

En particular, hay que atender a tres factores: la crisis económica, los casos de corrupción del partido hegemónico de Cataluña y la debilidad del gobierno de Mariano Rajoy. El malestar económico predispuso a la ciudadanía a buscar chivos expiatorios; el descrédito de la élite política local motivó a fugar hacia delante con la demanda separatista; y la inestabilidad a nivel nacional permitió transformar vagas proclamas de secesión en una agenda concreta hacia el referéndum. De la confluencia de estas tres variables emergió la tormenta perfecta.

Aunque integran una de las regiones más prósperas de España, los catalanes sintieron el efecto de la última crisis financiera mundial. El drama de los desahuciados, la expansión de la precariedad laboral y la aplicación de políticas de austeridad activaron un sentimiento similar al de otras latitudes: una demanda soberanista orientada a recuperar las instancias de toma de decisión. Como en la elección de Donald Trump y en el Brexit, en Barcelona se manifestó ese deseo de volver a hacer de la política una cuestión local. Este reclamo se retroalimentó con el argumento de que Cataluña aporta mucho dinero al erario del gobierno central y recibe pocos recursos a cambio (sintetizado en el lema “España nos roba”).

La situación de la política interna también ofrece pistas para comprender el renacer del independentismo catalán. La caída en desgracia por múltiples causas de corrupción del “clan Pujol”, la familia que dominó la política regional desde la transición democrática, tuvo como consecuencia no buscada el resurgimiento del nacionalismo. La élite local se vio obligada a reinventarse. Cuanto más se extendió el escándalo de corrupción, que alcanzó a todos los sectores de poder de Barcelona, más se agitó la bandera del catalanismo, frente a lo que era percibido como una intromisión del poder nacional en los asuntos locales.

El catalanismo no es un fenómeno nuevo; su identidad encuentra raíces hundidas en el devenir de la historia. Desde su consolidación en tanto Nación moderna, España ha debido procesar un delicado equilibrio entre sus unidades constitutivas

Finalmente, la correlación de fuerzas en el Parlamento español representó una oportunidad para avanzar con la iniciativa de autodeterminación. Las elecciones de diciembre de 2015 y de junio de 2016 dejaron un Congreso sin mayorías, algo infrecuente en España, el país más británico de Europa en cuanto a su sistema político, acostumbrado desde la década de los ´80 a ser gobernado por uno de los dos grandes partidos. De este contexto de fragmentación surgió el nuevo gobierno minoritario de Rajoy, que logró la investidura presidencial con los votos de Ciudadanos y la abstención de los socialistas.

Se produjo así cierto vacío de poder que limitó la autoridad del líder del Partido Popular, quien, además, nunca supo estructurar un discurso persuasivo frente al derecho a decidir de los catalanes. Su apuesta fue ignorar la demanda de Barcelona, amparado en que los independentistas estaban actuando contra la Constitución. Con su mirada estrecha, Rajoy convirtió un problema político en una cuestión penal, omitiendo que la causa de Cataluña difícilmente se resuelva en los tribunales y aplicando medios coercitivos.

Dada esta escalada del conflicto, la estrategia de Madrid y Barcelona se asemeja a la del “juego de la gallina”: dos autos avanzan en dirección opuesta; si uno de los dos cede y se desvía para evitar la colisión, queda humillado y el otro resulta vencedor. Es un esquema perverso, porque no hay incentivos para la cooperación. En este caso los costos son altos: la disputa puede derivar, ni más ni menos, que en la desintegración de España.

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